Cuando vamos a Hebreos 11 encontramos muchos detalles sobre la fe y cómo por ella podemos vivir una vinculación espiritual con Dios que nos distingue del resto del mundo.
La fe es esencial para nuestra vida espiritual. Ella nos asegura ser agradables delante de los ojos de Dios, y además nos permite vivir una vida justa. En otras palabras, es imposible que vivamos conforme a la voluntad de Dios si Él no nos encuentra interesados en cultivar una vida de fe fructífera.
Por eso, quisiera que nos centremos en comprender mejor cuáles son los enemigos del avance y crecimiento de nuestra fe, a través de algunos personajes fundamentales que el escritor de Hebreos describe en el capítulo 11.
No estar dispuestos a darle a Dios lo mejor
ABEL:
“Por la fe Abel ofreció a Dios un sacrificio más aceptable que el de Caín, por lo cual recibió testimonio de ser justo, pues Dios aceptó su ofrenda. Y por la fe Abel, a pesar de estar muerto, habla todavía”, Hebreos 11:4 (NVI).
La corta vida de Abel nos enseña lo mucho que Dios valora aquello que le ofrecemos voluntariamente. Cuando leemos Génesis 4:4, vemos que Abel le dio “lo mejor de su rebaño”, lo cual agradó a Dios. En cambio, Caín tenía una actitud que le impidió dar lo mejor. Lo que dio, lo dio por compromiso, y evidentemente de sus sobras.
«Con Dios podemos proceder de dos maneras: primero, podemos actuar tan solo para cumplir y dejar tranquila a nuestra conciencia, o podemos dar lo mejor que tenemos, y de esa manera mostrar que Dios es el tesoro más preciado que tenemos».
Cuando decidimos darle a Dios para aplacar nuestra conciencia, estamos atentando contra nuestra fe. Porque aquello que damos habla de lo que creemos. Cuando damos a Dios lo que nos sobra, estamos actuando religiosamente, pero no espiritualmente. La persona de fe siempre le da a Dios lo mejor que tiene en todos los ámbitos de su vida: lo mejor de su tiempo, de sus recursos, de sus pensamientos, y no deja nada afuera.
Esto en sí mismo muestra nuestra confianza en Él, y la importancia que su persona tiene para nosotros. La actitud de Caín, en cambio, mostró que su corazón ocultaba otras intenciones. Porque cuando vio que Dios bendecía a Abel a causa de su ofrenda, decidió matarlo. Antes de esto, Dios le dijo lo que ocurría con él: “Si hicieras lo bueno, podrías andar con la frente en alto. Pero si haces lo malo, el pecado te acecha, como una fiera lista para atraparte”. Génesis 4:7 (NVI). Detrás de no darle a Dios lo mejor, hay áreas de nuestra vida que aún no fueron rendidas, y por lo tanto estamos expresando incredulidad con nuestros hechos.
No caminar fielmente con Dios
ENOC:
“Por la fe Enoc fue sacado de este mundo sin experimentar la muerte; no fue hallado porque Dios se lo llevó, pero antes de ser llevado recibió testimonio de haber agradado a Dios. En realidad, sin fe es imposible agradar a Dios, ya que cualquiera que se acerca a Dios tiene que creer que él existe y que recompensa a quienes lo buscan”, Hebreos 11:5-6 (NVI).
La corta historia que nos llegó de Enoc es impresionante. Génesis 5:24 dice que “como anduvo fielmente con Dios, un día desapareció porque Dios se lo llevó”. Literalmente, se fue físicamente con Dios a causa de su fidelidad. Ahora, su caso es una excepción a la regla, y no solo por haber sido llevado físicamente con Dios, sino a causa de su fidelidad caminando con Él.
Servir por años a Dios nos permite apreciar que la inconstancia está al acecho de la fe de los hijos de Dios. Esto significa que somos fieles una temporada, pero infieles en otra. El infiel en vez de tener experiencias sobrenaturales como la que experimentó Enoc, se ve invadido por el desánimo, y por lo tanto por la incredulidad, y jamás puede ver a Dios interviniendo en su vida.
«No hay forma de tener una vida de fe si en nosotros la fidelidad a Dios no es una constante».
La fidelidad y la fe son dos aliados inseparables. Cuando vamos y venimos, abrazamos el sistema de este mundo un tiempo y otro tiempo la santidad de Dios, limitamos y deshacemos el crecimiento de nuestra fe. Pero todo aquel que logre mantenerse fiel a Dios, verá su bondad en la tierra de los vivientes. Esto se traducirá en experiencias sobrenaturales de otro calibre, semejantes a la que tuvo Enoc.
