Hoy se festeja a nivel mundial el Día del Trabajador. Esta fecha tiene un origen triste, debido a que una protesta, hace más de 100 años, terminó de manera sangrienta y con varios fallecidos.
Hoy en día debemos ser agradecidos por las condiciones laborales en las que nos desarrollamos, aunque el trabajo no sea lo que deseamos o no nos haga ciento por ciento felices, porque la forma en que se nos permite trabajar es mucho mejor ahora, comparado con otras épocas.
En la Biblia, los libros neotestamentarios hablan de las difíciles condiciones en que servían los esclavos en la antigua Roma, pues debían soportar los duros tratos, las malas condiciones de vida y a algunos amos tiranos; Pablo los exhorta a orar y a poner su mirada en el Reino de los Cielos. En la actualidad, que tenemos más libertad para desarrollarnos, no debemos dejar de agradecer por tener un trabajo y orar por aquellos que no lo tienen y por nuestros superiores.
Si tuvieras que imaginar una vida ideal seguramente esa fantasía estaría llena de viajes, provisión ilimitada y nada de trabajo. No obstante, la Biblia no definiría tal nivel de ocio como “vida ideal”; lamento decepcionarte, pero, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, el trabajo —con varias especificaciones que daré a continuación— es parte esencial del cristianismo, tal como espero demostrarlo en esta nota.
Todo mal de entrada, según el enfoque
Vamos a hacer un poquito de historia. Durante la Edad Media, luego de varios siglos de haberse establecido la religión cristiana, existía la creencia de que el trabajo era parte de la maldición de Génesis 3, porque se castigó al hombre, la mujer y la serpiente por la desobediencia, por lo tanto, los campesinos debían trabajar como parte de una sanción adicional a la expulsión del Paraíso y por “predeterminación”, es decir, habían sido predeterminados a ser campesinos, había otros grupos para dedicarse a orar y otros para gobernar.
Así, la vida estaba dividida en dos: la terrenal, donde había que trabajar como parte de una maldición divina, y la celestial, a la que se accedía después de muerto si se cumplía y se “sufría” lo suficiente en la Tierra, para volver a ese Paraíso que se creía perdido.
“Te ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la misma tierra de la cual fuiste sacado. Porque polvo eres, y al polvo volverás”, Génesis 3:19.
Esta situación, por demás derrotista, cambia en el siglo 16 y 17. Con la Reforma Protestante y su vuelco a la lectura bíblica y su interpretación literal y personal, se encontró con la imagen de que ya en el Paraíso Adán, y, por lo tanto, toda la humanidad estaban destinados a trabajar:
“Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase”, Génesis 2:15.
Así, en los países que adoptaron de lleno el protestantismo, el trabajo pasó de ser una maldición a ser una muestra de la bendición de Dios; se castigaba a los ociosos, eran vistos como una carga para la familia y hasta era una deshonra a la Biblia no estar ocupado. Así, en un par de siglos y a la luz de la correcta lectura de la Palabra, se modificó el criterio y la perspectiva para evaluar el estar ocupado y productivo.
Jesús laborioso
El Mesías tampoco se quedó atrás en lo que se refiere a laboriosidad. Desde niño acompañó a José en el trabajo de carpintero. Además de esto, se refirió al trabajo en el Evangelio, pero no sólo al físico —que podríamos llamar mundano—, sino también al trabajo espiritual de aquel preocupado por el alma y el espíritu:
“Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará; porque a este señaló Dios el Padre”, Juan 6:27.
Con esto no descartó el trabajo físico, sino que propuso la imagen de que, así como el trabajo permite obtener una ganancia para subsistir, lo mismo sucede en el mundo espiritual.
Una vez más, la tradición es revolución
Desde hace un par de décadas está instalada la cultura del ocio, para la que está bien visto estar de vacaciones, haciendo nada y soñando con una vida llena de dinero y lujos. Aunque tales mieles puedan parecer el ideal, este deseo no se condice con lo escrito en la Santa Biblia.
Trabajar es duro, no tienen que convencerme de lo contrario. Sé que quita tiempo, ganas, energía y muchas veces posterga el disfrute con familia y amigos, no obstante, quiero aprovechar esta nota para dos cosas: la primera, desearles un muy feliz Día del Trabajador y la segunda, decirles que es trabajando como estamos agrandando y reflejando a Jesús aquí en la tierra. Es una bendición increíble, de eso no tengan duda.