La palabra de Dios nos enseña en 2 de Corintios 3 que somos cartas conocidas y leídas por todos los hombres. Quizá si lleváramos este ejemplo al lenguaje actual podríamos decir que somos un Facebook concurrido o una cuenta de Instagram verificada.
Hoy, más que nunca, en un contexto de globalización en donde las redes sociales forman parte de la cotidianidad, nuestra vida está expuesta y al alcance de todo el mundo, ya que lo que decimos y hacemos tiene un impacto en la vida del otro.
A través de nuestras acciones somos influencia para nuestro entorno, ya sea directa o indirectamente, porque, aunque no tengamos la intención, en cada expresión facial transmitimos sentimientos y emociones. Por ejemplo, es imposible no ponernos de mal humor cuando vamos a comprar y somos atendidos de mala manera, al igual que es inevitable reír cuando escuchamos a alguien decir algo gracioso.
Así como en nuestra vida diaria nos expresamos con pequeñas acciones, en nuestras redes sociales pasa exactamente lo mismo. Toda publicación, posteo, historia, genera algo en el otro: curiosidad, envidia, alegría, enojo, etc.
Ser como cartas leídas significa que nuestra forma de vivir es la mejor manera de transmitir el mensaje de Cristo, ya que las palabras sobran cuando las acciones contradicen lo que predicamos. Y si nuestra vida no refleja a Jesús ¿Qué estamos mostrando?
Quizá pienses que las redes sociales son un pasatiempo inofensivo, pero en verdad son nuestra carta de presentación. La gente puede conocer en un minuto dónde vivimos, qué edad tenemos, que estudiamos y hasta nuestro cumpleaños. A raíz de esto te pregunto ¿Qué lugar ocupa Jesús en tu vida? Estoy seguro de que tu respuesta es un reflejo del lugar que Jesús ocupa también en tus redes sociales.
La Biblia nos enseña que de la abundancia del corazón habla la boca; mi versión de este versículo es que de la abundancia del corazón hablan las redes sociales.
Examinemos nuestro corazón y empecemos por nosotros mismos. Cuando dejemos que Jesús transforme nuestro interior vamos a estar listos para transformar a otras personas por medio de Él. No basta con compartir textos bíblicos todos los días en nuestras historias, debemos tener una renovación auténtica y genuina. A la gente podremos mentirle aparentando una vida feliz y placentera, pero a Dios no lo podemos engañar.
Con esto no quiero decir que esté mal compartir nuestra vida diaria en redes sociales, sino que seamos conscientes de que, si somos hijos, hemos sido llamados a compartir el mensaje de Cristo. Recuerda que Jesús murió por ti en público, no lo escondas ni lo tengas en secreto.
Entonces ¿Qué muestro cuando me muestro? Espero que tu respuesta sea Jesús y que puedas menguar para que Él crezca en ti. Pongamos a Cristo en el centro y a nosotros en segundo lugar.
No intentes sorprender a las personas si primero no has sorprendido a Dios, no quieras impresionar a los demás mostrando lo que no eres en redes si primero no has impresionado al Padre Celestial. Todo lo que consigamos en este mundo es pasajero, pero lo que ganemos en Cristo Jesús es para siempre.