No obedecer la dirección de Dios
NOÉ:
“Por la fe Noé, advertido sobre cosas que aún no se veían, con temor reverente construyó un arca para salvar a su familia. Por esa fe condenó al mundo y llegó a ser heredero de la justicia que viene por la fe”. Hebreos 11:7 (NVI)
Uno de los enemigos más grandes de la fe es la desobediencia. El caso de Noé muestra la importancia que tiene abrazar y obedecer cada verdad que sale de la boca de Dios. Algo fácil de percibir hablando con la gente es que muchos han sentido que Dios les habló, pero de ahí a obedecer es otra historia.
La fe básicamente es creerle a Dios y actuar en consecuencia. Nuestra fe se construye a raíz de que obedecemos la dirección de un Dios que conoce qué es lo mejor para nuestras vidas, y eso nos permite llegar a buen puerto.
«No puede existir fe que se sostenga en el tiempo si no hay un corazón obediente».
El ejemplo de Noé fue exactamente ese. Aunque lo trataron de loco, tomó con seriedad la advertencia que Dios le dio de un diluvio inminente y obedeció la directiva de construir una barca que pudiera contener no solo a su familia, sino a los animales. Pero, todo su entorno estaba alejado de Dios: en violencia, corrupción y depravación (Génesis 6:11 y 12).
La desobediencia siempre traerá como resultado la muerte, pero la obediencia nos permitirá ver la mano de Dios aunque una solución parezca imposible.
No confiar en lo que Dios prometió
ABRAHAM:
“Por la fe Abraham, a pesar de su avanzada edad y de que Sara misma era estéril, recibió fuerza para tener hijos, porque consideró fiel al que le había hecho la promesa”, Hebreos 11:11 (NVI).
Otro gran enemigo de la fe es no saber abrazar las promesas de Dios. Y si alguien aprendió a confiar y esperar en las promesas de Dios fue Abraham.
Para el Padre de la fe no fue en vano creerle a Dios, más bien dio como resultado no solo ver cómo el heredero prometido llegaba, sino cómo el Señor lo transformó en un ejemplo del valor de Sus promesas para todas las generaciones.
«El método del Señor para trabajar con nuestras vidas es darnos promesas para transitar los desiertos».
Cuando no podemos confiar en lo que Dios prometió, le estamos dando lugar a la incredulidad, y por lo tanto, degradando el valor que tienen las palabras que salen de Su boca. Y la verdad es otra: no existe en el universo palabra más confiable que la de nuestro Creador. Porque “Dios no es un simple mortal para mentir y cambiar de parecer”, Números 23:19 (NVI).
Por lo tanto, aprendamos a vivir por toda palabra que sale de la boca de Dios, porque la misma viene por el oír y el oír de la Palabra de Dios (Romanos 10:17). Así que si no rechazamos sus promesas, ellas serán un influjo de fuerza espiritual para que nuestra fe se mantenga viva y se agigante.
No negarse a uno mismo por la causa de Cristo
MOISÉS:
“Por la fe Moisés, ya adulto, renunció a ser llamado hijo de la hija del faraón. Prefirió ser maltratado con el pueblo de Dios a disfrutar de los efímeros placeres del pecado. Consideró que el oprobio por causa del Mesías era una mayor riqueza que los tesoros de Egipto, porque tenía la mirada puesta en la recompensa”, Hebreos 11:24-26 (NVI).
El desafío de Moisés no fue sencillo, pero su actitud fue fundamental para el desafío de fe que le esperaba. Él rechazó los placeres del palacio y optó por hacer la voluntad de Dios. Ya teniendo la revelación del Nuevo Pacto de la Sangre de Jesús, el escritor de Hebreos dice que Moisés “consideró que el oprobio por causa del Mesías era una mayor riqueza que los tesoros de Egipto”. Detrás de esta afirmación hay una verdad innegable de nuestra fe: no podemos pretender seguir a Jesús sin negarnos a nosotros mismos.
«El camino de la fe implica en sí mismo tomar decisiones que nos harán rechazar un camino que parece más placentero, para abrazar otros que parece más difícil. Pero lo importante no está en lo fácil o en lo difícil, sino en aquello que nos permitirá vivir en la perfecta voluntad de Dios».
Si el camino de la fe implica negación, ¿por qué nos cuesta tanto negarnos para que nuestra fe se vea fortalecida? La verdad es que los seres humanos amamos el camino fácil y los atajos que nos permitan evitar el sufrimiento. Pero Jesús nos prometió lo siguiente: “todo el que por mi causa y la del evangelio haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o terrenos recibirá cien veces más ahora en este tiempo (casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y terrenos, aunque con persecuciones); y en la edad venidera, la vida eterna”, Marcos 10:29-30 (NVI).
Por lo tanto, aferrados a esta verdad, estemos dispuestos a renunciar a lo que Dios nos pida por la causa de Cristo. Porque, como Moisés, podremos sufrir, pero no solo recibiremos una recompensa inmensa en la tierra, sino que marcaremos con eternidad la vida de multitudes a causa de nuestra fe.