«El que cree en mí, nunca más volverá a tener sed» Juan 6.35 NVI
Nuestra alma tiene una característica, es insaciable. No bastan todas las riquezas, ni todas las sensaciones, ni todo el conocimiento, ni relaciones interpersonales, ni los años que asistimos a la iglesia: siempre quedará vacía.
Es como un vaso rajado por todos lados, aunque esté lleno, el recipiente luego de un rato estará vacío nuevamente. El agua se echó a perder y así será una y otra vez.
Cada vez que tomo de una fuente que no es Cristo en mi alma ocurre el efecto contrario, en lugar de quedar saciado, termino seco y con más sed.
La Corriente
Así venimos de fábrica, con un alma fracturada. Por eso Jesús dijo que “no se puede poner vino nuevo en odres viejos”. Cristo antes de poner su vida abundante, cambia nuestro corazón de piedra a uno de carne, para que podamos retener su agua que salta para vida eterna.
«Dios preparó de antemano un recipiente en nuestro ser interior que pueda soportar tanto caudales de agua viva»
Ahora, si bebemos de Cristo, si lo experimentamos en nuestro Espíritu, ya no tendremos más sed de las cosas que antes no lograban llenarnos. Y le aseguro que no querremos probar otra cosa que no sean sus manantiales fluyendo de nuestro interior.
¿Quieres probar esa agua?
Debemos abrirnos al Señor y pedirle que nos de sus manantiales de agua viva que ahora viven en nuestro interior, para experimentar esta realidad espiritual y no quede solo en conocimiento.
«aquel que cree en mí, como dice[a] la Escritura, de su interior brotarán ríos de agua viva».
Juan 7:38 NVI