En esta oportunidad, pudimos conversar con Jorge Sennewald en medio del transcurso del retiro nacional de pastores de “Argentina, Oramos por Vos”, en Mar del Plata.
En este encuentro, Sebastián Liendo conversó con el pastor sobre la Iglesia de hoy en día y una generación que debe aprender a ser protagonista, pero sin robar la gloria que solo merece el Señor.
La Iglesia de hoy
Sebastián Liendo: Hoy en día, con la experiencia que usted tiene en el campo del Evangelio, ¿qué tiempo cree que está atravesando la juventud en la Iglesia?
Jorge Sennewald: Yo creo que es un tiempo y una oportunidad inigualables. Tienen que pasar algunas cosas. La gente mayor como yo tiene que dejar de tener miedo o abandonar inseguridades respecto a que alguien ocupe tu lugar, porque solo Dios es quien te da y te quita dicho lugar.
Además, mi generación tiene que poder disfrutar de sembrar jóvenes, y cuando ves que progresan, en vez de sentir celos o preocuparte, más bien decí: “¡Guau! ¡Qué bendición que yo sea parte de ese éxito!”.
Creo que Dios tiene preparado algo grande para la Iglesia. Yo les decía a mis amigos pastores: “No quiero la Iglesia que tenía antes de la pandemia”. Vi a todos los pastores preocupados por recuperar esa Iglesia anterior a la pandemia, pensando en “cuántos miembros faltan y cuántos no vinieron”. Yo quiero una Iglesia mucho mejor. Creo que la Iglesia pospandemia es una más llena del Espíritu Santo, con menos protagonismo del hombre y más protagonismo de Jesús.
¿Por qué? Porque cada vez que Dios te mete en una prueba, si vivís tomado de su mano, algo mejor te espera.
SL: Pienso que en este tiempo el Espíritu fue revelando a la Iglesia también acerca de Jesucristo. Ayer lo escuché hablar a usted y decir que Cristo tenía que ser el balance de todas las cosas; Cristo en el centro era lo que iba a equilibrar.
JS: Exacto, porque yo creo que la Iglesia está planeada en esta temporada para ser protagonista de la sociedad, en este caso, de Argentina. Pero no nos engañemos, una Iglesia centrada en Jesucristo y no centrada en las personas.
Dios no tiene problema con nada, ni con la fama. Dios puede hacer gente famosa, porque permite que lo sea para que luego dé testimonio de quién lo llevó a ese lugar. Pero Dios sí tiene problema con la gloria, o sea, no te quedes con lo que le pertenece a Él, la gloria es solo suya.
Pienso que la Iglesia de esta temporada es una Iglesia fuerte, protagonista, pero con la centralidad de Jesús.
LA IGLESIA QUE AFECTA EN LA SOCIEDAD
SL: ¿De qué manera la Iglesia puede afectar puntos específicos de la sociedad?
JS: Creo que, principalmente, no negociando su primogenitura por un plato de lentejas. Si somos Iglesia, en cada lugar donde Dios nos pone, Él nos va a respaldar. Una vez terminé de predicar un sermón en la iglesia; vino una hermana y me dijo: “Tengo una compañera de trabajo, a la que invité todos los domingos, y nunca viene. Si viniera y escuchara sus mensajes, seguramente se convertiría”. Y yo, que soy especialista en ser “mala onda”, le dije: “¿Sabés qué? Creo que no va a venir nunca”. Y la hermana me puso una cara como de sorprendida. “¿Y sabés por qué? Porque Dios la ama tanto que le mandó la Iglesia a la oficina. Vos sos la Iglesia. Sé Iglesia, y capaz que un día me traés a una hermana en Cristo a ver, a escuchar el mensaje, y no alguien que se convierta”.
Dice la Palabra que todo lo que pise la planta de nuestro pie será nuestro. Por lo tanto, si yo soy Iglesia en cada ámbito, Dios me va a conceder el gobierno y la autoridad de ese lugar, sin importar cuál sea ese espacio.
SL: Eso es increíble, porque en el Nuevo Pacto todo se empieza a convertir en un templo, todo se empieza a convertir en espiritual porque habitamos en Él, nos movemos y lo hacemos todo en Él.
Pablo dice: “que lo que comas, lo que bebas, todo lo que hagas sea para la gloria de Dios”. Y ahora entendemos que la gloria de Dios se expresa en nosotros. Por ejemplo, en cosas simples.
Entonces empezamos a ver los ojos de Dios en los ojos de la persona que tenemos enfrente, y comenzamos a tener el disfrute seguro de poder encontrar a Jesús en las personas, entendiendo que nosotros no las amamos porque Dios nos lo dice, sino porque amamos a Dios en la personas.