Cuando mi papá, Carlos Annacondia, y mi mamá, María, recibieron a Jesús como su Salvador, en el año 1978, sus vidas cambiaron radicalmente tomando un rumbo totalmente distinto. Ahí fue cuando nuestra vocación social como familia se presentó y nunca más pudimos darle la espalda ni sacar esta tarea tan importante de nuestra lista de actividades diarias. Nuestros comienzos como familia y el ministerio evangelístico nos llevaron a los barrios más humildes y excluidos de la ciudad de Quilmes.
Recuerdo de muy pequeño ver cómo con mi papá llevábamos gente de la calle a nuestra casa y la asistíamos física y espiritualmente.
Se les cortaba el pelo, se los vestía y se les devolvía su dignidad. Hasta algunos de ellos se quedaban a vivir por un tiempo con nosotros.Fue algo que nunca se borró de mis recuerdos y, sin duda, marcó algo muy importante en mi corazón sin darme cuenta. Pero ahora, siendo más grande, recuerdo perfectamente dónde nació este sentimiento tan ferviente de servir al Señor de esta forma.
La niñez de mi esposa Analía no fue distinta, sino que Dios se encargó de entrelazar ambas historias con un mismo sentir y un mismo llamado desde nuestra juventud. Su tía, madre de cuatro hijos biológicos y tres adoptivos, también llevaba pequeños y mujeres que vivían en las calles a su casa para alimentarlos, sacarles los piojitos y asearlos. Fue una semilla sembrada en su corazón hasta el día de hoy.
Ambos caminos se conectaron y tomaron más forma en el año 2001, con el estallido de la crisis social y económica de la República Argentina. En esos días, muchos argentinos buscaban alimentos en los contenedores de basura. Y en el corazón de la familia surgió lo que fue Casa Misericordia.
Esta iniciativa la comenzamos junto a mis hermanas, cuñadas, mi esposa y un pequeño grupo de voluntarios, para poder aplacar y dar una mano a los más necesitados, los que peor la estaban pasando en ese momento tan malo. Se les ofrecía mercadería, comida, ropa y, obviamente, la Palabra de Jesús. Toda situación era una buena excusa para ganar más almas.
Luego de tres años de trabajo, cerramos las puertas ya que la situación del país había mejorado. Pero este sentir nunca dejó de latir y seguir presente, así es que con mi esposa y nuestras dos hijas, Juliana y Catalina, asistíamos a gente que encontrábamos en la calle.
Un ejemplo de ello fue un hombre de nuestro barrio llamado Raúl, que por el alcohol y los años viviendo en esas condiciones, ya no podía ni pararse de su colchón. Pero cada noche nuestras hijas no podían irse a dormir en paz hasta que no le llevábamos la comida y pasábamos un tiempo con él.
En el año 2015, nuestra vida como familia cambió rotundamente: nos unimos al proyecto Más Vida.
Junto con otros voluntarios comenzamos un trabajo intensivo en los lugares más críticos de la ciudad de Quilmes asistiendo gente en las plazas, en las estaciones de ferrocarril, gente abandonada en los hospitales.
También inauguramos nuestro cuartel de operaciones “Centro de asistencia social Más Vida”. Esto fue el resultado de haber visto la necesidad de ampliar en forma importante la asistencia en diferentes áreas como asistencia jurídica, asistencia médica, ropero social, ducha social, escuela de peluquería, de música, de costura y finalización del secundario para adultos (FINES).
Hoy contamos con más de 250 voluntarios activos, con brigadas, evangelismo urbano y una cocina de gran nivel profesional. Actualmente somos una de las organizaciones de acción comunitaria más reconocida de zona sur.
Y vamos por más
Al pasar el tiempo nos dimos cuenta de que nos fuimos enfocando en el evangelismo y en el mensaje de Jesús con el abordaje social. Estamos proyectándonos al 2021 para abrir cuatro sedes en diferentes partes estratégicas, muy necesitadas, de Quilmes. Haremos foco en las necesidades particulares de cada comunidad.
Nos dimos cuenta de que en estos últimos años creció mucho el consumo de drogas, la marginalidad, la trata de personas, la violencia intrafamiliar. Estos son temas que nos ocupan y preocupan cada día. Y nos enorgullece y nos incentiva a crecer y seguir cada día con esta acción tan hermosa que Dios puso en nosotros, que es mucho más sencilla que compleja. La gente necesita menos de lo que pensamos, necesita a Cristo.
Una vez me encontré con Nelson, un indigente que frecuentaba la estación de ferrocarril de Quilmes, de nacionalidad boliviana, que por causa del alcohol y del vicio había perdido a su familia. Cada viernes llegábamos como equipo al lugar y personalmente yo me dirigía a él para saber cómo estaba, qué necesitaba y orar por él, llamándolo siempre por el nombre y preguntándole por sus hijos.
Un día como cualquier otro de servicio, abrió su mochila y sacó un jugo de naranja, me lo mostró y me miró contento. Me dijo que era un regalo que me quería hacer por haberme preocupado y ocupado de él, por haberlo escuchado y ayudado. Hacia dos meses que había dejado de tomar alcohol y quería hacerme ese regalo por haberle demostrado afecto durante tanto tiempo. Después de cinco años, Nelson nunca más volvió a tomar alcohol y comenzó a trabajar en un reconocido restaurante de Quilmes como bachero.
Muchas veces, acercarnos y tender la mano es lo que puede cambiar la vida de alguien. Simplemente escuchar y darle valor como persona. Hay muchos Nelson en nuestras ciudades que necesitan que alguien los escuche y les tienda la mano, que oren por ellos, que los abracen y no les de miedo ensuciarse con el alma de los hombres.
Anímate a ser como Jesús, no necesitas ir muy lejos para poder hacerlo, comienza con la gente de tu alrededor y Él te va a ir llevando a lugares donde ni te imaginas que puedes llegar.