La manera en la que, hoy en día, la sociedad nos enseña a relacionarnos es un tanto egoísta y cómoda. Sin planearlo y acentuado por la pandemia, las relaciones se transforman en acuerdos con vistas a la satisfacción personal.
Si caemos en la sutil trampa, buscaremos relaciones que hagan que nuestra vida sea más interesante. Aspiramos a relaciones que nos ayuden en la consecución de nuestras metas personales. Conectaremos con personas que nos acepten tal como somos y, de ser posible, que estén satisfechos con sus vidas para que no demanden nada de las nuestras. En definitiva, vemos a las relaciones como vehículo de satisfacción personal, de forma hasta utilitaria.
Como mujeres y probablemente multitaskers, es fácil caer en el ritmo que nos marca esta sociedad del “inmediatismo” y del “activismo no sano”. Entre el estudio, el trabajo, la familia, la casa, el espacio lúdico y de descanso, creemos a menudo, la mentira de que nos merecemos invertir el poco tiempo que nos queda libre en personas que alimentan nuestro ego, que no nos exijan cambio, ni que pidan de nosotros demasiado.
Entonces nos volveremos reticentes a acercarnos a personas “que no nos puedan dar nada a cambio”, “que no sumen a nuestro presente o futuro”, y “que consuman mucho de nuestro tiempo y energía”. Pero ¿qué aprendemos del modelo de Jesús?
Aprendemos que Jesús es intencional en acercarse justamente a quienes no tienen nada que ofrecerle.
Aprendemos que Él llama a las personas por quienes serán y no por quienes son hoy. Aprendemos que abraza el proceso de los marginados y olvidados.
«Aprendemos que a Él le interesan más las intenciones del corazón que la fachada exterior».
“Pero el Señor le dijo a Samuel: —No juzgues por su apariencia o por su estatura, porque yo lo he rechazado. El Señor no ve las cosas de la manera en que tú las ves. La gente juzga por las apariencias, pero el Señor mira el corazón”. 1 Samuel 16:7
Aprendemos que cuando todos los demás corren, Él se detiene a ver a los ojos a quien tocó su manto. Eso debe inspirarnos a cultivar relaciones que sean un puerto seguro y tranquilo en una sociedad que a veces es hostil y nos descarta cuando “ya no tenemos más que ofrecerle”.
“Sin embargo, Él siguió mirando a su alrededor para ver quién lo había hecho. Entonces la mujer, asustada y temblando al darse cuenta de lo que le había pasado, se le acercó y se arrodilló delante de Él y le confesó lo que había hecho. Y Jesús le dijo: «Hija, tu fe te ha sanado. Ve en paz. Se acabó tu sufrimiento». Mientras él todavía hablaba con ella, llegaron mensajeros (…)” Marcos 5:32-35
Te desafío a tener relaciones reales en las que se beneficia quien escucha más, quien da más, quien perdona más, quien ama más, y quien alienta más. Te animo a que hagas a un lado tu interés personal y pongas la mira en encontrar el oro en el otro.
Rodéate de personas que “no puedan ofrecerte nada a cambio” y disfruta de las relaciones en su naturaleza más orgánica: un regalo de Dios para transitar la vida acompañados. Si seguimos el principio bíblico de que cosecharemos lo que sembramos, entonces muéstrate amiga genuina y otros conectarán contigo desde el vínculo y no desde la operatividad ni desde el utilitarismo.
Jesús apreció y disfrutó de la diversidad de relaciones, sin segundas intenciones. Sigamos su modelo.