Necesitamos madurar como Iglesia en entender todo desde la mente de Cristo que ahora opera en nosotros. Sobre todo cuando hablamos de las circunstancias adversas, de la muerte y el duelo.
En el artículo anterior hablamos de ver el gozo desde la mente de Cristo, entendiendo que, como un fruto del espíritu, el gozo no es humano y, por lo tanto, no depende de circunstancias naturales.
En Hebreos 10.34 leemos: “…el despojo de vuestros bienes sufristeis con gozo…”. Esto sólo es posible si entendemos lo eterno, si entendemos que tenemos una herencia perdurable en los cielos, si vivimos con perspectiva de eternidad.
El bien es Cristo en nosotros. Ese es el bien de Dios. “Todo ayuda a bien” dice Pablo en Romanos 8. Pero debemos entender que «ayuda a bien» conforme al propósito de Dios que tiene como objetivo formar a Su Hijo en nosotros (vv. 29).
«Entristecidos mas siempre gozosos», les dice Pablo a los Corintios. No es una contradicción, es una realidad de vida.
«Hay dolor en nuestro corazón, pero siempre tenemos alegría. Somos pobres, pero damos riquezas espirituales a otros. No poseemos nada, y, sin embargo, lo tenemos todo«, 2 Corintios 6. 10 NTV (énfasis del autor)
Necesitamos entender que Dios no resuelve problemas personales. El ha resuelto un problema global y eterno: la muerte espiritual del hombre. Ese es el gozo. Somos parte de una eterna solución, de una eterna redención. La muerte natural ya fue resuelta en la cruz y por obra de la regeneración tenemos acceso a ella. El Espíritu de resurrección opera en nosotros.
La gloria de Dios es todo lo que Dios es. En esa gloria hay una absoluta plenitud. Fuimos creados en esa realidad en el origen. Salimos de Cristo. La plenitud era nuestra realidad.
El pecado (salirnos del diseño e independizarnos de Dios en el origen) nos deja fuera de la gloria, como lo expresa Pablo en Romanos 3. 23. Ahora los seres humanos están fuera, en la nada y muertos. Y surge así el vínculo almático que es la necesidad. El ser humano interpreta todo desde el alma (mente, voluntad y emociones) siempre necesitando que Dios haga algo, pero Dios lleva adelante Su propósito eterno, reúne todo en Cristo y nos devuelve a esa realidad. Nos vuelve al estado original donde todo es plenitud y reposo.
El verbo vino y habitó entre nosotros y vimos Su gloria. Ver esa gloria nos llena de gozo. El Hijo es el gozo, la complacencia de Dios. El Hijo, Cristo está en nosotros.
Vemos en Mateo 16. 24 que Jesús decía “el que quiera ser mi discípulo… niéguese a sí mismo y tome su cruz y sígame…” “…el que pierde la vida la hallará”. La cruz se lleva adelante por el camino del gozo. Jesús lo hizo como lo vemos en Hebreos 12. 2 “Por el gozo puesto delante de Él sufrió la cruz…”.
Fuimos creados para Su gloria. Esa es nuestra identidad. No tenemos permiso para hacer lo que queremos. Venimos a Cristo y morimos a nuestra propia vida. Así tenemos la mente de Cristo que es un estado de gobierno y reposo en cualquier circunstancia, incluso ante la muerte.
Así como todos estábamos en Adán, hoy todos los que abrazamos la cruz estamos en Cristo y experimentamos esa posición. Dios no mira la experiencia personal. Dios mira la experiencia de Adán y la de Cristo. En Cristo Él hace nuevas todas las cosas.
La iglesia no es un hospital, está hecha
de gente muerta a sí misma para que
la vida de Cristo sea manifestada
El Padre se gozó en quebrantar a Su Hijo, como leemos en Isaías 53, para que todo vuelva al plan original, al propósito eterno. El precio dictamina la importancia. El precio es morir. La gloria del Padre es de infinito valor. Eso es “por el gozo puesto delante de Él sufrió…”, Jesús vio el gozo del Padre de que todo el desastre cósmico de la desobediencia de Adán volviera a su lugar por la obediencia del segundo Adán.
Por eso en la oración que vemos en Juan 17 Jesús dice “Le glorificaré completando la obra para la cuál fui enviado”.
Nuestra experiencia es la de Cristo, tomar la cruz. Yo muero y obra Él, quien es mi resurrección y vida.
En Efesios 4 verso 10 Pablo dice que “Cristo subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo”. Él es la plenitud. La fuente de nuestro gozo no es temporal ni circunstancial; la fuente es Cristo. Es perdiendo la vida que se gana la vida. Y eso es cruz. La vida y la muerte ya están resueltas en la cruz.
«Pues ustedes han muerto a esta vida, y su verdadera vida está escondida con Cristo en Dios«, Colosenses 3. 3 NTV (énfasis del autor)
En el Salmo 16. 11 el salmista decía “en tu presencia hay plenitud de gozo”.
Debemos entender y recordar que desde la cruz, ahora estamos en Él, en Su presencia siempre, en el gozo siempre. En Cristo hemos recibido la plenitud.
En Hechos 5. 41 leemos “…salieron gozosos por ser dignos de padecer afrenta por causa de Su Nombre”.
En Juan 12. 23 Jesús decía “…ha llegado la hora de ser glorificado…” “…si el grano de trigo no muere no puede dar fruto… pero si muere lleva mucho fruto”. Ser glorificado era morir.
Cuando pensamos que necesitamos algo y que si lo tuviéramos estaríamos mejor, es que nos falta comer el pan de vida. Cristo es el pan y es el gozo, Él es la plenitud. En Él estamos completos. No necesitamos nada. Cristo es la perfecta alegría, el perfecto gozo en toda circunstancia.
En la oración de Juan 17, en el verso 26 Jesús dice: “Yo les he dado a conocer tu nombre para que el amor con que me amaste esté en ellos y yo en ellos”.
Salimos de Cristo en el origen y en la cruz volvemos a Él. Ahí está nuestro gozo, estamos en Cristo. Esa es nuestra posición. Esa es nuestra realidad.
En Hechos 20. 24 leemos a Pablo diciendo “no estimo preciosa mi vida con tal que acabe la carrera con gozo…”.
Sin dudas, cuanto más entendimiento tenemos acerca de la obra de la cruz y su operación en nosotros, mayor fortaleza interior tenemos para enfrentar, interpretar y atravesar cualquier dolor, tragedia, sufrimiento y aun la muerte y el duelo.