Hoy quisiera revelar una actitud que le permitió llegar a destino en una de las etapas más difíciles del dulce cantor de Israel.
La historia de David es aleccionadora en muchos sentidos. 1 Samuel 18 relata cómo Saúl comenzó a tener envidia de David, y eso lo llevó a querer matarlo:
“Cualquier encargo que David recibía de Saúl, lo cumplía con éxito, de modo que Saúl lo puso al mando de todo su ejército, con la aprobación de los soldados de Saúl y hasta de sus oficiales. Ahora bien, cuando el ejército regresó, después de haber matado David al filisteo, de todos los pueblos de Israel salían mujeres a recibir al rey Saúl. Al son de liras y panderetas, cantaban y bailaban, y exclamaban con gran regocijo: ‘Saúl mató a sus miles, ¡pero David, a sus diez miles!’. Disgustado por lo que decían, Saúl se enfureció y protestó: ‘A David le dan crédito por diez miles, pero a mí por miles. ¡Lo único que falta es que le den el reino!’ Y a partir de esa ocasión, Saúl empezó a mirar a David con recelo. Al día siguiente, el espíritu maligno de parte de Dios se apoderó de Saúl, quien cayó en trance en su propio palacio. Andaba con una lanza en la mano y, mientras David tocaba el arpa, como era su costumbre, Saúl se la arrojó, pensando: ‘¡A este lo clavo en la pared!’. Dos veces lo intentó, pero David logró esquivar la lanza”, 1 Samuel 18:5-11 NVI.
Este es el inicio de un escape constante al que se vio sometido David. Su rey se convirtió en su enemigo, y él tuvo un doble desafío: no atentar contra su señor, pero sobrevivir para alcanzar su propósito.
La primera lección que podemos aprender es que siempre que exista un propósito divino habrá oposición. Es inevitable encontrarnos con esta realidad por el simple hecho de haber abrazado nuestro propósito.
La aventura de David con su propósito arrancó al ser ungido. Cuando eso sucedió, lo siguiente fue ser puesto muy cerca del trono, como yerno del rey Saúl, y comandante de su ejército. Pero, cuando parecía estar cerca de su propósito, los conflictos comenzaron. Y por muchos años debió resistir a la persecución de su propio suegro, antes de que su propósito se cumpliera. En otras palabras, David es un ejemplo de cómo perseguir nuestro propósito sin tirar la toalla.
¿Qué es “tirar la toalla”? Es un término utilizado en el boxeo para parar una pelea cuando una de las partes está viéndose afectada por demás en la contienda.
Los hijos de Dios muchas veces tiramos la toalla porque no logramos comprender que las dificultades son inevitables, pero que la victoria ya fue ganada por Jesús en la cruz. Cuando esto se nos revela, nuestra fe tiene un sustento inquebrantable.
¿Cómo hacemos para no tirar la toalla en medio de las dificultades? Aprendamos algunas lecciones del tiempo de dificultad de David:
1 Ante el problema, se juntó con gente de fe
“Después de huir y ponerse a salvo, David fue a Ramá para ver a Samuel y contarle todo lo que Saúl le había hecho. Entonces los dos se fueron a vivir a Nayot”, 1 Samuel 19:18 NVI.
¿A quién vamos en nuestros problemas? Juntarnos con personas de fe marca la diferencia del final de nuestro problema. David no fue a cualquiera, sino que volvió a Samuel, el mismo que el Espíritu de Dios había usado para ungirlo y revelarle su propósito. Además, en el capítulo 20, uno lo encuentra trazando una relación fundamental con su amigo Jonatán, que lo fortaleció en ese momento difícil.
David podría haber ido a Samuel para culparlo por sentir que era un mentiroso, ante la dificultad. Pero, en cambio, fue para fortalecerse. Porque tener un propósito no nos libra de las pruebas. Más bien estas son una necesidad para alcanzar lo que Dios nos llamó a realizar.
Por otro lado, juntarnos con personas que tienen negatividad e incredulidad puede hacer que nos terminemos de hundir ante la dificultad. Por lo tanto, cuidemos nuestras influencias.
2 Ante el problema, se fortaleció en la intimidad
“David se fue de Gat y huyó a la cueva de Adulam. Cuando sus hermanos y el resto de la familia se enteraron, fueron a verlo allí. Además, se le unieron muchos otros que estaban en apuros, cargados de deudas o amargados. Así, David llegó a tener bajo su mando a unos cuatrocientos hombres. De allí se dirigió a Mizpa, en Moab, y le pidió al rey de ese lugar: ‘Deja que mis padres vengan a vivir entre ustedes hasta que yo sepa lo que Dios quiere de mí’”. 1 Samuel 22:1-3 NVI.
