Como lo venimos trabajando en los artículos anteriores, podemos ver que la manera de interpretar y atravesar cualquier circunstancia: dolor, tragedia, sufrimiento y aun la muerte y el duelo, es desde la mente de Cristo. Debemos tener una perspectiva eterna de las cosas y así enfrentar las circunstancias desde el reposo.

El duelo, que es algo por lo que atravesamos ante cada pérdida, significa combate entre dos. Quisiera tratarlo aquí fundamentalmente en relación a la pérdida de algún ser querido, ocasión en la que experimentamos fuertemente este combate. Es decir, que la persona tiene una pelea entre dos partes: una que acepta la pérdida, que sabe que partió, pero hay otra parte que no acepta la partida de su ser querido y tiene bronca por esa pérdida, entonces viene una lucha. 

«La lucha es dura porque no podemos ni queremos aceptar la realidad de la pérdida definitiva (físicamente) de una persona amada».

El duelo es un proceso normal

Pueden darse hasta cinco etapas en el duelo, pero preferimos aquí considerar o resumir las etapas en tres:

  • Etapa I: Negación: etapa de choque y aturdimiento. Aquí no podemos creer lo que está sucediendo y la tendencia del alma es a negar la realidad.
  • Etapa II: Confrontación con el dolor de la pérdida: etapa de depresión, desorganización y desesperación. Si no es bien administrada puede producir más pérdidas como la salud, el trabajo, el matrimonio.
  • Etapa III: Restablecimiento o aceptación. Comienza a disminuir el dolor progresivamente a partir del duelo normal. Comenzaría la etapa de reorganización de la vida con un nivel mínimo de dolor.

En aproximadamente un año, luego de experimentar la realidad de la ausencia del ser amado, sobre todo en los días festivos en los que solemos encontrarnos con otros afectos, podemos reorganizar la vida y el duelo se cierra o se termina.

Tipos de duelos negativos

Existen fundamentalmente tres tipos de duelos patológicos (enfermos o negativos): 

  1. Anulación del duelo. Se da cuando la persona que tiene una pérdida no expresa la emoción, en este caso el dolor. En líneas generales son los varones los que reprimen, se tragan, o se aguantan el dolor. Hemos aprendido en nuestra sociedad que “los hombres tienen que ser fuertes, no lloran, no expresan nada”, entonces racionalizamos la situación para no expresar las emociones. En toda familia cuando hubo una pérdida siempre alguien dijo “tengo que ser fuerte, porque si no esto se cae todo”, esa persona aguanta y reprime porque vive la expresión de la emoción como una señal de debilidad. Esto traerá problemas más adelante porque lo natural es que el dolor debe salir y agotarse.
  2. Duelo intensificado. Se da en la persona que no reprime la emoción sino que la suelta toda, empieza a llorar, a gritar, tiene bronca, angustia, dolor, culpa. El dolor lleva a la persona a la pérdida total de control. El tiempo no cura el dolor, parecería que el tiempo lo aumenta. Para esta persona pasan los meses, los años y entra en una depresión. Todo lo que hace le recuerda a la persona que murió, tiene los objetos del familiar, la habitación sin tocar. Asocia a la persona fallecida con cualquier película que mira, con los lugares que frecuenta, y demás. Es entonces que empieza a tener mucha culpa: “yo tengo la culpa porque le deseé la muerte”, o “mi mamá decía que como me portaba la iba a matar de un infarto, y así murió”. Hay personas que tienen mucha bronca, porque interpretan que “las abandonaron”, o “las dejaron” en el momento que alguien muere. Esa bronca o culpa hace que el duelo parezca no terminar nunca. Pasan los años y la persona tiene depresión y cuando se le pregunta dicen que hace veinte años que tuvieron esa pérdida, pero lo recuerdan como si lo vivieran en ese momento. 
  3. Duelo ambiguo o duelo congelado. Se da cuando el que experimenta una pérdida no sabe si la persona se murió o no: el caso de un desaparecido, de un secuestro, de un marido que abandona, desaparece y nunca más vuelve. Puede ser el caso de un papá que sigue viviendo pero el hijo no sabe dónde, o el chico que fue adoptado pero no sabe dónde están sus papás biológicos. También se llama «duelo congelado»: la persona siente que debe avanzar en la vida pero hay algo que la bloquea; la persona siente alegría, pero a la vez dolor. Siente simultáneamente dolor y esperanza; porque dice: «el tiempo avanza, la gente avanza, todo avanza, pero yo me quedé detenido». 

El dolor duele, las emociones duelen y esto es legítimo. El dolor empuja por salir, no busca respuestas sino salir, y esto es normal. Es muy importante entender esto.

Nadie nunca jamás va a experimentar el mismo dolor que experimentamos nosotros. Nunca debemos esperar que los demás entiendan nuestro dolor, porque cada uno experimenta el dolor de manera diferente y cada uno personalmente es el único que sabe lo que ese dolor significa.

Nunca debemos decirle a una persona «yo te entiendo» porque nunca vamos a entender al otro en su dolor aunque hayamos tenido pérdidas similares. El dolor es personal. 

El duelo es una etapa normal ante una pérdida que dura aproximadamente un año.

Debemos atravesarlo por un lado administrando los recuerdos: dejando los recuerdos buenos de las experiencias vividas juntos. Y por el otro lado, manejando el dolor como si fuera el grifo de una canilla. Es decir, abriéndolo de a ratos para que el dolor salga y cerrando de a ratos para continuar con las responsabilidades de la vida que continúa.

Recordemos siempre que la muerte es parte de la vida. Vivamos estas palabras del apóstol Pablo:

«Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia«, Filipenses 1. 21 RVR (énfasis del autor)

Psicólogo egresado de la Universidad Nacional de Rosario, Argentina. Profesor de Enseñanza Media y Superior en Psicología, egresado de la Universidad Nacional de Rosario. Terapeuta Familiar. Bachiller en Teología, egresado en el año 2001 del IETL de Rosario. Pastor en CTHTN Rosario y zona. Escritor y Conferencista.