Cuando mi hija de 1 año toma un jugo de esos chiquitos, que vienen en envase de cartón y con un sorbete pegado, suele apretarlo de más y mojarse la cara y la ropa. Eso es porque todavía no sabe administrar la medida justa de tensión que requiere cada cosa que sujeta con sus manos. Esta realidad, que ha sido la misma para todos los que hoy somos adultos, no me lleva de ninguna manera a considerar la idea de cortar su pulgar, para que deje de salpicarse.

Perdón por la analogía tomada de una película de terror. Mi punto es que, en la vida hay tensiones que no podemos simplemente eliminar, que más bien tenemos que aprender a administrar, a calibrar cuidadosamente, tensiones que demandan recurrentes correcciones. El asunto del aborto enfrenta desde hace tiempo al mundo evangélico a un difícil pero necesario desafío de calibrar una tensión que habita entre dos extremos: el odio visceral hacia las personas que están a favor del aborto y/o que abortan, por un lado, y una teología de vida que no halla ninguna contradicción entre la fe y el aborto, incluyendo el total apoyo a que el Estado lo convierta en ley, como finalmente ha ocurrido, por el otro.

Jesús caminaba las tensiones, no las evadía. Y como sus representantes, tenemos que asumir esta realidad como propia de la vida en “este mundo”. Resolviendo la tensión por cualquier de los dos extremos, llegamos al mismo resultado: perdemos la misión, nuestra condición de sal y luz. Como seguidores de Jesús, tenemos que seguir permitiendo que la Biblia nos permee más que cualquier representante político que nos haya cautivado, o medio de comunicación que haya interpretado mejor nuestro sesgo de interés. Nunca se trató de “adaptarnos al mundo” sino más bien de comprender y practicar lo que Jesús sintetizó en el Padre Nuestro al pedir que “Venga tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”. ¿Más simple? Cómo ser Jesús, hoy, acá.

Una parte de la comunidad evangélica necesita volver, o ir por primera vez, a la Biblia, para tener en claro que nadie nace por error, que Dios tiene un plan para cada persona que pisa este mundo, y que la vida es tal desde su estado embrionario. Y esto es dicho en la misma Biblia cuyo personaje central ha sido pionero en ofrecer respeto y destacar la dignidad de la mujer en una cultura inmensamente más patriarcal que la nuestra. En la agenda de Dios está el amor a todos, incluidos quienes predican, defienden y practican o practicarán un aborto, pero sin perder nosotros de vista que estamos hablando de eso, una “vida”.

Escribo estas líneas a horas de que la ley de despenalización del aborto haya sido aprobada en el Senado. Mucho se ha dicho desde ambos lados. A favor de la postura celeste ya han sido claros los genetistas, juristas, médicos y todo tipo de profesionales que han intentado apegarse a los datos reales, a los debates en un terreno en común con quienes no comparten la misma fe, sin apelar a códigos propios como versículos o axiomas que repetimos al interior de nuestras comunidades del tipo “a Dios no le gusta”. El discurso verde varias veces ha aplicado la falacia del hombre de paja o espantapájaros a todos los interlocutores celestes, al responderles por religiosos y moralistas, cuando no eran esas las cartas que éstos estaban jugando. El lado celeste ha defendido, no desde la Biblia, sino desde la biología y la genética, que la vida comienza desde la concepción, que no hay semana 5, 10 14 o 22. Y que si hay vida, hay alguien sin voz que tiene que ser defendido. Un lado pensó que primero, o sólo, está la mujer para ser defendida, otro lado pensó que se podía defender a los dos, a la mujer pobre, sin educación, o la víctima de una violación, y también al niño por nacer, a la vez.

Pero perdimos

¿Cómo vamos a seguir defendiendo a todas las voces de acá en más? Estuve estos meses conversando con amigos y hermanos de países de la región que hace tiempo perdieron esta batalla, escuchando cómo se enfocaron en ser una alternativa. Escuché la noche del debate en Diputados al pastor Osvaldo Carníval compartir en un reportaje a La Corriente que desde 2018 se crearon más de 200 organizaciones que asisten a mujeres en embarazos vulnerables. Me consta el crecimiento de las organizaciones que promueven los hogares de tránsito, y se está trabajando por leyes y mecanismos de adopción superadores. Crece la cantidad de mujeres que, aunque en otro tiempo se hubieran sentido solas y desesperadas, hoy encuentran ayuda real de la iglesia y otras organizaciones. Que lo digan los de afuera, pero no los de la casa: la iglesia no respondió sólo con protestas, también lo hizo con propuestas.

A mi forma de verlo, al día de hoy, no tenemos un gobierno evolucionado. Pero sí tenemos una iglesia evolucionada. Muchas más personas involucradas. Muchos y muchas que están respondiendo al llamado de Dios a servir en esto con un “acá estoy”, y muchas personas que abrazan hoy caminar las tensiones del asunto sin callar o perder sus convicciones.

Tenemos que seguir levantando la voz. Esta ley se frenó una vez por esas voces. Esas mismas voces fueron y seguirán tomando formas de proyectos, de ministerios, de instituciones. Se seguirán levantando educando, enseñando, pastoreando, hablando con los niños, adolescentes, mujeres, generando espacios de contención, de información, de cuidados. Tenemos que seguir preguntándonos como aplicar el Gran Mandamiento de Jesús a cada uno en este tiempo. No nos tenemos que rendir en esta empresa.

Duele, pero seguirá habiendo muchas vidas que no podremos salvar.

Salvemos todas las que podamos.

Termino citando algunas frases de una canción del fallecido artista Gustavo Cerati que no deja de emocionarme cada vez que la escucho, y que enfoca mi corazón hoy, como cada vez que las cosas fuera de mi alcance no resultan como yo espero.

“Todavía queda tanto por decir
Tanto por decir
No me voy
Me quedo aquí”

No nos vamos. Nos quedamos, y seguimos.

38 años. Casado con Alejandra y soy papá de Grazia y Victoria; Más de 20 años en el ministerio juvenil. Actualmente pastor de jóvenes y adolecentes en Saddleback Buenos Aires a tiempo completo. Director de LAGRAM (Liderazgo y Adolescencia Grupo de Amigos), organización que se enfoca en servir a adolescentes y líderes de adolescentes.