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Dios obra en medio de tu dolor

Caminar en medio del proceso y la prueba no ha sido tarea fácil en mi vida; he batallado por largos años las consecuencias de haber quebrado el diseño de Dios al caer en el engaño de las cirugías plásticas por vanidad. Podía sentir cómo mis huesos se secaban y mi salud se desvanecía cada día; la impotencia de no lograr librarme del interminable circuito médico, mi tiempo perdido, el dinero desperdiciado… Cada decisión era un pesar y la carga no parecía aliviarse.

En cierto punto de mi vida, pude percibir que mis aguas estaban amargas y que todo lo que había vivido durante tantos años había traído secuelas en mi interior. Había perdido la alegría, ya que los dolores físicos eran muchos y, casi sin darme cuenta, me había resbalado hacia aguas amargas; me había hundido en lo profundo de ellas, acostumbrándome al azote físico de cada día y recibiéndolo tal y como venía hasta tocar fondo.

Moisés les ordenó a los israelitas que partieran del Mar Rojo y se internaran en el desierto de Sur. Y los israelitas anduvieron tres días por el desierto sin hallar agua. Llegaron a Mara, lugar que se llama así porque sus aguas son amargas, y no pudieron apagar su sed allí. Comenzaron entonces a murmurar en contra de Moisés, y preguntaban: “¿Qué vamos a beber?”. Éxodo 15:22-24

El nombre Mara deriva del término “Marah”, palabra de origen hebreo que quiere decir: ‘Aquella que está afligida o apesadumbrada’.

Cada momento desgastante de sufrimiento, de prueba y de dolor me habían llenado de amargura, y aunque había perdonado al médico que me engañó, a mí misma y “a Dios”, el sabor amargo persistía casi sin advertirse.

Muchas veces, nuestras aguas almáticas se vuelven amargas y quienes están a tu alrededor —tu familia, esposo, hijos, padres— no pueden beber de ti. Son esos momentos en los que quieres desaparecer de la Tierra porque sientes que tus dolencias no se irán jamás y que tu carga será eterna. 

Fue a través de una experiencia puntual que me di cuenta de que todo lo que me rodeaba ya no tenía el mismo color, el mismo sabor, ni la misma intensidad de alegría, y resultaba tan difícil verlo por mí misma. 

Recuerdo un día en que mi esposo Máximo me preguntó: 

—Alicia, ¿guardas rencor con el doctor que te dañó? 

—¡No!, yo lo perdoné —le respondí.

En ese momento, comencé a indagar en mi interior: si mi esposo había visto señales de algo en mí, probablemente debía estar más atenta a cada detalle de mi alma; no fuera a ser que mi dolor físico me hubiera sumergido en aguas amargas de queja y, como petróleo negro, hubiera manchado mi corazón. Y es que no había percibido que mis lamentos de dolor habían llegado a oídos de aquellos que me rodeaban; pero las quejas no solamente impactan en la vida de quien las pronuncia sino, también, en la de aquellos que nos aman y nos acompañan en el proceso de dolor.

Llegó ese momento en el que me vi amarga; había perdonado, pero esa Alicia ya no reía tanto como antes, sino que vivía pendiente de los síntomas y secuelas de un pasado que se veía muy lejos. Mis aguas se habían enturbiado, se habían vuelto amargas y yo no me había dado cuenta.

Pero Dios, que nos ama tanto, siempre tiene una respuesta para nosotros; cuando reconocí llorando mi situación, le dije a Dios: “Hazme libre, Señor, no quiero la amargura en mí”.

“Moisés clamó al Señor, y él le mostró un pedazo de madera, el cual echó Moisés al agua, y al instante el agua se volvió dulce” .

Éxodo 15:25

El perdón es una posición de libertad en tu corazón espiritual; sin embargo, tus recuerdos quedan alojados en el alma, en tu mente, y si les prestas lugar, harán agujeros en tus huesos, molerán tu carne y transitarás tu vida con interminables sufrimientos que te acompañarán hasta el día de tu partida, a menos que tomes la decisión de irte de “Mara”, esa tierra de aguas amargas.

En el proceso de dejar atrás la tierra del dolor y la amargura, alimentar tu fe es un factor esencial, porque ella no solamente crece por oír la Palabra de Dios sino por la declaración que haces sobre tu vida y lo que confiesas acerca de ella.

Más allá de la situación que estés atravesando, nunca permitas que la queja forme parte de tus declaraciones; en momentos de prueba, lo mejor es guardar silencio, ya que nunca sabes si estás siendo probado por tu Padre. Más bien, en lugar de esbozar una queja, reemplázala por la mejor frase que puedes decir: “Dios está obrando”. Durante el tiempo de procesos nada, nada, nada tiene que robarle la gloria y la alabanza al Rey.

En medio de la prueba, Dios forja un carácter maduro que te lleva a descubrir que tus dolores no fueron en vano, sino que todo fue parte de un propósito para endulzar tus aguas. En ese proceso de aprendizaje, logré conocer a Dios y recibí de su perdón; mi conversión se hizo más profunda y mis revelaciones fueron en aumento. Cuando logras superar la prueba y el dolor, vas muriendo a tu “yo” para que viva Cristo en ti.

Tú vales mucho porque Él te ama, y porque te ama, quiere transformarte. Aprende a amar tu cuerpo, enséñale a tu mente a amarlo, acéptate tal cual eres. Pídele a Dios que te ayude y su Hijo Jesucristo, quien murió por nuestros pecados, comenzará una gran obra en ti. 

Quisiera que recibieras de mi parte un gran abrazo; abrázate a ti mismo y confiesa lo que dice la Biblia acerca de tu vida: 

“Dios empezó el buen trabajo en ustedes, y estoy seguro de que lo irá perfeccionando hasta el día en que Jesucristo vuelva” (Filipenses 1:6, TLA).

¡Bendiciones!

Alicia Pérez Rosa
Alicia Pérez Rosa
Licenciada en Teología Ministerial y parte del cuerpo pastoral del Ministerio Cita con la Vida en la ciudad de Córdoba, Argentina. Autora del libro "Volviendo al Diseño Original", es su biografía en la que trata los desafíos de la mujer actual exponiendo su experiencia con la cirugía plástica desde una mirada bíblica y científica.

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