Jesús siempre estaba rodeado de una multitud. La Palabra nos dice que en una ocasión, literalmente, “todo el pueblo vino a Él”. Leamos: “Y por la mañana volvió al templo, y todo el pueblo vino a Él; y sentado Él, les enseñaba” Juan 8:2, RVR60.
Uno se imagina la escena y piensa: “¡Qué privilegio tener a Jesús frente a frente!”. Sería mucho más práctico y sencillo oír las palabras de Jesús con esta gran ventaja, ¡verlo, tocarlo, oírlo en vivo y en directo!
Pero lo sorprendente aquí es que la mayoría en esta audiencia no tomaba en serio las palabras de nuestro Señor, ¡no eran verdaderamente discípulos! Si continuamos leyendo, vamos a encontrar lo siguiente: “Hablando Él estas cosas, muchos creyeron en Él. Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en Él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos” Juan 8:30-31, RVR60
¡No alcanzaba con creer! Si lees bien, expresa que les habló a los que habían creído. Había algo más profundo que asistir a una de sus enseñanzas; había algo más allá de buscarlo por un milagro: ¡ser verdaderamente su discípulo! No es estar en medio de la congregación, no es aprenderse de memoria sus dichos. Jesús claramente habla de “permanecer” en sus palabras.
¡Y qué engaño es creer que somos sus discípulos por asistir a una iglesia, por publicar algún versículo, por tener algún sticker en el auto! ¡No soy verdaderamente su discípulo si sus palabras pasan de largo por mi vida! ¡No soy verdaderamente su discípulo si pongo sus palabras como adorno y no como fundamento de mi vida!
Pero, para muchos, esta profundidad es incómoda; es más fácil un evangelio “light”, sin tanto compromiso, sin cambiar mis fundamentos; seguir a Cristo sin renunciar a mi vida; seguir a Cristo, pero viviendo en mis propias palabras… Pero lo cierto es que cuando la Palabra de Dios llega a nuestras vidas como fundamento, todo otro cimiento tiene que salir… No se puede ser un “discípulo verdadero” Juan 8:31 solo por oír la Palabra de Dios; tiene que haber un amor profundo por ella; hemos de amarla, obedecerla. De otra manera, caeríamos ante la primera tormenta.
Observa bien:
«Todo aquel que viene a mí, y oye mis palabras y las hace, os indicaré a quién es semejante. Semejante es al hombre que al edificar una casa, cavó y ahondó y puso el fundamento sobre la roca; y cuando vino una inundación, el río dio con ímpetu contra aquella casa, pero no la pudo mover, porque estaba fundada sobre la roca. Mas el que oyó y no hizo, semejante es al hombre que edificó su casa sobre tierra, sin fundamento; contra la cual el río dio con ímpetu, y luego cayó, y fue grande la ruina de aquella casa».
¡Grande la ruina! ¡Dura la caída de aquellos que son solo oidores, de aquellos que no quieren el compromiso! Jesús los llama: “no verdaderos”, “no comprometidos”. Antes de esta última parábola, Él había preguntado: “¿Por qué me llaman Señor, si solo escuchan? ¿Por qué se engañan y creen que me honran llamándome Señor, y no hacen?”. “Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes…” Juan 15:7. De esto se trata seguir verdaderamente a Cristo: permanecer en su Palabra y que su Palabra permanezca en mí, que realmente sea el manual de mi funcionamiento, que sea el panal del que día a día me voy nutriendo, que sea la fuente que voy bebiendo en medio de una tierra “seca y árida donde no hay aguas” Salmos 63:1.
Pero, en nuestros días, la oferta de tener una vida cristiana sin compromiso es alta; puedes seguir a Cristo sin vender todo lo que tienes ni renunciar a tu propia vida; puedes ser amigo de Dios y ser amigo del mundo… ¡Oro por tu vida, para que Dios te conceda su Palabra y ella sea el fundamento y permanencia de tu vida desde hoy y para siempre!