En la primera parte de este artículo, ¿Quién nos prueba y examina?, recorrimos las diferentes maneras en que la fe y la paciencia han sido el arma más poderosa para soportar las tribulaciones. Hoy veremos cómo Dios nos enseña a crecer nuestra fe para ser esa roca que nos sostiene.
En medio de las pruebas y agitaciones que venían hacia mí, el Señor me dio gran ánimo por medio de las siguientes promesas: “Más los que esperan a Jehová… levantarán las alas como águilas” (Isaías 40:31).
“Como el águila despierta su nidada, revolotea sobre sus pollos, extiende sus alas, los toma, los lleva sobre sus plumas: Jehová solo le guio” (Deuteronomio 32:11-12).
Estos dos versículos me ayudaron a través de los problemas y desánimos.
El águila construye su nido sobre las cimas de los despeñaderos, a los lados de las cumbres de las montañas. Ella entreteje su nido con ramitas de arbustos espinosos a fin de formar una estructura entrelazada y firme para poner sus huevos.
Después, se arranca las plumas más suaves de su pechuga para preparar un refugio cómodo para sus polluelos. Este nido viene a ser un refugio muy acogedor para empollar sus pequeños.
Un nido cómodo
Una vez empollados, viven tranquilos, cómodos y calientitos allá en las alturas por sobre todo peligro. Mamá águila los alimenta, protege y suple cada una de sus necesidades.
De esa misma manera, Dios nos trata cuando somos “niños en Cristo”. Comenzamos a conocer la gracia, el amor, el perdón y la abundante provisión de un Padre bueno y compasivo. Disfrutamos de una morada segura, aprendiendo a saborear “la leche espiritual sin engaño” (1 Pedro 2:2).
Comodidad removida
No obstante, llega el momento en el cual la madre águila sabe que sus polluelos tienen que aprender a volar y a defenderse por sí mismos; así que comienza a hacer que su nido sea un lugar incómodo para vivir. Empieza a sacar las plumas del nido y las lanza al abismo, para que sean arrastradas por el viento. El nido se convierte en una morada de espinas, material del cual fue construido.
Aunque los polluelos traten de acomodarse, no podrán, pues su nido es una morada de espinos punzantes a los cuales están expuestos. El nido viene a ser un lugar muy pequeño para acomodar a todos los polluelos que compiten por el mejor lugar. Las quejas y chillidos de dolor llenan el aire. Las pruebas y persecuciones comienzan a agitar los polluelos que, hasta ahora, no habían experimentado lo que era dolor.
Aunque los aguiluchos no comprendían todo lo que les estaba sucediendo, mamá águila tiene un plan. Ella ha obrado a propósito para hacer que el nido sea un lugar incómodo para sus polluelos, a fin de que estén dispuestos a salir a tomar lecciones sobre cómo volar.
En la vida espiritual, así como en la natural, existe un principio: “Sin dolor, no hay ganancias”. Todos nosotros somos como esos pequeños aguiluchos.
«Aunque la Biblia nos dice que somos peregrinos en un mundo que no es nuestro hogar, amamos las comodidades y el ocio. Nos encanta establecernos cómodamente en nuestros pequeños oasis y disfrutar de la toma de sol».
Estamos muy cómodos donde estamos. No queremos salir para cruzar por los desiertos con sus penurias en nuestro camino hacia la tierra prometida. Escuchamos la Palabra y disfrutamos de la predicación. A veces la encontramos divertida. La vida es tan buena y cómoda. Cuando el Señor nos habla, estamos demasiado distraídos en nuestra ociosidad para escucharle.
Pero, entonces, Dios decide que es tiempo de que crezcamos (maduremos) un poco más, y las cosas cambian rápidamente. Repentinamente, comenzamos a sentir el peso de los problemas, el dolor y el sufrimiento.
“Reprendemos al diablo” creyendo que es su obra, quejándonos y llorando, pero sin remedio alguno. Cuando el dolor y sufrimiento hayan hecho su obra de llamar nuestra atención, cuando estemos otra vez dispuestos a esperar en Él y a escuchar Su voz, entonces, nos muestra lo que tiene en Su agenda para nosotros.
«Dios desea enseñarnos a ‘levantar las alas como águilas‘».
