Dicho de otra forma, o nos parece que la crisis es un problema o el verdadero problema es estar en crisis.
Cuando edificamos la vida en fundamentos efímeros y valores inconsistentes, en lo temporal y superficial, la tragedia es doble e inevitable. Es en el momento de la crisis cuando nos damos cuenta de con qué materiales hemos estado construyendo nuestra vida, nuestras relaciones, nuestros ministerios y nuestra identidad junto con el propósito.
La forma en que reaccionamos al atravesar las dificultades manifestará cuánto estamos preparados, o no, para enfrentarnos a las contingencias diarias; o aún más, nos demostrará qué capacidades reales acopiamos para afrontar los cambios que las crisis traen. La diferencia es tan grande como cuando edificamos una casa sobre la arena o sobre la roca (Lucas 6:47).
Y es allí que nos damos cuenta de lo anémico o nutridos que estamos en nuestro desarrollo personal: espíritu, alma y cuerpo. Condición que nos expone, haciéndonos vulnerables para poder resolver eficazmente los conflictos de la vida cotidiana como los contratiempos que en la misma afrontaremos. El Proverbios 24:10 expresa: «Si fallas bajo presión, tu fuerza es escasa».
Es necesario que en el cuerpo de Cristo haya una mentalidad acorde a los tiempos que vivimos, una mentalidad conforme a lo que el Padre establece. Dios está removiendo todos los aspectos limitantes de su Iglesia, y nuestra mente está en primer lugar, tenemos urgentemente que redefinir lo que llamamos nuestra vida en relación con lo que Él está demandando en esta temporada.
“LA MENTALIDAD QUE POSEES RIGE TU ACTUAR PRESENTE Y DETERMINA TU ESTADÍA EN EL FUTURO”.
Para eso debemos mirar a través de la mente a la que tenemos acceso: la mente de Cristo, y desde allí gestionar lo temporal con una mentalidad de eternidad.
Me gustaría compartir algunas características de esta mente. No son simplemente tips que podamos copiar y llevar adelante; son frutos de una naturaleza, la naturaleza del nuevo hombre en Cristo. Menciono esto porque tendemos a escuchar un mensaje y tratamos de ponerlo en práctica desde una mente adámica y, al no lograrlo, nos produce frustración y lo que es peor, nos hace caer en incredulidad del poder del Padre.
1- Menospreciar el sufrimiento
Cuando hablamos de estos temas siempre estamos viendo la forma en la que vamos a vencer o zafar de los procesos de crisis y sufrimiento, olvidando que son éstos los que dan la oportunidad a la expansión de nuestra vida y experiencia en el Espíritu.
Estoy convencido de que debemos transicionar de una mente de hijos espirituales a una mente de hijos que tienen la capacidad de ser Padres de una generación que así lo está clamando.
Un hijo reclama todo para sí: atención, miradas, recursos. Todo gira alrededor de él. Pero un Padre sin dejar de ser hijo, tiene la madurez de ver y velar por otro, que cuida, protege, porque un Padre tiene el corazón dispuesto a darlo todo y tomar el lugar del hijo.
2- Una mentalidad de peregrinaje
Cuando vivimos en Cristo los cambios son constantes, vamos de proceso en proceso, de gloria en gloria; porque nuestro Padre pide continuamente en nuestro viaje a través de la fe que obremos cambios en nosotros, como Pedro nos exhorta en 2 Pedro 1:5-6, a obrar con diligencia en este tipo de cambios.
Y es esta mentalidad de peregrinaje la que nos vuelve a posicionar en verdades eternas, donde se nos exhorta a no hacernos tesoros en la tierra sino en los cielos, en donde nuestro Señor Jesucristo, conociendo la tierra y el hogar en el Padre, desea volver al Padre. No te confundas, nuestro hogar está en el Padre.
“Debemos adquirir la capacidad de cambios para no estancarnos en cada mover de Dios”.
Las emociones o los sentimientos siempre demandarán de nosotros cambios constantes, nunca se estacionan, lo que se requiere es que nuestra madurez espiritual sea apta para expresarse, y nuestra carne esté lo suficientemente entrenada para sujetarse.
Lo inesperado nunca lo sabremos, lo que sí es posible saber es con qué herramientas espirituales contamos para enfrentarnos a la crisis. Si cuando la crisis llega estamos preparados y establecidos en fundamentos sólidos, la crisis será una oportunidad más para implementar los recursos internos que poseemos en Cristo haciéndonos más diestros para la resolución de problemas.
Por eso, cuando hablo de crisis, y de atravesarlas, hablo más allá de aprender a cómo gobernar sobre ellas con nuestra mente natural, o atar toda influencia demoníaca, o cortar formas en las cuales hemos sido inducidos desde la niñez. Me refiero al carácter de una persona que ha pasado por la cruz, que ha muerto a su vida y ha sido formada en la imagen de Cristo, el cual es la manifestación y la esencia de sus motivaciones, la perspectiva de su vida, la mentalidad y postura que posee ante las circunstancias.
Para esto es importante entender profundamente que la obra de Dios y su efecto en la humanidad implica más que la provisión que deseas o la posición a la que aspiras; este entendimiento requiere de la madurez de Cristo en tu persona, la reflexión es ¿estamos a la altura?