El corazón humano es una bóveda selectiva, con la habilidad nata de guardar las interacciones con otros con una variedad de interpretaciones.
Cuando alguien más nos amenaza o insulta, tendemos a grabar la ofensa en el corazón como una narrativa donde nosotros somos la víctima de la historia. El trabajo de nuestra mente de escribir narrativas coherentes clasifica nuestras relaciones entre aquellos que nos hacen daño y otros que nos agregan valor. Este proceso es misterioso y, como todos los procesos humanos, es contaminado por el pecado que mora en nosotros. Según la Biblia, el corazón tiene una naturaleza engañosa y los hijos de Dios debemos ser intencionales en buscar la Verdad cuando nuestro mismo corazón busca engañarnos.
Una de las maneras principales en que nos engañamos es creer que si guardamos una ofensa en nuestro corazón, podremos tener algún tipo de justicia y sentirnos mejor. Sin embargo, seguir a Cristo nos lleva a una forma de vivir marcada por la libertad y el perdón. Necesitamos ser honestos y quietos para identificar si lo que creemos haber perdonado sigue alquilando espacios en los rincones de nuestro corazón.
¿Cómo puedes saber si sigues guardando ofensas en el corazón?
En primer lugar, una manera de detectar si estás guardando una ofensa en tu corazón es darte cuenta si estás preparando discursos o ensayando conversaciones para una posible confrontación. Todos hemos hecho el trabajo de preparar nuestras notas mentales sobre lo que diríamos a una persona si tuviéramos la oportunidad de hablar sobre la forma en que nos ofendieron.
Muchas veces estas confrontaciones nunca pasarán, pero gastamos energía mental en prepararnos. Solamente nos preparamos para las cosas que consideramos como amenazas y un corazón que hospeda ofensas cree que el dolor del pasado se traduce en una amenaza presente. Guardar una ofensa solo sirve de combustible para que el corazón nos siga engañando.
Si te das cuenta de que tu mente automáticamente está preparando diálogos para confrontar a otra persona sobre lo que ha pasado, probablemente estés guardando una ofensa en tu corazón.
David McCormick
Otra forma de saber si sigues guardando una ofensa clandestina en tu corazón es de evaluar la relación entre lo que sientes y lo que buscas racionalizar. Una reacción emocional es una respuesta a lo que está ocurriendo en tu corazón y la presencia de enojo, confusión, vergüenza o tristeza puede ser un aviso de que sigues masticando ofensas que no has logrado perdonar por completo.
Cuando surgen estas emociones, muchas veces queremos racionalizarlas y pensar que ya no importa o que no fue para tanto. Si notas tu reflejo de racionalizar lo que sientes sobre una ofensa, te invitaría a tomar un tiempo en oración para nombrar la emoción y entender por qué te sientes así. Este proceso no se trata de obedecer a nuestras emociones y no perdonar hasta que sintamos hacerlo, sino que nos lleva a invitar al Espíritu de Dios a ayudarnos a procesar lo que sentimos y responder en obediencia. No nos gusta este proceso porque no es algo automático ni rápido. Quisiéramos que el perdón fuese una decisión única que resetea nuestras emociones. Sin embargo, nunca debemos dejar de procesar nuestras emociones en oración y escarbar la tierra dura con la tierna orientación de Dios.
Además de los procesos internos, hay una forma externa de analizar si una ofensa sigue habitando en el corazón. Cuando pasa algo difícil en la vida, naturalmente buscamos contarle a alguien más. Deseamos que otra persona nos escuche para validarnos y realmente entendernos. Pero las ofensas almacenadas en el corazón crean una sed insaciable de validación externa. Cuando sientes el impulso de contar la historia una y otra vez sobre cómo alguien te ofendió, ya no estás buscando que una persona te escuche: buscas atención.
Es bueno y necesario tener personas en tu vida que puedan escucharte sin llevarte a pecar en murmuración, pero cuando estás contando la misma historia a muchas personas o muchas veces a la misma persona, es momento de analizar lo que está pasando realmente. Personalmente conozco personas que me han contado la misma historia muchísimas veces sobre el mismo suceso y esto revela que ellos siguen necesitando algo que solamente Dios puede ofrecer. Aunque la interacción saludable de externalizar lo difícil es bueno y necesaria, no reemplaza el consuelo y paz que solamente Dios nos puede ofrecer.
Si te das cuenta de que tu corazón sigue refugiando ofensas, estás en el punto perfecto para abrir tu corazón más genuinamente delante de Dios. Dios no minimiza la ofensa diciendo que no fue algo difícil o injusto. Él no nos miente para consolarnos. Él nos dice la verdad. La verdad es que tendremos que lidiar con el pecado en este mundo y nos ha equipado para caminar en libertad.
Esta libertad nace en la disposición del corazón de perdonar y crece con el empoderamiento divino del Espíritu Santo. Él desea que seas libre. Para lograr esta libertad, Él te revelará la naturaleza de tu jaula emocional con el trabajo misericordioso de resaltar las ofensas que no has logrado perdonar por completo. El perdón que damos no es un evento sino un proceso largo de seguir a la fuente del amor para que podamos responder en misericordia y libertad. Si estás preparando discursos, racionalizando tu dolor o contando la misma historia vez tras vez, Dios te está ofreciendo un camino estrecho de responder en obediencia.
Esta obediencia no es una estrategia para tener la aprobación de Dios sino una respuesta al amor eterno que revela la naturaleza desastrosa de nuestros esfuerzos de obtener lo que queremos. Dios nos ofrece algo mucho mejor. Él nos ofrece lo que realmente necesitamos, y el perdón es el camino de libertad que tiene para nosotros.