¿Alguna vez fuiste víctima de tus impulsos y quedaste fuera de lugar? ¿Acaso, por un enojo, perdiste el control en estos últimos tiempos? ¿Qué emociones, circunstancias, personas, hacen que se te “salga la cadena”?
Si alguna vez anduviste en bicicleta, probablemente te pasó. Resulta que todo marchaba bien, venías en “piloto automático”, pero, en un determinado momento, sonaron ruidos extraños. Tras ellos y de repente: se soltó la cadena de la biela y comenzaste a pedalear en falso.
Posiblemente la bicicleta no estaba bien calibrada y lo que es aún peor: si seguías avanzando sin la cadena en su lugar, podrías lastimarte y lastimar a otros. Eso mismo sucede en nuestras relaciones interpersonales. Si hablamos o actuamos “sin la cadena”, probablemente salgamos heridos.
En estos días estamos viviendo mucha tensión, estrés y ansiedad propias del encierro. Un ejemplo claro es la preocupación que se genera por la salud de los seres queridos y aparece aquí el fantasma de la pérdida. Vienen a nuestra memoria sensaciones, imágenes, recuerdos, y queremos huir, pero no hay dónde.
Junto con mi esposo hemos atravesado temporadas de luchas hospitalarias en donde él se recuperó de un cáncer terminal y los cuidados sanitarios actuales, por momentos, nos conectan con aquellos tiempos. Otra arista es la económica, donde la mayoría ve afectado su poder adquisitivo.
También los hijos en casa día y noche, la falta de vida social, las largas filas en los lugares de compra, la lentitud en los tramites… ¡Si! ¡Es verdad! Estamos con una sobrecarga que provoca mucho enojo. Podemos sentirnos agredidas por cualquier cosa y hasta sentir nosotras mismas el impulso de agredir. Debemos frenar aquí la marcha y no reaccionar. Recuerden: nunca es bueno pedalear sin cadena y con Dios pueden volver las emociones a su eje.
¿Qué emociones y circunstancias hacen que se nos “salga la cadena”?
Cuando nos sentimos atacadas, ignoradas, rechazadas, excluidas, acusadas injustamente, nos frustramos. Aún más ante una pérdida o frente a la imposibilidad de lograr lo que deseamos. Esta pandemia nos obligó muchas veces a congelar planes de todo tipo, como por ejemplo estudiar o buscar un nuevo trabajo; fortalecer amistades o concretar un viaje vacacional.
Esta frustración es tal que nos llena de enojo. Pero, no parece ser aquel enojo que funciona como combustible para defendernos, para reafirmar quienes somos y poner límites, sino uno destructivo que nos hace perder el control. Uno que nos impide analizar una situación y tomar las decisiones correctas. En un instante, podemos echar a perder lo que nos ha tomado años construir.
Moisés fue reconocido como el hombre más manso de toda la Tierra en las Escrituras, pero, en un determinado momento, se dejó llevar por la ira perdiendo el control de sí mismo. Dios le dijo a Moisés, no golpees la roca como lo hiciste la primera vez en el desierto, ahora quiero que le hables a la roca; pero en lugar de ello le gritó al pueblo y golpeó esa roca (leer Números 20:1-12).
Un arrebato de enojo le costó la entrada a la tierra prometida; aquella bendición tan esperada. Esto puede costar un matrimonio, una amistad, una sociedad, una bendición de Dios. El problema que no supo resolver a tiempo lo descalificó para siempre. Este enojo que destruye, a nosotras no nos va a dominar.
¿Cómo solemos manejar el enojo?
Reprimiéndolo: no nos atrevemos a enfrentarlo por miedo a las consecuencias. Entonces, pensamos una y otra vez en lo sucedido, acrecentándolo, provocando inclusive consecuencias en nuestro físico.
Negándolo: a raíz de experiencias vividas, en donde haber expresado el enojo nos causó problemas o sufrimiento, decidimos negarlo. Entonces, nuestra autoestima disminuye y nos vemos como víctimas de la situación.
Inmolándolo: atacamos a la persona buscando dañarla, olvidando que somos nosotras mismas el explosivo. Entonces, criticando, lastimando y avergonzando generamos resentimiento y nunca es bueno hacerse de enemigos.
¿Te sentís identificada con alguna de estas formas de intentar manejar el enojo? Aquí es cuando nos detenemos y nos dedicamos a colocar la cadena para luego continuar. Aceptar, pero no reaccionar; poner límites, pero no atacar. Saber esperar.
Finalmente, podemos expresarlo de manera constructiva, estableciendo límites claros, dando a conocer nuestra posición, buscando resolver conflictos sin amenazar o descalificar a los otros. Esto implica expresar nuestros sentimientos y estar dispuestos a escuchar a la otra persona. Aun sin llegar a veces a un acuerdo poder convivir con la diferencia, buscar juntos una solución.
Sabemos que Dios ha prometido disponer todas las cosas para nuestro bien, aun los conflictos, los enojos transformarlos en crecimiento (Romanos 8:28). Sabemos que todo lo que nos resulta confuso, en el tiempo de Dios, cobrará sentido y nos dimensionará.