Era sábado, precioso día soleado y no dejaba de ser una jornada muy agitada. Contaba con poco tiempo para hacer mucho; mi misión era aprovechar ese corto momento para sembrar la mayor cantidad de plantas en un espacio de mi propiedad. Vi mi reloj, entonces decidí hacer producir ese tiempo al máximo y trasplanté cerca de 12 plantas.
En algunas hice una mala maniobra y se me deshizo el armado donde estaba la raíz. Traté de recomponerlas y las planté como al resto suponiendo que podrían sobrevivir. Al pasar los días, se marchitaron y terminaron muriendo. Más allá de la pena tuve una gran lección: no podemos apurar los tiempos y esperar que todo resulte como imaginamos. Existe el tiempo para plantar y el tiempo para cosechar, pero no hay un tiempo para cosechar sin haber sembrado.
Solemos sobreestimar la cosecha, sin embargo ella requiere que nos ensuciemos las manos en la tierra, conocer lo que estamos plantando y dedicarnos para que esa plantación se desarrolle correctamente. Solo el que se dedica cuidadosamente a este proceso comprende el trabajo que conlleva y por ende está capacitado para cuidar, así también de los resultados que la misma tierra arroja. La paciencia produce buenas cosechas, el apuro las ahoga.
“Ningún acontecimiento en la vida de un hijo de Dios está librado al azar”.
Cada situación que ocurre está cargada de propósito y cuando no somos conscientes de ello, podemos perdernos de grandes oportunidades que el cielo nos presenta aquí y ahora. En los tiempos de abundancia lo lógico sería prever los próximos períodos que podrían ser de estrechez. Lo que nos lleva a planificar cuidadosamente, y ser sabios a la hora de disponer de lo que tenemos a nuestro alcance.
Ahora bien, es común ver que en la práctica nos comportamos de una forma muy distinta a este supuesto: solemos olvidar rápidamente lo que pueda llegar a pasar mañana y nos volcamos más bien al disfrute del presente sin tener en cuenta el factor “pérdida” o imprevisto. No todo lo que estamos viviendo ahora durará para siempre y es natural que así sea porque hay un curso de vida que se respeta, estemos o no de acuerdo con eso.
Pensemos cómo nuestro corazón reacciona cuando damos todo por seguro y sentado en nuestra vida. Job 1:21 (NVI) dice “El Señor ha dado; el Señor ha quitado. ¡Bendito sea el nombre del Señor!”. Un hombre justo e íntegro como ningún otro había pasado un fuerte lapso de sufrimiento, dolor, enfermedad y desgracia. Sin embargo, eso no fue excusa para volverse contra Dios y le reprochara lo que le estaba sucediendo.
“Todo tiene su momento; todo lo que sucede bajo el cielo ocurre de acuerdo a un plan. Hay un tiempo para nacer y otro para morir, un tiempo para plantar y otro para arrancar. Hay un tiempo para matar y otro para sanar; un tiempo para destruir y otro para construir. Hay un tiempo para llorar y otro para reír; un tiempo para estar triste y otro para bailar de alegría”. Eclesiastés 3:1-4 (PDT)
Hay tiempo para todo en la vida del ser humano, la pregunta es, ¿estamos preparados para vivir momentos inesperados que cambian en 180° nuestros planes a futuro? Las promociones o ascensos laborales, el fruto de nuestro crecimiento espiritual, una bendición familiar, una oportunidad económica excelente, son circunstancias a las que nos adaptamos fácilmente. Nos causan asombro, felicidad, plenitud y gratitud; llenan nuestro corazón de forma grata, y hasta nos sentimos privilegiados de haber sido favorecidos por la gracia de Dios.
Cuando no tenemos los resultados que estamos esperando, cuando en vez de recibir honra recibimos deshonra, cuando perdemos rápidamente algo que nos costó mucho esfuerzo obtener, ¿qué es lo primero que pensamos? La gratitud, la paz y la confianza en Él parecen quedar en último lugar en el torbellino de pensamientos y emociones que de pronto nos abordan.
O cuando alguien que amamos entrañablemente parte de este mundo y tenemos más preguntas que respuestas, necesitamos, en todos esos momentos de gran tensión, enfocar nuestra mente en Cristo. Porque las aparentes derrotas, pérdidas, o “malas rachas” no son nuestro destino final, sino hitos en el desarrollo de nuestra historia que Dios permite para que Su voluntad sea establecida y abrazada por nosotros.
En temporadas de felicidad y paz debemos hacer depósitos en nuestro corazón y espíritu para los momentos de tristeza y angustia. En los tiempos de abundancia y provisión divina debemos administrar y acumular en nuestro ser interior actitudes de agradecimiento y generosidad para estar siempre preparados cuando la necesidad llame a nuestra puerta.
Nuestro espíritu se fortalece cuando recordamos quién es Dios, no sólo lo que hace o aquello que por Su gracia nos brinda. Así como Su esencia no cambia con el tiempo ni con las circunstancias, así nuestra fe y carácter deben permanecer, respondiendo con fortaleza en los días malos.