Muchos Cristianos caen en el error de pensar que, al llegar a Jesús, sus problemas podrían comenzar a menguar o incluso desaparecer.
Sin embargo, la realidad tiende a ser muy distinta, aunque ahora somos nuevas criaturas, el entorno que nos rodea continúa siendo el mismo: un mundo caído, sin poder evitarlo, enfrentaremos dolor y sufrimiento.
Si pudiéramos hablar con José, quizás nos contaría que no fue fácil seguir confiando en Dios tras ser vendido como esclavo por sus propios hermanos, para más tarde ser condenado a la cárcel injustamente. Cuánto dolor habrá sentido Moisés cuando, siendo tan solo un niño, lo apartaron de su madre para someterse a las costumbres egipcias y vivir bajo la tutela de una madre adoptiva.
Me pregunto qué sentiría Abraham ante la idea de hacer heredero a un criado, mientras Dios parecía haberse olvidado por completo de sus promesas. Pero finalmente, cada etapa de sus vidas formaba parte de un plan divino que, debido a la visión limitada del ser humano, jamás hubieran podido comprender hasta verlo culminado. Y es que ninguno de los grandes personajes de la Biblia pudo llegar a su destino glorioso sin antes haber atravesado la aflicción.
Jesús mismo nos advirtió: “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo”, (Jn. 16:33).
El Señor jamás dijo que no transitaríamos por angustia o tribulación, jamás nos enseñó a huir de estos momentos. Él nos dejó una sola instrucción: “¡confiad!”. Porque sabía que de la misma manera que el oro no puede ser refinado sin pasar primero por el fuego, nosotros no podemos ser preparados para nuestro destino si primero no pasamos por el horno.
Las situaciones adversas, lejos de ser un arma de destrucción contra nuestras vidas, son instrumentos utilizados por Dios para moldear nuestro carácter y sacar nuestro mejor aroma.
“Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Romanos 8:28).
Personalmente, siendo tan solo un niño conocí de cerca la aflicción al crecer sin mi padre. Todavía resuenan de forma vívida en mi mente los comentarios crueles de los niños en la escuela. “Ya sé por qué murió tu padre —y tras una breve pausa dramática para esbozar una sonrisa maliciosa, continuaban— ¡porque tenía SIDA!”.
Por supuesto, no todo quedaba en acoso verbal. También sufrí de bullying físico por varios años mientras que, en medio de un hogar disfuncional, jamás pude encontrar la estabilidad emocional que un niño de mi edad necesitaba, principalmente por el alcoholismo de mi abuelo y una madre en parte ausente.
La pregunta que me hacía era: “¿es esto realmente lo que Dios quiere para mí?” ¡Por supuesto que no! Tiempo más tarde entendí que las malas decisiones que tomamos siempre nos llevarán a enfrentar serias consecuencias, en ocasiones, haciendo sufrir incluso a las futuras generaciones.
Sin embargo, hoy puedo ver que lo que Satanás trató de utilizar para mi destrucción y la destrucción de mi familia fue precisamente la plataforma que Dios utilizó para hacernos volver a Su diseño original. Porque fue en los momentos de mayor oscuridad en mi vida cuando comencé a ver la luz de Jesús, fue en el pozo de la desesperación donde me cautivó el infinito amor del Padre, fue en los momentos de mayor soledad donde conocí la hermosa compañía del Espíritu Santo.
Y lo que parecía ser mi peor tiempo se convirtió en el mejor tiempo, porque fue lo que Dios utilizó para estrechar Sus lazos de amor y direccionarse nuevamente hacia mi destino.
Dios se reveló a Moisés a través de una zarza. Un encuentro con Dios que cambió su vida por completo. Y si te fijas, esa zarza se encontraba en la soledad de un desierto.
Dios en un solo día cambió la vida de José, lo ascendió de convicto a gobernador de Egipto. Aquella prisión, el lugar donde parecía que terminaban de morir sus sueños, fue precisamente el punto de conexión con el palacio del faraón.
De la misma manera, Dios en un solo día puede cambiar también toda tu vida. Las circunstancias nunca van a tener el poder de destruirte, al contrario, Dios las utiliza a tu favor para preservar tu destino.
No te lamentes más por el lugar en el que te encuentras, porque es solo un camino hacia la meta final. Confía siempre en que nada se escapa del control de Dios. Él te está guiando cada día hacia Su propósito y, mientras tanto, está creando en ti un corazón que sea capaz de sobrellevar el peso de gloria que estás por recibir.
“Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria” (2 Corintios: 4:17).