¿Sabes lo que es un poder legal? Es un documento escrito que autoriza a una persona para actuar en nombre de otra. Poseemos un documento escrito, la Biblia, en el cual Jesús dice: “… en mi nombre expulsarán demonios; hablarán en nuevas lenguas; tomarán en sus manos serpientes; y, cuando beban algo venenoso, no les hará daño alguno; pondrán las manos sobre los enfermos, y estos recobrarán la salud” (Marcos 16:17-18).
¡Jesús nos autoriza a obrar en su nombre! Como hijos de Dios tenemos el derecho de usar el nombre de Jesús y declarar la Palabra de Dios con autoridad.
Jesús usaba las palabras para sanar y liberar. A un demonio le dijo: «¡Cállate!(…) ¡Sal de ese hombre!» (Marcos 1:25). A un leproso: «… Sí, quiero. ¡Queda limpio!» (Marcos 1:41). Al hombre que fue traído por cuatro: «A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa» (Marcos 2:11). Al que tenía la mano seca Jesús le ordenó: «… Extiende la mano» (Marcos 3:5). Al viento: «… ¡Silencio! ¡Cálmate!» (Marcos 4:39).
A la niña muerta: «… Niña a ti te digo, ¡levántate!» (Marcos 5:41). ¿Lo ves? Jesús usaba el poder de la declaración para hacer milagros, y los apóstoles siguieron su ejemplo. En Hechos 3:1-7 vemos que Pedro no hace una oración sino una declaración: «… En el nombre de Jesucristo de Nazaret, ¡levántate y anda!«.
La Biblia dice que podríamos quedar enlazados con los dichos de nuestra boca, (Proverbios 6:2). No hables todo el tiempo acerca de tus problemas. Habla de la solución en el Señor. La Escritura dice: “Diga el débil, fuerte soy”. No dice que hable sobre su debilidad o que llame a todos los que conoce para que se quejen de la debilidad, sino que el débil diga exactamente lo contrario a cómo se siente.
¡Tú puedes crear un futuro de esperanza y bendición si alineas tus palabras a los propósitos de Dios!
En oposición, no puedes esperar victoria si constantemente profetizas derrota; abundancia si hablas miseria; milagros si proclamas incredulidad. La salvación (Juan 1:12; Hechos 2:21 y 4:12; Romanos 10:1); la sanidad (Hechos 3:6, 16; 4:10,12); la victoria sobre las fuerzas de Satanás (Filipenses 2:9-11) y el acceso al Padre por la oración (Juan 14:13-14; 15:16; 16:23-24) son algunas de las maravillas prometidas en la Palabra, las cuales podemos proclamar y disfrutar en este tiempo que Dios nos concede.
La otra cara de la moneda
Pero veamos la contracara. La letra de una canción dice: “Él amó tanto al hombre que a su hijo entregó, olvidó mis pecados, me dio salvación. En una cruz de madera cargando todo dolor…”. ¿Qué necesidad tenía Dios de entregar a su Hijo? Jesús murió para salvar a gente malvada, desconocida y desagradecida como somos tú y yo.
Y, ¿cómo le correspondemos? No queremos hacer ningún sacrificio por Dios. No somos capaces de levantarnos unos minutos antes de ir al trabajo para orar. En la mesa balbuceamos oraciones exprés, sin sentimiento y sin sustancia. Por las noches somos tan mezquinos que ni recordamos darle las gracias por el día que nos permitió vivir. Vivimos demandando y casi nunca agradeciendo.
¡Qué desfachatados y tacaños que somos! No oramos por las madrugadas y somos descuidados a la hora de congregarnos. ¿Y qué decir de la lectura bíblica? Eso sí, cuando Dios no satisface nuestros caprichos o no contesta nuestras oraciones somos capaces de hacerle un berrinche en su propia cara. Hablamos descaradamente, nos enojamos y pataleamos.
Algo anda muy mal. Mejor dicho, no es algo, es alguien: NOSOTROS. Dios no está de oferta ni es nuestro sirviente. Las declaraciones no son positivismo y la Biblia no es el horóscopo ni el diario de turno para leer solo lo que nos parece divertido, agradable o reconfortante. ¿Cómo pretendemos vivir bajos cielos abiertos y esperar que el Señor nos bendiga si vivimos ignorando su presencia?
Dios quiere que declaremos su Palabra con autoridad, pero que vivamos conforme a ella. La única prueba de la obra del Señor en una persona son sus frutos: un cambio radical en su estilo de vida. No es ir a la iglesia o conocer de memoria el orden de los libros de la Biblia. Tampoco recitar las promesas como si fueran automáticas. La mayoría de las promesas están condicionadas a la obediencia.
La lectura de la Biblia debe impulsarnos a buscar a Dios para conocerlo íntimamente y no solo para demandar sus promesas. Jesús declaraba con autoridad porque operaba bajo la unción del Espíritu Santo. Los primeros cristianos comenzaron su trabajo bajo la unción del Espíritu Santo. Hacer cualquier cosa sin estar en sujeción a Él es como querer atravesar el océano caminando, ¡imposible!
En definitiva, no te ates con tus palabras, no te maldigas. Cuida tu vocabulario. Sé consciente de la presencia de Dios a tu lado y hónralo con un lenguaje de fe. Por último, vive en sujeción al Espíritu Santo para que tengas acceso a todas las promesas que contiene la Biblia. Rinde todo tu ser al Espíritu de Dios y dile que quieres vivir en obediencia. Luego proclama con autoridad:
- Declaro salud porque “Dios es mi sanador” (Éxodo 15:26).
- Declaro provisión y prosperidad conforme a Filipenses 4:19.
- Declaro que “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13).
- Declaro que la pobreza no es mi destino porque “mi Dios proveerá todo lo que me falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Filipenses 4:19).
- Declaro que el temor se va de mi vida porque “Dios no me ha dado el espíritu de cobardía, sino de poder, de amor, y de dominio propio”
(2 Timoteo 1:7). - Declaro que la duda y la incredulidad huyen de mí porque “Dios ha dado a todas sus criaturas la medida de la fe” (Romanos 12:3).
- Declaro que “Jehová es la fortaleza de mi vida” (Salmo 27:1).
- Declaro que viviré en victoria “porque mayor es el que está en nosotros, que el que está en el mundo” (1 Juan 4:4).