A menudo somos comparados con árboles en la Palabra de Dios, y árboles plantados junto a ríos, o corrientes de agua. ¿Alguna vez te preguntaste el por qué?
“Pero benditos son los que confían en el Señor y han hecho que el Señor sea su esperanza y confianza. Son como árboles plantados junto a la ribera de un río con raíces que se hunden en las aguas. A esos árboles no les afecta el calor ni temen los largos meses de sequía. Sus hojas están siempre verdes y nunca dejan de producir fruto”. Jeremías 17:7-10 NTV
Consideremos la geografía y el tiempo donde se desarrolla la historia del pueblo de Israel. Si bien tiene una geografía muy variada con zonas montañosas no muy altas, costas, llanuras, la región árida representa más de la mitad del territorio.
El agua es vital para existir, crecer y fructificar, no sólo por la aridez del terreno sino por el fuerte sol que resquebraja la tierra. Extremos varias enseñanzas de esta comparación, en primer lugar podemos decir que vivimos en un mundo árido, hostil, como consecuencia de la rebeldía y pecado contra Dios.
Pero un día, como la mujer samaritana de Juan 4 nos encontramos con la fuente de vida que sacia la sed, con Jesucristo y todo cambió. Para mantener el fluir de esa vida, así como el árbol necesita del agua, nosotros necesitamos a Dios, para mantenernos vigorosos, llenos de vida y dar fruto. Necesitamos de la comunión constante, ininterrumpida con nuestro Padre celestial para enfrentar tiempos de sequías y calor. Tus raíces tienen que ser profundas y no superficiales para que en tiempos difíciles no sólo permanezcas sino que te mantengas dando fruto. ¿Cómo logramos esto?
Creo que el Padrenuestro, la oración guía que nos dejó Jesucristo, nos da una gran pista. Al orar “danos hoy el pan nuestro de cada día» entendemos que nuestra comunión con Dios es diaria. No sólo buscamos a Dios en tiempos de necesidad, sino que lo buscamos porque confiamos realmente en Él, y reconocemos que es la fuente de nuestra propia vida y que todo lo que necesitamos viene de Él.
Jesús en el Getsemaní les dijo a sus discípulos que velen y oren para no caer en tentación. Muchas veces relacionamos la tentación con hacer lo malo, aquello que no agrada a Dios, pero Jesús aquí se refiere a no caer en la tentación de NO hacer lo bueno, la voluntad de Dios en esos momentos difíciles (Jesús estaba orando que pasara de Él la copa del sufrimiento en la cruz si era posible, y su oración fue: no mi voluntad sino la tuya).
Si cantamos que amamos a Dios, que es nuestro deseo eterno, vamos a amar pasar tiempo con Él en oración, estudiando la Palabra para conocerlo cada día más. Quizás veías la oración como un rito religioso, una obligación por ser creyente, NO es tu privilegio y grandes son los beneficios que tenemos por pasar tiempo con nuestro Padre.
Otra lección que saco de esta comparación, es que en el tiempo Bíblico la manera de saber dónde había aguas subterráneas era justamente la vegetación, los árboles, esos lugares de refugio, descanso y vida. Esto me lleva a pensar que al estar en comunión con Dios nos convertimos en testimonios vivos a un mundo sediento que aquí hay agua que verdaderamente puede saciar la sed. Aquí hay esperanza y vida abundante. Me imagino un árbol frondoso meciendo sus verdes hojas llamando la atención a todos a que vengan a beber.
San Juan 7:37-39 nos cuenta: ‘En el último día, el más solemne de la fiesta, Jesús se puso de pie y exclamó:—¡Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba! De aquel que cree en mí, como dice la Escritura, brotarán ríos de agua viva. Con esto se refería al Espíritu que habrían de recibir más tarde los que creyeran en él…”
Mi amada hermana, es mi oración que tu comunión con el Señor sea renovada y que todo tu ser sea vigorizado por Aquel que es fuente inagotable de vida, esperanza, fortaleza y gracia. Que vuelvan a brotar ríos de agua viva de tu interior que bendigan a todos los que están a tu alrededor, comenzando por los tuyos. Veo que Dios te está introduciendo a un nuevo tiempo. Veo que transforma el desierto en un jardín hermoso, lleno de flores que destilan la dulce fragancia de una vida de comunión con la fuente de la vida.