Primero sentimos la alegría de conocer que hay un Dios y de lo que puede hacer. Esta primer alegría es lo que la mayoría de las personas experimentan cuando se acercan con una necesidad y Él responde, pero, también con la que lamentablemente muchos se conforman.
Es una alegría que puede ser el inicio de una relación con Dios o simplemente pasajera, la que se esfuma cuando ya no tenemos ninguna necesidad (Lucas 17:17). Solo algunos entienden que Dios tiene mucho más para darnos que solo un milagro.
Después tenemos la alegría de recibir la salvación. La misión principal de Jesús no era sanar a los enfermos, era lograr darnos la salvación a todos; y cuando la recibimos, ahí empieza lo que los cristianos llamamos el primer amor, esa alegría que va un poco más allá y nos enamora del Dios que nos amó y salvó. Esta alegría nos impulsa a querer conocerlo más y más.
Ahora tenemos la alegría de vivir para Él. En este nivel experimentamos una felicidad diferente, una felicidad compartida con Dios. Ya no nos conformamos con el hecho de ser salvos, sino que buscamos cuidar y usar esta nueva vida para honrarlo.
Es como la alegría que nos da planificar una sorpresa a alguien más; nos hace feliz saber que el otro va a ser feliz.
Finalmente la alegría para un cristiano no está sólo en recibir un milagro, ni en tener la salvación, ni en vivir una vida en obediencia y santidad. Hay algo más, y solo los cristianos maduros llegan a experimentar esta alegría completa, plena, y que le da sentido a nuestras vidas. Es la alegría de llevar a alguien más a conocer que hay un Dios y de lo que es capaz.
«…para que nuestra alegría sea completa.» En 1 Juan 1: 1 – 4, describe su «alegría completa» cuando los nuevos hermanos llegan a conocer al Señor tanto como él.
Como los eslabones de una cadena, así es la alegría de un cristiano, no se completa si no involucra a alguien más, no hay cadena sin eslabones unidos, no hay alegría completa sin llegar a alguien más con el evangelio.