A los cristianos nos inspira mucho el leer sobre las historias de los grandes personajes de la Biblia, especialmente sobre aquellos que hicieron cosas extraordinarias porque respondieron al llamado de Dios. Quienes por la fe “… conquistaron reinos, hicieron justicia y alcanzaron lo prometido; cerraron bocas de leones, apagaron la furia de las llamas…” (Hebreos 11:33- 34) nos desafían y animan.
También tenemos en la historia reciente hombres y mujeres de Dios, verdaderos héroes de la fe, que hicieron cosas asombrosas. Y entonces nos preguntamos, ¿qué los diferenció del común de la gente? La respuesta es simple pero a la vez directa y desafiante: se encendió en ellos el llamado de Dios.
Hallar el sentido de plenitud
Alejandro Magno, el gran emperador griego (356-323 a. C.), después de que logró su objetivo de conquistar toda la región del antiguo Imperio persa, sintió un vacío interno, pues sabía que aún no había tomado una tierra que no figuraba en ningún mapa, la India. Él estaba dispuesto a entrar allí y luchar, por el simple hecho de que esto le daba sentido a su vida.
Dios puso en nosotros también la necesidad espiritual de sentirnos plenos.
Cuando somos alcanzados por Cristo estamos completos pero comienza a encenderse una llama interna de pasión y gratitud que no puede ser explicada, a la que le decimos: el llamado.
Vemos en el libro de Hechos que, por el crecimiento repentino que tuvo la Iglesia, surgió la necesidad de levantar una generación de servidores que atendieran la distribución diaria de alimentos (Hechos 6:1-3). Su labor era importante pues ellos conectarían al pueblo con el liderazgo principal de los apóstoles, desarrollando lo que el autor John Maxwell llama acertadamente “liderazgo intermedio” (Maxwell, Liderazgo de 360 grados).
Los candidatos debían ser:
- De buen testimonio.
- Llenos del Espíritu Santo
- Llenos de sabiduría
- Responsables de cumplir el trabajo encomendado
El llamado al servicio requería que el candidato fuera un discípulo de buen testimonio en quien Dios estuviera obrando y que, por su capacidad de testificar con su vida y su fe, era una persona creíble, al punto tal que su palabra fuera valedera en una audiencia o juicio.
Así, lo primero que deberíamos chequear en nosotros, si queremos responder a este llamado, es nuestro nivel de credibilidad. Examinar si cumplimos con nuestras obligaciones y servicios requeridos, esto, sin buscar un beneficio personal, aun cuando nadie nos vea (Mateo 6:3-4).
El siguiente punto es que fueran llenos de sabiduría. Si bien es cierto que es Dios quien da la sabiduría (Santiago 1:5), también deberíamos capacitarnos en el conocimiento de las Escrituras y, casi como una obligación, estudiar para ser profesionales.
Podemos pedir a nuestro pastor o líder ser incluidos en el seminario bíblico de la iglesia local y paralelamente continuar con una carrera terciaria. Porque en el campo misionero, por ejemplo, existen países que exigen poseer estudios teológicos, como también aquellos que solo permiten el ingreso de extranjeros si estos tienen una profesión.
Como último requisito debían ser responsables de cumplir el trabajo encomendado.
El mismo número de diáconos, que eran siete, nos indica que era un trabajo en equipo, pero ¿por qué era importante esto?
Como último requisito debían ser responsables de cumplir el trabajo encomendado. El mismo número de diáconos, que eran siete, nos indica que era un trabajo en equipo, pero ¿por qué era importante esto?
Los grandes alpinistas de la historia que alcanzaron la cima del monte Everest, el más alto del mundo con 8848 msnm, relatan que iniciaron su ascenso con equipos de personas que en ocasiones llegaron a ser más de 200. Teniendo un sistema de relevos con las provisiones hasta que finalmente llegaban solo dos a la cima.
Alguien dijo: “Mientras más alta es tu montaña, más grande deberá ser tu equipo”. Parafraseándolo: “Mientras más grande es la visión y el llamado, más grande debería ser nuestro grupo de amigos y hermanos pues nadie alcanza la meta solo”.
Para concluir, si estamos de acuerdo en que nuestra vida es muy breve, a veces frágil y, como dice el libro de Eclesiastés, todo es vanidad (Eclesiastés 1:2, RVR1960; literalmente ‘como una neblina pasajera’), deberíamos vivirla gozosa y plenamente. Respondiendo al llamado para entender lo que se espera de nosotros y poder estar donde el Señor nos necesita. Quizás algunos no entenderán nuestro fuego interior, pero para nosotros, lo será todo.
“El reino de los cielos es como un tesoro escondido en un campo. Cuando un hombre lo
descubrió, lo volvió a esconder, y lleno de alegría fue y vendió todo lo que tenía y compró
ese campo” (Mateo13:44).