Para recibir lo nuevo del Señor, debemos cambiar
Actualmente pastoreo junto a mi esposa, Liset, la iglesia Fuente de Vida, fundada por mis padres (Pres. Carlos e Inés Grillo) en 1998. Luego del fallecimiento de mi padre, la iglesia entró en un proceso difícil de transición hasta que, finalmente, sin esperarlo ni haberlo planeado, quedamos al frente.
La iglesia tenía un formato muy tradicional y nosotros sabíamos que queríamos que fuera diferente. Por eso, durante dos años oramos para que se cumpliera en nosotros lo que dice Romanos 12:2. Nuestra oración era: “Señor, ayúdanos a renovar el espíritu de nuestra mente. Sabemos que hay más, pero también sabemos que para recibir lo nuevo debemos cambiar”.
Dios respondió y ahí comenzaron los cambios. Comenzamos a hacernos preguntas, un tanto difíciles, que nos mostraron la realidad en la que estábamos viviendo y qué es lo que queríamos para nosotros, nuestra familia y nuestra iglesia.
Nos hicimos algunas preguntas:
Si no conociera a Jesús, ¿yo elegiría esta iglesia para ir?
El lenguaje que hablamos en esta iglesia, ¿lo entienden todos?
Mis hijos, nietos o sobrinos, ¿vienen a esta iglesia por obligación o porque les gusta venir?
¿Mis hijos invitarían a sus amigos a esta iglesia?
¿Esta iglesia es para los cristianos o para que conozcan a Jesús las personas que no lo conocen?
¿Si esta iglesia se fuera del barrio, los vecinos la extrañarían?
Estas preguntas nos alcanzaron para ver que el modelo de iglesia que habíamos construido hasta ese momento era poco atractivo. Teníamos el mejor mensaje, pero no lo comunicábamos de la mejor manera.
Esto sucede en muchas iglesias. Cuando entrabas a la nuestra viajabas en el tiempo veinte o treinta años al pasado. Fue ahí donde entendimos que el mensaje nunca debería cambiar, pero la forma de comunicarlo sí.
Lo primero que entendimos es que, para llevar la iglesia a un cambio, primero debíamos cambiar nosotros, y eso comenzamos a hacer. Nos dimos cuenta de que nuestra manera de ser no nos alcanzaba para lo nuevo que Dios quería traer. Nuestra manera de relacionarnos y de ir hacia nuestra visión debía cambiar para poder ir a un lugar diferente al que estábamos yendo.
Fueron años de tomar decisiones difíciles (a veces dolorosas), de liderar con la mano abierta, dispuestos a perder para ganar, sabiendo que estábamos construyendo algo para las próximas generaciones. Entendiendo que no se trata de nosotros sino de “la Iglesia” y que nuestra obra debía trascendernos.
Para hacer cambios se necesita valentía, porque muchos no los entenderán. Se necesita inteligencia, porque no se trata de cambiar por el cambio en sí mismo, sino que tiene que ir acompañado de una visión, de una estrategia, del para qué de estos cambios. Se necesita humildad, porque es necesario estar dispuesto a desaprender para aprender, a derribar y destruir para volver a construir, a decir “no sé” para sentarse a los pies de otros, ser enseñados sin importar la edad y la experiencia, aprender de los que están haciendo Iglesia entendidos en los tiempos.
Dicen que somos el resultado de las cinco personas que estén más cerca de ti y que ese tipo de relaciones son las que van a determinar cuán lejos vas a llegar. Tuvimos que soltar muchas relaciones y volver a empezar a construir otras, aprendimos a elegir relaciones con conversaciones conducentes, que nos llevaban a otro nivel y hacia nuestra visión.
El cambio no es cambio hasta que se cambia
El mundo cambia cada tres meses. Sabíamos que no podíamos ir a un lugar al que no habíamos elegido ir, por eso lo primero fue descubrir nuestra misión (quiénes éramos y cuál era nuestro ADN característico de la iglesia). Luego enunciamos nuestra visión (hacia dónde queríamos ir) y determinamos cuáles serían los valores que moldearían la cultura de nuestra iglesia. Al final de todo, definimos la estrategia.
Hubo resistencia, enojos, abandonos, pero nos mantuvimos firmes en lo que Dios nos había hablado, sabiendo que Él y su favor está sobre nosotros. Nuestro versículo lema en este proceso inicial fue: “Tendrás éxito en todo lo que emprendas, y en tus caminos brillará la luz” (Job 22:28).
Luego de tres años puedo decir que todavía hay mucho por hacer pero que vemos con mucha alegría el crecimiento y multiplicación que estamos teniendo como iglesia (aun en medio de la pandemia). El crecimiento y participación de los voluntarios en todas las áreas de la iglesia, el ambiente, la cultura saludable y las generaciones (niños, adolescentes, jóvenes y adultos) disfrutando y viviendo la iglesia como nunca antes en medio nuestro.
Además, es hermoso ver a matrimonios venir al Señor porque sus hijos adolescentes los traen a su iglesia. No hay nada mejor que ver personas que en otros contextos nunca habrían llegado a servir en una iglesia o comprometerse con un llamado y hoy florecen en los lugares donde están.
Ver adolescentes y jóvenes elegir dar su tiempo para levantar a Jesús en los lugares donde están; ver que todos tienen oportunidad de servir a Dios y que no se trata de tu historia, familia, apellido o posición social, entendiendo que lo único que Él busca es personas disponibles.
Nada de lo que hemos vivido fue fácil, pero te puedo asegurar que no vuelvo atrás y que estoy convencido de que los mejores días para la iglesia están por delante. Es tiempo de animarse a romper paradigmas, cambiar viejas estructuras y métodos evangélicos que no tienen efectividad en estos tiempos.
Si Dios mismo le dijo a su Pueblo, en Isaías 43:16-19, que se olvidaran y ya no vivieran en lo bueno que Él había hecho para ver lo nuevo que quería hacer, es tiempo de cambiar y mirar hacia adelante. Hay caminos en desiertos y ríos en lugares desolados que Él quiere abrir. Pero para eso tienes que olvidarte de lo viejo, del pasado e ir hacia lo nuevo que Dios quiere hacer con vos y tu iglesia.
Te animo a que te animes.