“Y cuando su alma partía, (pues murió), lo llamó Ben Oni (Hijo de mi Tristeza); pero su padre lo llamó Ben Jamín (Hijo de la Diestra)”. Génesis 35:18
Raquel, esposa de Jacob, da a luz su hijo menor y a causa de las dificultades del parto fallece. Antes de morir y cuando la partera le anuncia que tenía un nuevo hijo varón, ella le pone por nombre hijo de mi tristeza. Etiquetó a su propio hijo, según lo que ella había experimentado. Imagínese ese niño creciendo con el estigma de ser el: “Hijo de su tristeza”. Cuánta vergüenza y culpa habrá acarreado. Cuántas explicaciones debería dar ante aquellos que le preguntaran acerca del origen de su nombre.
Las personas ponen etiquetas, apodos según lo que ellos perciben de los demás. Las personas heridas van a herir a otros, como las personas amargadas van a subtitular a otros conforme su resentimiento.
Jacob rápidamente le cambia de nombre, se da cuenta del mal que le podría causar y dice: No se llamará Hijo de la Tristeza, de la Decepción, del Fracaso, ni del Dolor; se llamará: Hijo de mi Diestra, de mi Fortaleza, Hijo de Poder. Así fue que Benjamín creció y se convirtió en un líder, formó una de las tribus más destacadas de Israel. De allí surgieron reyes, linajes que gobernaron y engrandecieron a Israel.
Muchos hombres que hoy son considerados exitosos, tales como T. Édison, W. Disney, S. Spielberg, W. Churchill, A. Lincoln, padecieron menosprecio, los subestimaron y ridiculizaron. Pero el denominador común de todos ellos fue que no se quedaron con la etiqueta negativa que le pusieron otras personas. Decidieron vivir mejor que lo que esas etiquetas decían de ellos y alcanzar logros mayores que lo que otros les pronosticaron.
“La mayoría de las veces, las etiquetas que los hombres nos ponen no están de acuerdo con lo que Dios piensa de nosotros”.
Y si no sabemos cómo piensa Dios de nosotros, nunca encontraremos nuestra propia identidad ni llegaremos al destino de nuestra vida sino que estaremos sujetos a creer y vivir de acuerdo a esas etiquetas negativas que nos han puesto. Cuando pasa mucho tiempo, si no hemos removido esas etiquetas, quedarán incrustadas en las estructuras (fortalezas) de nuestro pensamiento y nos volvemos definitivamente lo que han dicho de nosotros.
Definitivamente nadie va a subir su propio nivel de vida, ni nadie va a poder vivir una vida plena si primero no remueve esas etiquetas. Cuántos de nosotros nos hemos criado escuchando: “Eso no es para ti; ya has fracasado antes; No sigas intentando, estás acabado; Nunca lo lograrás; deja de soñar, sé realista; No tienes recursos”.
Las palabras son como semillas. Si son sembradas en la mente y el corazón, echarán raíces y crecerán como una planta. El tema es que hay buenas y malas semillas y dan frutos buenos y frutos malos. Uno decide qué semilla dejará germinar en nuestra mente. Esas etiquetas negativas son como la maleza, como la mala hierba. No solo debes sembrar buena semilla sino también arrancar la mala.
Ante los profetas del fracaso debes declarar lo que la Palabra dice de tí y lo que puedes hacer. “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” Filipenses 4:13. Ante un error o una equivocación o un fracaso, los etiquetadores vendrán para decirle que no lo vuelva a intentar, que no eres talentoso, que no es lo suficientemente fuerte. Pero tú puedes escoger lo que la Palabra dice: “A los que aman a Dios, todas las cosas ayudan a bien. Diga el débil, fuerte soy. Soy más que vencedor por medio del que amó, Cristo”. Romanos 8.
El único poder que tienen es solo aquel que nosotros le podemos dar. Probablemente sean personas bien intencionadas las que han querido decir una verdad sobre tu vida. Un papá, una mamá, una maestra, un amigo. Pero tú no eres lo que los demás dicen de ti, ni puedes hacer solamente lo que ellos dicen que puedes hacer. Tu eres lo que tu Creador dice que eres y puedes hacer todo lo que solo Él dice que puedes llegar a hacer.
Dios no se equivoca. Los que se equivocan son los que dicen: Eres muy pequeño, Eres muy tímido. No tienes personalidad. Te falta experiencia.
Cada uno de nosotros ha sido creado a imagen y semejanza del Dios Todopoderoso. Dios te ha creado del tamaño correcto, de la personalidad correcta, con los dones correctos, con la apariencia.