“… Si Cristo murió por nosotros, ya no debemos vivir más para nosotros mismos sino para Cristo…”, 2ª Corintios 5:15 (TLA).
Semana Santa es la ocasión propicia para recordar lo que Jesús hizo por nosotros. Pero, ¿qué es lo que hizo? ¿Qué resultados obtuvimos de su muerte y resurrección? Veamos solo diez:
- Libres del poder de Satanás. “Porque Él nos rescató de las tinieblas satánicas y…compró nuestra libertad con su sangre preciosa…”, Colosenses 1:13-14 (NT-BAD). Antes de conocer a Cristo éramos esclavos del diablo: “… Solo mediante la muerte podía quebrantar el poder del diablo…”, Hebreos 2:14 (NTV). Pero ahora Satanás no tiene autoridad sobre nosotros, a menos que se la demos mediante el pecado.
- Libres del poder del pecado. “Antes eran esclavos del pecado, pero… obedecieron… la enseñanza que se les dio…”, Romanos 6:17-18 (PDT); 1ª Corintios 1:30, Romanos 6:6. El pecado nos alejó de Dios y nos condenó al infierno, Romanos 6:23. Sin embargo Cristo tomó nuestro lugar en la cruz, pagó la deuda que teníamos con Dios (1ª Juan 2:2) y “nos liberó del castigo de nuestros pecados”, Romanos 3:24 (NTV). Pero mucho cuidado. Somos libres del poder del pecado si obedecemos a Dios: “Al obedecer… ustedes quedaron libres de sus pecados”, 1ª Pedro 1:22 (NTV). Pablo lo aclara muy bien: “obedecieron” entonces “fueron liberados del pecado”, Romanos 6:17-18. “Jesús… es fuente de salvación eterna para todos los que le obedecen”, Hebreos 5:9 (BLA). La obediencia es esencial.
- Libres de la condenación eterna. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda (no perezca CJ), más tenga vida eterna”, Juan 3:16. Si creemos en Jesús nos vamos al cielo. Pero cuidado porque la palabra creer significa obedecer. Todo aquel que en él cree es todo aquel que lo obedece: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que no obedece al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él”, Juan 3:36 (NBLH). La humanidad está dividida en dos grupos: los obedientes (salvos) y los desobedientes (condenados). Lo opuesto de creer no es dudar sino desobedecer. Debemos confesar a Cristo como nuestro salvador, pero también dejar de pecar. “Si decidimos seguir pecando después de conocer la verdad… solo nos queda esperar el juicio terrible…”, Hebreos 10:26-27 (PDT).
- La amistad con Dios fue restablecida. “… Nuestra amistad con Dios quedó restablecida por la muerte de su Hijo… Jesucristo nos hizo amigos de Dios”, Romanos 5:10-11 (NTV); Efesios 2:13. “… La sangre que Jesús derramó al morir nos permite… tener amistad con Dios, y entrar con toda libertad al lugar más santo…y por medio de él podemos acercarnos a Dios…”, Hebreos 10:19-20 (TLA); Efesios 3:12.
- Somos bendecidos con su presencia. Dios ha cambiado de domicilio varias veces. En primer lugar llamó a Israel desde el cielo (Éxodo 20:22); luego les habló desde el monte (Éxodo 19) y finalmente desde el tabernáculo, Éxodo 25:8. Pero ahora “Dios está en nosotros”, 2ª Corintios 6:16 (TLA). “… El cuerpo del cristiano es templo del Espíritu Santo… y… el Espíritu Santo lo habita…”, 1ª Corintios 6:19 (NT-BAD). Gracias a Jesús, Dios ahora vive en nosotros.
- Somos bendecidos con su protección. “Sabemos que el que ha nacido de Dios no está en pecado: Jesucristo… lo protege, y el maligno no llega a tocarlo”, 1ª Juan 5:18 (NVI). Recuerda que: ¡al que “no está en pecado” Jesucristo lo protege!
- Somos bendecidos por ser hijos de Dios. “… Dios decidió adoptarnos como hijos suyos… enviando a Cristo para que muriera por nosotros…”, Efesios 1:5 (PDT y NT-BAD); Gálatas 4:4-5.
- Somos bendecidos con una herencia celestial y eterna. “Y como somos sus hijos, compartimos sus riquezas, pues todo lo que Dios le da a Jesucristo es ahora también nuestro”, Romanos 8:17 (NT-BAD); Gálatas 4:7; 1ª Pedro 1:4.
- Somos bendecidos con un intercesor personal. “… Cristo… murió por nosotros y… ahora… está sentado a la derecha de Dios… rogando por nosotros”, Romanos 8:34 (PDT); Hebreos 9:24.
- Somos bendecidos con el perdón de los pecados. “Si confesamos a Dios nuestros pecados, podemos estar seguros de que ha de perdonarnos… pues para eso murió Cristo”, 1ª Juan 1:9 (NT-BAD).
¿Qué beneficio obtuvo Dios con la muerte de su hijo? Ninguno. Y, ¿qué beneficio obtuvo Jesús con su propia muerte? Ninguno. Los beneficios son nuestros. ¿No sería lógico entonces que, por agradecimiento, viviéramos para servirlo? ¡Pero cuánto cuesta hacerlo! Nos resulta más fácil vivir y servir al pecado que a Dios. Es increíble. Volvemos a servir a aquel que nos condenó al infierno.
¿Qué mal nos ha hecho Dios para que decidiéramos abandonarlo por nuestro viejo amo? Seamos razonables.
«Jesús murió por nosotros y nosotros deberíamos vivir para Él. Quizás un pequeño viaje a la cruz nos haga reflexionar. No existe otro lugar donde podamos verificar el gran amor de Dios».
José Luis y Silvia Cinalli
Un monje de la Edad Media anunció que un determinado día predicaría un sermón sobre el amor de Dios. Cuando llegó el día la catedral estaba repleta y la gente deseosa de escuchar. Después de que el sol se puso y desaparecieran los últimos rayos de luz, el monje encendió una vela y se acercó hasta la cruz.
Sin decir una sola palabra acercó la vela para que todos vieran las manos clavadas de Jesús en la cruz. Después mostró las heridas en el costado, las espinas en la cabeza y su rostro ensangrentado. Todos vieron sus ojos hinchados y sus labios partidos. Luego bajó, dejó la vela y abandonó la catedral. Ni una sola palabra fue dicha, pero el pueblo nunca olvidó el sermón del monje sobre el amor de Dios.