El poder transformador del Evangelio puede derribar muros, romper cadenas y alcanzar incluso los lugares más oscuros. Así quedó demostrado en una prisión de Mississippi, donde la sed de fe y el deseo de un nuevo comienzo llevaron a decenas de internos a rendirse a Jesús, celebrando bautismos con los recursos más sencillos, incluso con una simple botella de agua.
Durante una jornada de evangelización organizada por la misión estadounidense God Behind Bars, más de 300 presos se reunieron en el gimnasio penitenciario para adorar, escuchar testimonios e invocar el nombre de Cristo. El impacto fue profundo: al menos 150 reclusos entregaron su vida a Jesús, y más de 50 decidieron bautizarse de inmediato.
“Corazones endurecidos se quebraron y la vergüenza dio paso a la libertad”, compartió la organización, resaltando que en algunos días se forman largas filas de hombres dispuestos a declarar públicamente su fe y simbolizar su nuevo nacimiento a través del bautismo.
Bautismos que desafían las limitaciones físicas
Entre los nuevos creyentes, un recluso con una grave enfermedad en la piel no podía sumergirse en el tanque bautismal por recomendación médica. Sin embargo, su deseo de seguir a Cristo era tan grande que pidió ser bautizado de cualquier manera posible.
Los evangelistas no dudaron: lo bautizaron en el mismo lugar, vertiendo agua embotellada sobre su cabeza. “Él lloró, saltó y se regocijó. Ese instante fue un milagro. Jesús lo encontró ahí”, relató emocionada la misión.
Un segundo interno, recién operado, también solicitó ser bautizado pese a sus limitaciones físicas. La respuesta fue la misma: un acto simbólico, sencillo pero profundamente significativo, realizado con agua de botella, que testificó su fe frente a toda la congregación.
Fe genuina sin importar el lugar
Estos bautismos evidencian que no son necesarios elementos sofisticados ni escenarios formales para que la presencia de Dios se manifieste. Donde hay fe genuina y un corazón rendido, el Señor transforma vidas, sana heridas y da propósito, incluso tras las rejas.
Desde 2009, God Behind Bars ha llevado el mensaje del Evangelio a las cárceles de Estados Unidos, alcanzando a más de un millón de reclusos. Además de predicar, este ministerio atiende las necesidades físicas, emocionales y familiares de los internos.
Su misión es clara: “No mediremos esfuerzos para que cada recluso tenga acceso directo y personal al Evangelio. Queremos restaurar vidas, romper cadenas de adicción y ciclos de dolor, y ayudar a cada persona a descubrir su identidad como hijo del Altísimo”.
La historia de estos hombres en Mississippi es un poderoso recordatorio de que nunca es demasiado tarde ni existe un lugar demasiado oscuro para que la gracia de Dios traiga libertad, esperanza y transformación verdadera.