Imaginá que en este momento querés tomarte un jugo de naranja. Agarrás la naranja, un exprimidor y empezás a apretar con fuerza. Cuándo aprietas, ¿Qué sale? ¿Por qué? ¿Puede salir jugo de otra cosa que no sea naranja?
Vamos a suponer que ahora no es una naranja, sino que sos vos, y los planes que venías proyectando no salieron como esperabas. Alguien te aprieta, te presiona, te dice algo que no te gusta o te ofende, y respondés con ira, odio, amargura o miedo. ¿Por qué sale eso? La respuesta es: sale lo que llevamos dentro. No podemos controlar cómo se comportarán los demás, pero lo que llevamos dentro es decisión nuestra.
La manera en la que respondemos a las acciones de los demás no tiene que ver con ellos, sino con nosotros mismos. Es decir, hay que dejar de culpar a factores externos por aquello que nos sucede, por cómo nos sentimos o cómo respondemos a las afrentas.
Esto nos lleva a pensar en la importancia de comprender qué nos lleva a actuar de determinadas maneras, y a encontrar la verdadera raíz de nuestros enfados y rencores, pues, a veces, depositamos estos sentimientos en los demás, sin descubrir que en realidad son un espejo de lo que llevamos dentro.
Claro que, al exprimir una naranja, solo saldrá jugo de naranja de ella. Del mismo modo, todo lo que sale desde tu interior es aquello que sos: lo que fuiste alimentando todo este tiempo y lo que has dejado crecer dentro de vos, lo que estás dejando que se manifieste en tu vida.
Suena fuerte, ¿no? Gracias a Dios, en Él tenemos todos los recursos para poder decidir de qué llenarnos, cómo reaccionar y qué manifestar.
En el Nuevo Testamento, podemos encontrar una lucha constante entre la naturaleza pecaminosa y la nueva naturaleza. Aunque el Espíritu Santo vive dentro de nosotros, vivimos también en batalla con la naturaleza pecaminosa que quiere dominar no solo nuestro cuerpo, sino también nuestros pensamientos. Por eso Pablo, en Romanos 8, hace tanto hincapié en la importancia de ser controlados por la naturaleza de Cristo; permitir que el Espíritu controle nuestra mente es la única manera de tener vida y paz.
Los que viven conforme a la naturaleza pecaminosa fijan la mente en los deseos de tal naturaleza; en cambio, los que viven conforme al Espíritu fijan la mente en los deseos del Espíritu. La mentalidad pecaminosa es muerte, mientras que la mentalidad que proviene del Espíritu es vida y paz (…). Sin embargo, ustedes no viven según la naturaleza pecaminosa, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios vive en ustedes. Y, si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo.
Si no queremos estar llenos de malas reacciones, actitudes, pensamientos, tenemos que empezar a darle lugar a la naturaleza correcta.
“En cambio, dejen que el Espíritu les renueve los pensamientos y las actitudes” (Efesios 4:23, NTV).
“No imiten las conductas ni las costumbres de este mundo, más bien dejen que Dios los transforme en personas nuevas al cambiarles la manera de pensar. Entonces aprenderán a conocer la voluntad de Dios para ustedes, la cual es buena, agradable y perfecta” (Romanos 12:2, NTV).
En ambos versículos, encontramos que Dios puede cambiarnos los pensamientos, la forma de pensar o de sentir, pero somos nosotros los responsables de dejar que Él nos pueda cambiar. Él siempre está disponible para moldearnos y ayudarnos a ser mejores, Cristo mismo vive en nosotros; solo debemos darle lugar a su naturaleza. Pero… ¿lo hacemos?
“No se preocupen por nada; en cambio, oren por todo. Díganle a Dios lo que necesitan y denle gracias por todo lo que Él ha hecho. Así experimentarán la paz de Dios, que supera todo lo que podemos entender. La paz de Dios cuidará su corazón y su mente mientras vivan en Cristo Jesús”.
Necesito vivir en Cristo, dejar que Dios me llene por completo con su paz, con su amor. Solo Él puede cuidar nuestro corazón y nuestra mente.
Para cerrar, nosotros tenemos el mejor modelo, el más grande ejemplo de alguien que fue «apretado«, acusado injustamente, escupido, insultado. Todo lo que te imagines. Y aun así, «su jugo» fue bueno; lo que salió desde dentro de Él era amor, eran buenas reacciones. Ese ejemplo es Jesús (ver Isaías 53:7-9; Mateo 27:27-31,41-44).
La Biblia muestra que Él, en todo ese proceso, no dijo ni una palabra. No se defendió, no insultó a nadie, aunque tenía todos los motivos. Pero estaba lleno de Dios, entendía su propósito acá en la Tierra. Entendía que la justicia de Dios no era la de Él.
Ahora, yo te pregunto (y me pregunto): ¿Qué jugo estás dando? ¿Qué es lo primero que sale desde tu interior cuando pasa algo que te duele, te enoja o escapa de tu control?
¿Querés cambiar tu jugo? ¿Cómo hago para cambiar mis reacciones, pensamientos y sentimientos?
– Dando lugar a la naturaleza de Cristo, quien vive en mí, y no, a la mía.
– Recordando y entendiendo el ejemplo de Jesús.
– Dejando que Dios transforme mi mente y mis pensamientos.
– Entendiendo el propósito de Dios, que Él siempre está en control y que su justicia no es la mía.