Luego de la pandemia las reglas del juego cambiaron para todos, aparecieron una serie de desórdenes emocionales como respuesta natural del estado anímico. Sumado a lo que fue la incertidumbre del futuro, el aislamiento, el temor al contagio, a sufrir y experimentar pérdidas, trajo consigo distintas manifestaciones como ansiedad (fundamentalmente), depresión, cambios en el sueño y la alimentación, etc. Los ministros y líderes religiosos no estuvieron exentos de la pandemia y sus consecuencias emocionales. Ya que los que cuidan a otros también necesitan cuidarse a sí mismos, y no solamente en el plano espiritual, somos cuerpo, alma y espíritu.
Muchas veces escuchamos –y repetimos como un cantito– que “fuimos creados a imagen de Dios como seres tripartitos: cuerpo, alma y espíritu”. Se dice que con el cuerpo tenemos contacto con el mundo exterior, con el alma tenemos contacto con nosotros mismos y con el espíritu tenemos contacto con Dios. Pero en realidad, los creyentes muchas veces vivimos como si fuéramos solo un espíritu andante. (es lógico, esa es la esencia de una iglesia), aunque a veces a costa de negar las otras dos dimensiones que están tan íntimamente vinculadas.
“Somos más que seres espirituales”
Como en un juego electrónico, en el que se van “pasando pantallas”, podemos atravesar la puerta de la dimensión física y desde allí abrir puertas a lo emocional. Es el caso de un desorden hormonal o químico que trae consecuencias en el plano de lo anímico, con decaimiento, cansancio y otros síntomas. De modo que a partir de un desequilibrio físico se producen alteraciones emocionales y viceversa.
Por el contrario, partiendo de un desorden emocional o psíquico, se pueden abrir puertas en el plano de lo físico. Por ejemplo, una mujer a la que el marido la abandona y queda sola con tres niños para cuidar. El mundo se le desploma. La angustia y ansiedad la invaden. El resentimiento y el enojo se apoderan de ella. Pronto comienza a padecer desde una simple úlcera estomacal hasta una psoriasis compleja, porque “el cuerpo no diferencia entre el estrés que causan los factores físicos y los emocionales”, afirma el Dr. Don Colbert, pastor y médico, en su excelente libro Emociones que matan.
No obstante, “es difícil establecer claras líneas de demarcación entre lo puramente biológico, lo emocional y lo espiritual. El ser humano es imagen y semejanza de un Dios trino. Luego, lógicamente debe expresarse de tres maneras diferentes: cuerpo, alma y espíritu”, afirma el Dr. León.
Una tercera esfera que interactúa en este complejo combo, la más riesgosa de todas, es abrir las puertas en el plano espiritual. Y esto no solo les sucede a los creyentes que son aconsejados y aun liberados, sino que también puede abrumar a los consejeros y líderes. Las puertas que se abren espiritualmente tienen distintas naturalezas, pero he descubierto que una fuerza muy poderosa es la ansiedad y el temor, lo que muchas veces conduce a la depresión.
Cuando pensamos en lo que es ser creados a imagen de Dios, la mayoría de nosotros nos centramos en los aspectos espirituales. El único problema es que somos más que seres espirituales.
Necesidades en las tres dimensiones
Dentro de las necesidades físicas, que muchas veces no contemplamos, están el ejercicio, las caminatas saludables, una buena alimentación que incluya frutas y verduras, tomar abundante agua, dormir bien, respirar aire puro.
En el campo de las necesidades de la salud mental y emocional, dependiendo de la configuración psicológica de cada individuo, se encuentran el espacio para uno mismo, para pensar, leer o meditar, hacer alguna actividad gratificante no necesariamente relacionada con el servicio a Dios, pasar tiempo con amigos o expresarse a nivel artístico, para sanar de los traumas y conflictos, entre otras cosas.
Por supuesto también debemos tener en cuenta las necesidades de la dimensión espiritual, que están íntimamente ligadas a las otras dos. Somos seres espirituales y vivimos en un mundo espiritual, aunque nuestros ojos no puedan verlo. Somos víctimas de los ataques demoníacos, que se fortalecen cuando las otras dos áreas en nuestra vida están débiles y vulnerables. Insisto en la necesidad de ser conscientes de esta relación inseparable.
Dicho en términos más simples, si estamos mal físicamente (cansados, mal dormidos, débiles, enfermos, sin vitalidad o con alguna dolencia física), eso impactará de seguro sobre nuestro estado de ánimo y nos tornaremos pesimistas, depresivos, sensibles, angustiados o, por el contrario, irascibles, nerviosos, tensos y al borde del colapso, dependiendo la intensidad del síntoma físico. Por consiguiente, en esos estados emocionales somos mucho más vulnerables a los ataques espirituales, y estamos menos preparados para reconocer la índole del problema y hacerle frente de manera adecuada.
¿Ves cómo funciona? Por esa razón se nos instruye a ser sabios y reconocer la configuración con la que Dios nos creó (cuerpo, alma y espíritu). Estamos cableados de esa manera, los sensores atraviesan las tres áreas de nuestro ser, no solo el lado espiritual, y debemos aprender a distinguirlo.
Fragmento tomado de En el ojo de la tormenta. Un ensayo sobre problemas emocionales en el liderazgo cristiano, de María José Hooft.