Cristo se manifestó sobre las sombras para traer la plenitud de su luz. Debemos recordar la obra salvadora de Cristo, y es importante reflexionar acerca de esta realidad. En su ministerio, muerte y resurrección Jesús consumó todo aquello que se había prometido y también vino a desarrollar aquello que era real sobre lo que había sido sombra y figura de lo que vendría.
Así como fue lo real sobre la realidad transitoria de los ritos del Antiguo Testamento, Él quiere traer su luz sobre nuestras sombras. Por eso Pascua no solo es muerte sino resurrección y vida plena en Él; ya que la plenitud de su obra se manifiesta sobre nuestras vidas iluminándolo todo.
El libro de Hebreos nos muestra con una claridad incomparable las verdades espirituales que la obra de Jesús dejó en evidencia. El Señor se manifestó como la verdad plena sobre los personajes, ritos y normas que prefiguraban lo que había de venir. Cuando Él murió, las figuras y sombras se esfumaron.
«Necesitamos comprender y vivir en la realidad del Cristo Resucitado».
Hebreos manifiesta a Cristo como superior a todo:
Él como superior a los ángeles (1:5-14); a Moisés (3: 1-6), Él es el verdadero reposo (3:5-4:13). Fue el gran Sumo Sacerdote (4:14-5:10); Él es mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas (8: 1-6); sus leyes no están sobre tablas de piedra, sino sobre las del corazón (8:9-12). ÉL ENTRÓ, COMO SUMO SACERDOTE ASÍ COMO CORDERO, UNA SOLA VEZ, AL VERDADERO SANTUARIO, que es el cielo mismo, y QUITÓ DE EN MEDIO EL PECADO (capítulo 9) “consumado es”.
Si a diario pudiéramos vivir esta realidad, nuestras vidas estarían llenas de la vida de Cristo, porque todo es “en Él” como reconoce Pablo en Colosenses. En Él por su obra consumada. En Él todo fue creado y todo subsiste (1: 16,17); en Él debemos estar arraigados (2:7); porque en Él se encuentra toda plenitud y en Él estamos ¡completos! (2:9-10).
Aleluya, Él ya lo hizo posible por medio de su muerte y resurrección.
Existe un suceso majestuoso, milagroso, con peso de eternidad: cuando Jesús murió el velo se rasgó. Mateo lo registra en lo que conocemos como capítulo 27:50-51a.
El cordero real, verdadero, el sumo sacerdote que no tenía que pedir por sus pecados, había entrado al verdadero tabernáculo y ya los pecados no se “cubrirían” en el propiciatorio sino que habrían sido quitados de una vez para siempre (Jn.1:29). Su sangre perfecta canceló nuestra deuda en un solo acto (Ro.6).
Por eso, cuando Jesús expira, aquello que nos separaba (como figura y sombra) de la presencia de Dios SE ROMPIÓ. Hoy quienes creemos en esa obra consumada y aceptamos a Jesús como salvador y Señor podemos vivir en plenitud de vida. ¡Hoy tenemos libre acceso a la presencia de Dios por la obra de Cristo que celebramos en la Pascua!
Ahora bien, la obra consumada en la cruz tiene su punto cúlmine en otro suceso ¡La tumba vacía! Nosotros resucitamos con Cristo por la fe (Ro. 6) y vivir del otro lado de la cruz significa que no solo depositamos nuestra confianza en el sacrificio sino también en la victoria sobre la muerte. Él resucitó, este hecho real y consumado nos dio verdadera libertad por medio de la fe.
«Antes de la cruz (como metáfora del sacrificio de Jesús) todo era sombras y figuras; el hombre no podía saldar la deuda. Aun la Pascua, fiesta en la cual murió el Señor, prefiguraba año a año la liberación que vendría en Cristo».
Reflexionemos en su obra; dejemos los ritos, costumbres y tradiciones que nos hacen vivir del lado de las sombras. Dejemos la culpa, el dolor y la sensación de deuda constante. Vivamos en Él, de este lado de la cruz, disfrutando todo lo que logró para nosotros; la verdadera libertad, la vida plena, la completitud, una nueva identidad, paz, gozo, sanidad en todas las áreas de la vida y promesa de vida eterna. ¡No olvidemos la resurrección!
Pascua no solo es Cruz, sino resurrección y vida. Vivamos a la luz de la obra consumada de Cristo.