Hace algunas semanas, con los adolescentes y jóvenes de la iglesia hicimos una actividad en una plaza cercana. Mantas en el pasto, algo rico para compartir y también música. Al principio, compartimos unas palabras entre todos, y cuando terminamos, nos quedamos conversando y jugando en distintos grupos. En un momento, cuando estaba buscando algo para beber, ví que una de las chicas se había quedado sola. Le pedí a una de las líderes que vaya a hablar con ella y que le presente al resto de las chicas. Al día siguiente, me comentaron que esa joven sufría de ansiedad social, y que en ese mismo momento que la líder fue a hablarle, ella se estaba sintiendo muy mal porque estaba sola, y veía como los demás tenían con quien hablar y ella no. El grupo de chicas que la recibió la trató con mucho amor, como si se conocieran de siempre. Una semana después del evento, asistió a la reunión, y no solo eso, sino que al finalizar la misma nos acompañó a “la esquina”, actividad que hacemos en la calle, donde vamos de dos en dos a compartir de Cristo con las personas del barrio. Finalmente, ella misma pudo compartir su experiencia, hablar de los temores que tenía y cómo el amor que recibió de las chicas fue sanador e integrador para ella.
Muchos de nosotros pasamos por esto. En algunos casos es una constante, y ese miedo te mantiene encerrado durante años, tal vez desde siempre, sin permitirte poder relacionarte con otros, en especial con gente desconocida. En algunas oportunidades, pasamos tiempo con personas que nos hacen daño o nos maltratan, pero permanecemos allí porque no nos animamos a dejarlos, ni tampoco a buscar alguien nuevo a quien conocer.
A veces pensamos que nos van a rechazar, que van a hablar mal a nuestras espaldas, ¡o que ya lo están haciendo aún sin conocernos! También podemos pensar que no somos lo suficientemente agradables o carismáticos como para que nos vayan a recibir de buena gana, o que nos hablan bien porque están haciendo un esfuerzo para ser atentos con nosotros. Estos y otros pensamientos más nos atan y nos impiden experimentar la vida de Cristo en muchos aspectos. Sufrimos y la pasamos muy mal.
Cuando Jesús tuvo que resumir la Biblia entera en pocas palabras, no dudó y dijo: “ama a Dios con todo tu corazón, y ama a tu prójimo como a tí mismo”. Sí, a tu prójimo, no a tu amigo. El amor de Dios que llevas contigo es para todos, no para que lo uses solo con los tuyos.
Pero Dios puso en muchos una hermosa cuota de su amor, que hace que dejen de pensar en sí mismos y estén atentos a las personas que, como esta chica, se encuentran solas y necesitando desesperadamente que alguien sea Cristo para ellas.
Jesús tenía amigos, pero la mayor parte del tiempo, lo pasó dedicado a los demás. Estaba con personas de mala fama como los cobradores de impuestos, pecadores como las prostitutas y los ladrones, enfermos como los leprosos, lisiados y aún los endemoniados. Cuando buscó a sus discípulos no lo hizo en las sinagogas, entre los estudiantes, sino buscó entre la gente común. Jesús tenía amigos, pero también tenía mucho amor para dar, y no se lo reservaba para sus conocidos ni cercanos, sino que lo compartía con cuanta persona se cruzaba. Buscó tener el mayor contacto posible con todas las personas que pudo, porque sabía que tenía algo demasiado valioso como para mezquinarlo. Portaba el amor del Padre, un amor perfecto y con un poder sanador como ningún otro, ni en el cielo, ni en la tierra.
Cuando estaba en la escuela secundaria, enseñanza media acá en Argentina, recuerdo haber pasado prácticamente todos los recreos de los primeros dos años del colegio en la biblioteca. Y no porque me gustara leer, sino para esconderme o resguardarme del resto de los compañeros de otras divisiones. Pero un día Dios me acercó un amigo, que trajo para mí ese amor de Cristo. Me habló, me presentó a los demás, me integró a sus grupos y me sacó de la cueva.
Puede que no te esté pasando esto; esta palabra es para ti también. El amor que Dios te dio es para que lo compartas, pero no con tu círculo íntimo, sino con todos los demás.
“Si solo amas a quienes te aman, ¿qué recompensa hay por eso? Hasta los corruptos cobradores de impuestos hacen lo mismo. Si eres amable solo con tus amigos, ¿en qué te diferencias de cualquier otro? Hasta los paganos hacen lo mismo.” Mateo 5:46-47 NTV
Barbi, otra de las chicas que pasaba por una situación similar, ese mismo sábado en la iglesia recibió una palabra de parte de Dios: “no huyas”. Al igual que Jesús, quiso pasar la copa, pero recibió fuerzas del Padre y pudo permanecer. Esta palabra también es para tí, tienes mucho amor de Cristo para dar, y te lo estás reservando hasta poder encontrar a un amigo/a a quién dárselo. Pero Dios hoy te está invitando a compartirlo, sin mirar a quién. También te está llamando a dejarte amar. Él puede hacerlo todo nuevo hoy. No huyas.