En el periodo en el que sufrió persecución, David no dejó de refugiarse en su Creador. En sus tiempos como pastor de las ovejas había aprendido y crecido como adorador. Y en los momentos difíciles sostuvo y profundizó sus hábitos de búsqueda.
Es muy normal desanimarse y dejar de clamar a Dios en las pruebas. Pero, fortalecernos en nuestra intimidad con Él nos dará claridad, dirección y fortaleza interior.
David Decena
El enemigo está empeñado en que abandonemos la oración como nuestro estilo de vida. Por eso, usará cualquier situación para desenfocarnos. Solamente yendo a la fuente nuestras fuerzas son recargadas, y nuestra vida es elevada.
Por esto mismo, Pablo dijo:
“No se preocupen por nada; en cambio, oren por todo. Díganle a Dios lo que necesitan y denle gracias por todo lo que él ha hecho”, Filipenses 4:6 NTV.
Por lo tanto, cuando las preocupaciones quieran ahogar nuestro ser interior, recordémonos: Debo orar por todo y no preocuparme por nada. ¡Porque Dios siempre responde al clamor de sus hijos!
3 Ante el problema, guardó su corazón
En las dificultades el enemigo querrá envenenar nuestro corazón. Él sabe que de nuestro corazón fluye la vida. Por lo tanto, necesitamos aprender a cuidarlo.
David se encontró con un gran conflicto. Su suegro y señor, el ungido de Dios, quería matarlo. Cuando la respuesta de muchos de nosotros hubiera sido la misma moneda, David buscó guardar un corazón honorable hasta el final.
“¡Ahora es tu oportunidad! —los hombres le susurraron a David—. Hoy el Señor te dice: ‘Te aseguro que pondré a tu enemigo en tu poder, para que hagas con él lo que desees’”. Entonces David se le acercó sigilosamente y cortó un pedazo del borde del manto de Saúl. Pero comenzó a remorderle la conciencia por haber cortado el manto de Saúl, y les dijo a sus hombres: ‘Que el Señor me libre de hacerle tal cosa a mi señor el rey. No debo atacar al ungido del Señor, porque el Señor mismo lo ha elegido’. Entonces David contuvo a sus hombres y no les permitió que mataran a Saúl. Después de que Saúl saliera de la cueva para seguir su camino”, 1 Samuel 24:4-7 NTV.
¿Cómo reaccionamos nosotros ante una dificultad? ¿Nos enojamos contra la gente que nos está dañando? ¿Qué atesoramos en el corazón? David sabía que debía mantener su corazón limpio, porque estaba delante de una persona que, a pesar de sus errores, había sido levantada por Dios.
Guardar nuestro corazón en tiempos difíciles nos llevará a la victoria. El enemigo sabe que si nos envenena con amargura el corazón logrará dejarnos a mitad de camino. Por eso, ¿Cómo respondes ante el rechazo y la humillación? ¿Cómo respondes a la humillación y a la crítica? Hazlo guardando tu corazón y jamás dejando de amar. Este es el ejemplo no solo de David, sino de su descendiente, nuestro Señor Jesús.
4 Ante el problema, encontró la manera de seguir avanzando
Por último, David no dejó de avanzar. Esto significa que las dificultades, aun en los peores momentos, no lograron paralizarlo. Esto lo podemos ver en las idas y vueltas de David en los años que fue perseguido por Saúl. Con la guía del Espíritu Santo, David no dejó de moverse.
Cuando nos vemos paralizados por las circunstancias, es porque el temor nos está gobernando. Jamás olvidemos que si Dios nos llamó, Él irá delante de nosotros, y su mano poderosa nos sostendrá.
El final de toda esta historia está en la coronación de David:
“Después de esto, David le preguntó al Señor: —¿Debo regresar a alguna de las ciudades de Judá? —Sí —respondió el Señor. —¿A qué ciudad debo ir? —preguntó David. —A Hebrón —contestó el Señor. Después llegaron los hombres de Judá y ungieron a David rey del pueblo de Judá…”, 2 Samuel 2:1, 4 NTV.
Dios mismo, de quien David dependía, no lo dejó quieto, y después de la dificultad, que fue una escuela para David, lo condujo a su coronación.
Después de la dificultad, nos espera la promoción. Sepamos sostenernos en medio de las pruebas, como viendo al invisible, sin mirar atrás, porque la victoria ya fue ganada por Jesús en la cruz. ¿De qué habremos de preocuparnos? ¡No tires la toalla por nada!