Lección de vuelo
Mamá águila invita “al aguilucho a subir sobre sus alas”. En tal punto del proceso de entrenamiento, el aguilucho está tan feliz de poder salir fuera de su nido espinoso que es fácilmente persuadido a saltar sobre la espalda de mamá águila y fija firmemente sus garras sobre el piñón de sus alas fuertes. Aguilucho está a punto de tomar su primera lección de vuelo.
Con su polluelo firmemente agarrado a su espalda, mamá águila salta fuera del nido y sale volando hacia las alturas por encima del valle. El aguilucho es llevado por las alturas por primera vez. Mamá águila da giros repentinos para que su aguilucho se caiga, luego lo recoge y vuelve a remontarse a unos miles de metros de altura sobre el valle. “¡Qué emocionante es volar!”, dice el aguilucho para sí.
¡Es tiempo de volar, aguilucho!
Repentinamente mamá águila se lanza de picada por el aire. Tal viraje hace que su aguilucho salga disparado de su espalda y comience a descender por el espacio, lleno de terror.
Él lucha por batir sus tiernas alas tratando desesperadamente de mantenerse en vuelo. Pero sigue descendiendo verticalmente por el vacío hacia una muerte o destrucción inminente. Justamente cuando todo parecía estar perdido, el aguilucho siente la poderosa espalda de su mamá que se coloca bajo sus patas, salvándole del impacto de su caída.
Él vuelve a aferrarse de sus plumas espesas y fuertes y, una vez más, se siente a salvo. Ella vuelve a salir volando hacia arriba con su pollo, solo para volver a repetir el mismo episodio.
Cada vez que lo deja caer, el aguilucho va aprendiendo un poco más, hasta que finalmente puede deslizarse solo y “levantar las alas como águilas”.
¡Cuán emocionante poder volar con sus propias alas en lugar de ir a espaldas de su mamá!
Nosotros somos exactamente como ese aguilucho cuando respondemos al llamado de Dios al ministerio: “para ascender a las alturas como con alas de águilas”. Pensamos que es una idea maravillosa. No pasa mucho tiempo sin que comencemos a “volar bien alto”.
Sin embargo, Dios, en Su misericordia, oculta de nosotros el dolor, la ansiedad y el sufrimiento que envuelve nuestra preparación y entrenamiento. No comprendemos el precio que habrá que pagar. Dios permite que las circunstancias poco placenteras evolucionen en nuestros trabajos seculares hasta que el dolor nos empuje a rendirnos completamente.
Durante un breve tiempo las cosas nos van muy bien; luego, de repente el piso parece hundirse debajo de nuestros pies. Surgen problemas. Todas las cosas parecen salir mal. Las personas que solían ser nuestras amigas ya no lo son más. Descubrimos que se retiraban de nosotros “porque no querían ser identificadas con un perdedor”. ¿Te suena esto familiar?
¿Qué está ocurriendo? Estamos aprendiendo a volar.
Tales adversidades y contratiempos nos empujan hacia el crecimiento en la fe y hacia una mayor dependencia en el Espíritu Santo. Estamos aprendiendo a remontarnos por encima de toda adversidad y a lo que quiso decir Pablo: “…y estar firmes, habiendo acabado todo”.
«Cuando todas las cosas se estén cayendo a nuestro alrededor, tenemos que aprender a estar firmes sobre nuestra Roca: Jesucristo».
Cristo se está formando en tu vida, Él estará sacando lo que nunca quiso que esté en tu vida y pondrá aquellas cosas que sí quiere que estén. Mira a Cristo, Aférrate a Cristo, búscalo como nunca.
Isaías 26:20: “Restauración para Israel. Ve a tu casa, pueblo mío, ¡y pon cerrojo a tus puertas! Escóndete por un breve tiempo, hasta que haya pasado el enojo del Señor”.
El Señor nos ha encerrado en nuestras casas para intimar con él y aprender a madurar. El coronavirus no lo sorprendió al Señor, Él tiene el control del mundo. Usted y yo estamos aprendiendo a volar. Oro para que este tiempo sea el mejor tiempo de intimidad con Cristo que hayas tenido en tu vida. Bendiciones.