La comunicación entre las personas no siempre ha sido una tarea sencilla o un proceso fluido, más bien, requiere de esfuerzo y un constante aprendizaje.
Quienes deseen alcanzar un tipo de comunicación en donde ambos individuos comprendan el mensaje deben tener la predisposición para ello. Cuando esto no se da de forma satisfactoria, puede convertirse en un grave problema. Parejas, familias, relaciones laborales e incluso vínculos amistosos pueden verse dañados por no saber comunicarnos de forma adecuada.
Hoy quiero centrarme en la comunicación, pero la que se establece en el vínculo padres-hijos. Hijos de todas las edades, no importa la etapa evolutiva que estén atravesando; hijos infantes, adolescentes, adultos, incluso hijos mayores.
Es necesario que nos acerquemos a nuestros hijos de forma asertiva y para eso es requisito saber comunicarnos con ellos, aprender a gestionar nuestras emociones frente a sus demandas y regalarles lo más valioso que tenemos: nuestro tiempo.
Para ello, me gustaría mostrarte algunas pautas o herramientas que van a ayudarte en el proceso, siempre teniendo en cuenta y adaptándolas a la edad mental, edad cronológica y a las características personales de cada uno.
En primer lugar, es importante que generemos empatía con nuestros hijos. En otras palabras, que nos pongamos en su lugar tanto desde un nivel emocional (psicológico) como desde el plano físico, dejando de lado cualquier cosa que estemos haciendo para sentarnos a su altura y, desde ahí, charlar temas que a ellos les interesen.
En segundo lugar, es importante que fomentemos espacios de comunicación con ellos. Además de buscar espacios agradables y tranquilos, encontrar el momento oportuno para dedicarles tiempo, sabiendo que al fin y al cabo es lo mejor que le podemos regalar a nuestros hijos.
Por otro lado, considero valioso el determinarnos a usar un lenguaje concreto, simple y directo. Tendemos a dar indirectas de lo que esperamos de ellos y, por lo general, fallamos en el resultado por no ser claros en los límites, pedidos o directivas que les proporcionamos.
Seamos concretos cuando pretendamos su atención y simples para conversar con ellos. Nunca den nada por supuesto, pregunten todo y se sorprenderán al ver cómo pueden pensar o entender algo de una forma completamente distinta.
Para finalizar, y desde una mirada espiritual, tenemos una gran responsabilidad. Debemos preparar a una generación que pueda ser dueña de sus propias emociones, que sepa comunicarse de forma adecuada y que entienda lo que siente o piensa el que está enfrente.
Para esto, nuestros hijos necesitan madres y padres sólidos, entrenados en una comunicación que sea asertiva para que posteriormente ellos puedan adquirirla. Claro que esto no es tarea fácil, requiere tiempo y esfuerzo, pero nada vale más la pena que invertir y ofrendar nuestro tiempo en formar adultos capaces de transmitir un mensaje que contenga empatía, respeto y amor por las personas.
Nadie amó más que Jesús. En el recorrido de los Evangelios Él se demuestra como un líder que amaba, incluso a los que todos veían como perdidos. Sin ir más lejos, nuestro ejemplo está claro y como dice el apóstol Pablo a Timoteo: “Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza”.
Seamos para nuestros hijos, o para cualquiera que nos mire, un ejemplo de amor. Regalemos tiempo y desafiemos a nuestros hijos a convertirse en adultos que transmitan lo mismo a la siguiente generación.
¡Nos vemos la próxima!