El mundo prioriza el hedonismo, esa idea de que deberíamos dedicarnos a hacer aquellas cosas que nos produzcan placer inmediato. Estar inmersos en este tipo de corrientes ha desencadenado, aun en nuestro ámbito cristiano, que a veces optemos por las conductas que nos satisfacen y no por las que son correctas.
Pensar en acciones que pueden llegar a lastimar el corazón de Dios nos resulta complejo, quizás hasta imposible, el primer razonamiento nos lleva a decir “pero Dios no tiene corazón” y hasta cuestionamos si de verdad podemos llegar a lastimarlo. Creo que esto se resuelve con el planteamiento de la siguiente dicotomía: no, pero sí.
Abrimos la Biblia y una de las primeras expresiones con la que nos encontramos es “y vio Dios que era bueno”, esto no se refiere simplemente a una admiración de Dios hacía su creación, sino a un sentido de placer por lo que podía observar. Él se deleitaba mientras creaba.
Y si pensamos en un Dios que se deleita, también debemos saber que se molesta y que, en su momento, en la persona de Jesús se compadeció y hasta lloró (Jn. 2:13-25; Mt. 9:36; Jn. 11:35).
Vivir con la idea de que Dios no siente lo que nosotros sí es peligroso ya que podemos llegar a suponer que como no siente tampoco se interesa.
En esta búsqueda constante por realizar aquello que nos hace sentir bien, terminamos intentando llenar nuestros vacíos con cosas superficiales, efímeras; que a la larga lo único que producen en nosotros es soledad y más ganas de seguir en la búsqueda por escaparnos de la realidad, mientras aparentemente estamos siendo felices.
Aún poniéndole el nombre más llamativo que se nos ocurra, esa acción, ese placer temporal, lo único que está logrando es que cada día nos alejemos más de nuestro Creador, de quien se complace al vernos, pero a quien le duele cuando intentamos llenarnos con “algodones de azúcar”.
¿Por qué utilizo esa imagen? Simplemente porque creo que todos en algún momento hemos disfrutado de un algodón o un copo de azúcar, de eso que a la vista es tan apetitoso pero que al probarlo se termina deshaciendo en la boca, sin sustancia.
Creo que es la imagen que mejor describe lo que vivimos cuando decidimos optar por lo que este sistema nos ofrece y despreciamos lo que Dios tiene. Estoy seguro de que nadie cambiaría una porción de su plato preferido por un algodón de azúcar, excepto nosotros.
Esas licencias que nos tomamos, lo que decidimos guardarnos y no resolver, lo que permanece oculto pero tarde o temprano termina saliendo a la luz, puede llegar a entorpecer lo que Dios quiere hacer en nuestra vida, en tu vida.
Llegando a la conclusión permíteme este spoiler: acercarte a Dios y decidir que Él sea quien llene cada área de tu vida no será fácil. Prepárate para que tus decisiones sean cuestionadas, para que muchas veces seas incomprendido y hasta termines quedándote solo.
Sin embargo, ¿te adelanto algo más? Acercarte a Dios y decidir por lo que a Él le complace te llevará a conocerlo en profundidad y a depender plenamente de Él.
Si hay algo que vas a priorizar en este tiempo, que sea el permanecer cerca de Dios.
No te llenes con cualquier placer momentáneo, llénate de tu Creador y podrás disfrutar del saberte completo en Él.