Al hablar de Cristo necesariamente debemos hacer mención de Jesús. ¿Es lo mismo uno que otro?
Notamos en las Escrituras que los apóstoles utilizaban ambos nombres para referirse a nuestro Señor y en ocasiones los utilizaron como nombre compuesto como Cristo Jesús o Jesucristo.
Pero si profundizamos en el tema debemos decir que Jesús fue el envase humano que utilizó Cristo para realizar su tarea en este mundo. El escritor a los Hebreos menciona en 10:5-7 lo siguiente:
Por eso, al entrar en el mundo, Cristo dijo: «A ti no te complacen sacrificios ni ofrendas; en su lugar, me preparaste un cuerpo; no te agradaron ni holocaustos ni sacrificios por el pecado. Por eso dije: “Aquí me tienes —como el libro dice de mí—. He venido, oh Dios, a hacer tu voluntad”».
Claramente habla de Cristo y su entrada a este mundo. En esa entrada él expresa al Padre: “Me preparaste cuerpo”. Ese fue el cuerpo de Jesús, por medio del cual Cristo se manifestó en nuestro mundo. Jesús fue el nombre con el cual se lo conocía y Cristo es la designación de su naturaleza divina y su misión como el enviado y el ungido.
Resucitado y ascendido el Señor, la Biblia nos dice que la Iglesia es el cuerpo de Cristo. Jesús ya no está en esta tierra, pero la manifestación de Cristo sigue vigente por medio de su Cuerpo que es la Iglesia.
«Para ser fiel representante del Hijo de Dios en la tierra, la Iglesia debe tener un claro entendimiento de quién es Cristo».
Muchos son los temas a los que la Palabra de Dios se refiere y que nosotros necesitamos conocer, investigar y recibir revelación para poder vivir de acuerdo al diseño y propósito divino. Muchas son las verdades que a lo largo de la historia han sido olvidadas por la Iglesia y sus referentes y que, mediante la acción del Espíritu Santo, han sido restauradas y colocadas en su lugar a fin de que el Cuerpo de Cristo funcione de manera más plena.
Abundan las enseñanzas impuestas por la religiosidad y sus tradiciones que han esclavizado la vida de muchos, poniendo cargas difíciles de sobrellevar y desviándolos de lo que verdaderamente importa.
Pablo alerta en Colosenses 2 sobre algunos peligros relacionados con enseñanzas y costumbres que algunos pretendían imponer sobre las iglesias y que no difieren demasiado de situaciones que vivimos en los días presentes.
Una de ellas la encontramos en el vs. 4 donde pide a sus lectores que nadie los engañe con “palabras persuasivas” otras versiones traducen: “argumentos capciosos” “frases bonitas pero falsas”. Luego, en el vs. 8 alerta sobre una “vana y engañosa filosofía”, también sobre “tradiciones humanas” y finalmente sobre “principios de este mundo”.
Frente a este escenario son pertinentes las palabras del mismo apóstol, poniendo las cosas en su lugar y enfocando a la Iglesia hacia lo verdaderamente importante y trascendente, en Colosenses 1.
Él (Cristo) es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten; y él (Cristo) es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia; por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud, y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz.
También leemos en Colosenses 2:9-10 NVI: “Toda la plenitud de la divinidad habita en forma corporal en Cristo; y en él, que es la cabeza de todo poder y autoridad, ustedes han recibido esa plenitud”.
No caben dudas de que para el apóstol Pablo, quien escribe bajo la inspiración del Espíritu Santo, hay un tema, una verdad, una doctrina, un enfoque, una enseñanza, una revelación que sobrepasa cualquier otra y que como Iglesia no podemos ignorar y mucho menos perder de vista, pues es la columna vertebral de nuestra fe y nuestra misión.
Los pasajes mencionados nos llevan a comprender que la realidad de todas las cosas se encuentra en la persona de Cristo, quien es la plenitud de Dios, la cabeza de todo poder y autoridad y en quien nos encontramos plenos.
«La Iglesia necesita experimentar la revelación del Cristo preexistente, no solo para entender su divinidad y su poder creador, sino para poder vivir cada día nutriéndose de Cristo en su ser interior y experimentando día a día todo lo que Cristo es».
Cristo no es historia, no es un conjunto de obras y milagros realizados hace 2000 años o un compendio de leyes que se deben cumplir. Cristo es realidad hoy. Es el centro de nuestras vidas. Es la razón de todo lo que somos y hacemos.
Estoy convencido de que debemos trabajar arduamente para despojarnos de toda religiosidad de tantos años y entrar en la dimensión de una experiencia genuina, profunda y transformadora con el Cristo resucitado y ascendido.
Necesitamos imperiosamente sumergirnos en esta revelación de Cristo, esto producirá cambios en nosotros, en nuestra manera de pensar y vivir la vida del Hijo de Dios, como así también en nuestros mensajes y en el discipulado hacia las personas, a fin de que Cristo se vea manifestado en cada creyente y la Iglesia pueda ser, finalmente, no un grupo de religiosos con costumbres raras, sino la expresión corporativa de Cristo en la tierra.