En el artículo anterior, aprendimos sobre la importancia de despojarnos de los conceptos que los demás tienen de nosotros, e incluso de la autopercepción que tenemos de nosotros mismos, para vernos como Dios nos ve. En este nuevo escrito, quiero que profundicemos un poco más sobre la identidad, con un enfoque en Cristo.
En abogacía, cada vez que se aprende un nuevo tema, se acostumbra primero a identificar cual es la naturaleza jurídica de aquella figura. En este caso, la naturaleza espiritual u origen de nuestra identidad en Jesús tiene que ver con un error. Sí, así como leíste. ¿Cómo es esto?
Si nos ponemos a indagar, encontraremos que Jesucristo es el resultado de una promesa que Dios le hizo a un pueblo específico, el pueblo de Israel. Él es el Mesías y Salvador que Jehová les prometió a los judíos, algo que podemos encontrar en muchos versículos bíblicos del Antiguo Testamento (Isaías 7:14; Isaías 9:6; Miqueas 5:2; Zacarías 9:9).
Ahora, ¿cómo llega la gracia de la salvación hacia nosotros si no somos del pueblo de Israel? Pues la respuesta es que el error que cometen los judíos al rechazar a Jesús hace que, de rebote, Dios nos adopte a nosotros como sus hijos, aunque sabemos que en Dios no hay errores y que también estaba profetizado que sucedería de esta manera (Isaías 53:3; Isaías 53:4-5; Isaías 53:12).
Si lo pensamos bien, en principio, no éramos merecedores de ser llamados hijos de Dios y tampoco éramos dignos de Jesús. Pero, como menciona Juan 1:11-12
“A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”.
Juan 1:11-12
Es decir que, para entender nuestra identidad en Cristo, debemos ser conscientes de que no merecíamos ser llamados hijos, sino que fue algo que nos alcanzó por gracia. Cuando entendemos eso, empezamos a ver la vida de otra manera, ya que muchas veces no valoramos ese regalo, lo tomamos livianamente y, en verdad, es algo que debemos agradecer día a día.
Además, debemos tener en cuenta que nuestra salvación no es gratuita, como muchos piensan. En realidad, tuvo un precio muy grande, solo que aquel precio no lo tuvimos que pagar nosotros, sino Jesús.
¿Qué pasaría si tuviéramos que pagar los pecados que cometemos cada día? Seguramente, lo pensaríamos dos veces antes de cometer una falta que deshonre a Dios.
«Una persona que tiene su identidad puesta en Cristo es consciente de que cada uno de nuestros errores le costó la vida a Jesús en la cruz por más duro que parezca».
Ema Ortega
Otro aspecto a valorar es que así como nuestro Salvador murió por nuestros pecados, también resucitó y prometió que volverá por nosotros. La promesa de la segunda venida de Cristo fue el motor de la Iglesia primitiva, y lo que hizo que el Evangelio se expandiera a todos los rincones de la Tierra, a distintas naciones y culturas.
Hoy en día, existe cierta reticencia en cuanto al apocalipsis y el final de los tiempos. Para muchos, este último libro de la Biblia provoca miedo y rechazo, cuando, en realidad, deberíamos anhelar el regreso de Jesucristo, viéndolo como un acontecimiento cercano y no, como algo que quisiéramos evitar.
La frase “Cristo viene” formaba parte del vocabulario diario de la Iglesia primitiva. Actualmente, muchos tienen como motor otras aspiraciones, cuando nuestra mayor aspiración debería ser encontrarnos cara a cara con Cristo.
Por último, comparto un texto bíblico muy conocido, pero que nos hace reflexionar y nos ayuda a tomar la posición que Dios quiere que asumamos.
«Velad, pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor. Pero sabed esto, que si el padre de familia supiera a qué hora el ladrón habría de venir, velaría y no lo dejaría entrar en su casa. Por tanto, también vosotros estad preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora que no pensáis». Mateo 24:43-44
Conclusión:
Que este fin de año nos encuentre velando y anhelando el regreso de Jesús. Que su gracia y amor abunde en nuestras casas, y Cristo encuentre a su Iglesia unida y preparada para su encuentro.
Esta Navidad no es más que una nueva oportunidad para reconciliarnos con nuestra verdadera identidad y tomar la posición que Cristo nos regaló al morir en la cruz, la posición de hijos.
“Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” .
HEBREOS 4:16
¡Felices fiestas! Dios les bendiga.