Un nuevo episodio en nuestro living, donde Sebastián Liendo conversó con Abel sobre su nuevo libro “Con los ojos del Espíritu”, cómo identificar qué tipos de cegueras sufrimos como cristianos, y cómo uno puede diferenciar la ceguera espiritual como Iglesia.
Ver con los ojos del Espíritu
Abel: Yo creo que hay algo que muchos cristianos evitan o evitamos, y es un aspecto que tanto en Jesús como en los apóstoles está todo el tiempo presente. Y estas expresiones parecen ser negativas, pero es un error que las personas las eviten. Muchos dicen “el evangelio es buena noticia”, pero evitar la parte que no le gusta al hombre oír también impide conocer cuál es la verdadera noticia del evangelio.
Entonces, por ejemplo, debemos llegar a entender que estamos ciegos, y de qué se trata esa ceguera. ¿Y por qué ante los ojos de Dios el hombre está ciego y vive como ciego? El peligro de no enfrentar esa condición o diagnóstico está en permanecer allí sencillamente y creer que mi vida es lo que estoy viendo, cuando en realidad no lo es.
De hecho, esta expresión de ver, de abrir los ojos del entendimiento, está dada por el apóstol Pablo y su pasión no era que las personas leyeran su carta, sino que pudieran ver lo mismo que él estaba viendo. En su oración en Efesios, él les dice “Yo lo que quiero es que ustedes vean, no que yo les pueda decir algo que yo he visto”.
Decir algo que yo he visto sería como decir “ustedes sean presos míos”, pero no, él quiere que ellos realmente puedan ver.
Entonces esa experiencia es la que buscamos en la Iglesia, porque es lo que nos vuelve edificadores. Es como si alguien me mandara a hacer un edificio y cada vez que alguien me vea revocando o pintando, me aplaudieran. No voy a querer que se termine el edificio, porque quiero que se queden viendo cómo yo edifico.
En realidad, los que edifican la Iglesia, lo que queremos es verla completa, en su estatura, ver la expresión de Cristo donde los que edifican desaparecen. O sea, no queremos edificar más, queremos terminar la tarea.
«La Iglesia no llega a expresarse por tener más gente haciendo cosas, sino por ver la expresión misma de esa vida».
Es por eso que lo importante es que cada miembro de la iglesia no sea sencillamente guiados por alguien que ve, sino que pueda ver. Eso es lo que anhelamos, que todos vean, que todos puedan abrir sus ojos y ser guiados por esa vida que viene de Dios para todos los que creen.
¿Cómo el ser humano puede elegir ver como Dios ve?
Abel: No sé si las personas deciden, si no que depende sencillamente de cómo responden a esa misma gracia y al llamado que Dios hace a todos los hombres, el llamado a la vida. Creo que es muy posible ser distraído, ser seducido y pasarse toda la vida persiguiendo un fin terrenal y pensar que eso es tener una visión en la vida. Entonces yo de pronto podría encontrarme con alguien que no es exitoso en sus objetivos, o que sencillamente no tiene objetivos y decir “yo soy el que ve y él está ciego”.
Ante los ojos de Dios, mi objetivo personal podría ser la verdadera ceguera. Creo que estoy viendo, porque tengo un objetivo y porque parece que lo estoy alcanzando, pero no es así. De hecho, hay todo un libro en la Biblia que habla de eso, y es Eclesiastés. Fue escrito por un hombre altamente exitoso que en su sabiduría encuentra que cualquiera de las cosas por las que él ha vivido no tienen sentido, no tienen ningún fin ni provecho en la realidad. Es un libro demasiado que muchos cristianos han evitado confrontar. El Evangelio no viene a proveerme de herramientas para que yo obtenga mis propios fines.
¿Cuál es la ceguera más grande que hoy en día, como iglesia evangélica, estamos sufriendo?
Abel: Yo creo que cuando Jesús vio a los discípulos y les dijo: “Si alguno quiere seguir en pos de mí, tome su cruz y sígame”, evidentemente, ninguno de ellos lo estaba entendiendo. De hecho, cuando el Señor fue a la cruz, su vida estuvo en peligro y todos corrieron a cuidar sus propias vidas. Pero Jesús fue claro con ellos. ¿En qué aspecto? “No crean que este camino al cual yo los llevo, los está conduciendo a preservarse a ustedes”.
Cuando el Señor resucitó, se presentó ante ellos y les presentó el evangelio nuevamente, ahí hay un cambio. De hecho, ese cambio está descrito en muchas formas en los evangelios. Por ejemplo, cuando Jesús se apareció a alguno de ellos y no sabían que era Él, pero después los ojos le fueron abiertos, es decir, el Señor les otorgó la posibilidad de entender algo que antes no habían entendido o visto.
Pero esta vez hay un cambio, porque Jesús le dice “ahora vayan y esperen al Espíritu». Ellos no preguntaron cuánto tiempo tardaría, o qué era eso que iban a recibir. Ahora si había de parte de ellos una entrega completa a esa vida.
Creo que la ceguera más grande de cualquier cristiano o creyente en Dios es querer preservar su vida para sí mismo. Es una ceguera porque evidentemente cuando vemos qué es eso que yo quiero preservar, ya no quiero preservarlo.
Y segundo, cuando veo esa condición me doy cuenta que tampoco sirve, porque he visto a personas y a cristianos decir “yo quiero realmente morir a la vida que llevo”. Paso número uno, no se puede.
Yo no puedo terminar con un yo, que es todo en mi vida, que es el todo. Entonces ahí es donde empieza la verdadera obra del Evangelio, donde una pequeña luz me muestra que no tiene sentido, así como no lo tuvo para Dios, de tal manera que nos ofreció un nuevo nacimiento. No tuvo sentido para Dios preservar algo, tampoco lo tuvo para mí, porque si para Dios no tiene sentido preservar algo que Él ya decidió desechar, pero para mí sí tiene sentido preservarlo.