Como sucede con la mayoría de los métodos discursivos de enseñanza que utilizó Jesús, no fue él quien inventó las parábolas (ya que eran muy conocidas entre los griegos y los judíos), pero sí que las usó y de formas tan creativas, intrigantes y significativas, tanto para sus primeros destinatarios como para nosotros en la actualidad.

Los Evangelios Sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) registran un total de 30 parábolas contadas por Jesús, en tanto que en el Evangelio de Juan no hay ninguna. Dichas parábolas se pueden considerar en tres grupos:

  • Las que se relacionan con el Reino de Dios en Mateo 13 y sus paralelos, Marcos 4 y Lucas 8.
  • Las que aparecen en Lucas 15 y 16, que se refieren a lo perdido y encontrado, y de la fidelidad y compasión.
  • Las que Jesús contara en su última semana, previa a la muerte, en Mateo 20-22, 25.

Una buena definición nos dirá que la parábola es la narración, más o menos extensa, de un suceso imaginario del que, por comparación, se deduce una lección moral o religiosa.

Etimológicamente, el nombre parabolé literalmente significa poner al lado, comparar. En efecto, la parábola se caracteriza porque implica la comparación de objetos, situaciones o hechos bien conocidos tomados de la naturaleza o de la experiencia con objetos o hechos análogos de tipo moral desconocidos.

Podríamos decir entonces que una parábola es una historia imaginaria y ficticia pero posible y real, con la finalidad de comparar algunos de sus aspectos con virtudes morales, espirituales y actitudinales entre los personajes de la historia y los oyentes. 

El primer desafío frente a las parábolas contadas por Jesús tiene que ver con su finalidad; porque mientras la idea de las parábolas es hacer comprensible un mensaje, en ocasiones Cristo hablaba en parábolas para no ser entendido por quienes no eran sus discípulos (Lucas 8:10), de ahí que cobra tanto sentido la expresión “quien tenga oídos para oír, que oiga”, puesto en otros términos, quien puede comprender, que lo haga.

En el caso de los apóstoles, a veces esperaban estar solos con Jesús para que les explicara el significado de las parábolas porque ellos tampoco entendían (Mateo 15:15, Marcos 7:17).

Pautas para interpretar

El segundo desafío, que se lleva el resto de nuestra atención, tiene que ver con la interpretación de las parábolas. Veamos algunas pautas imprescindibles a la hora de interpretar correctamente una parábola.

La ocasión

Lo primero a observar es a quiénes les hablaba Jesús, no era lo mismo dirigirse a sus apóstoles, discípulos o seguidores a que lo escucharan los escribas, fariseos e intérpretes de la Ley cuyo principal propósito al oírlo a Jesús era “acecharlo” desde la incredulidad, el rechazo y la maldad. A veces el auditorio estaba diferencialmente dividido, publicanos y pecadores, por un lado, escribas y fariseos por otro (Lucas 15:1-2).

El mensaje central

Eso hace referencia a la verdad que el Maestro pretendía enseñar, toda parábola posee una sola verdad central y es lo primero que debería identificarse al momento de estudiarla, solo así se puede interpretar correctamente. Cabe destacar que uno de los primeros consejos que nos advierte la hermenéutica (la ciencia de la interpretación literaria) es descubrir el significado de un mensaje para los destinatarios originales.

El fondo cultural e histórico del pasaje

Muy asociado con el punto anterior, se hace imprescindible considerar la forma en que vivían, pensaban e interpretaban la vida aquellos oyentes a quienes Jesús les enseñaba en parábolas.

Las cosechas, los campos, las cenas, las costumbres domésticas y familiares, los oficios, entre otros, no representan lo mismo para una mente postmoderna que lee en la actualidad. De la misma forma ocurre con elementos a los que atribuían simbolismos como el aceite, la sal, la luz, las semillas, etc., según la mente de los judíos que vivían en el primer siglo de nuestra era.

Los detalles de la historia

Tal vez éste sea el punto más difícil de delimitar, debido a que en la mayoría de los casos en que una parábola no se interpreta correctamente se deba al valor desmedido que se le asigna a los detalles, en tal caso se ha pasado por alto el mensaje central de la parábola y todo entonces parece tener el mismo peso.

Basta repasar, por ejemplo, la parábola del buen samaritano, cuya principal verdad es ver quién es el prójimo y el deber de amarlo; algunos han visto en el samaritano al evangelista, al asno que los lleva al Espíritu Santo, al mesón como la iglesia y al mesonero como el pastor. Sin embargo, por más interesante que nos parezca algo así, no deja de ser una interpretación errada y muy lejos del significado original.

La aplicación de lo aprendido

El último paso, como se establece a la hora de interpretar, es llegar a la aplicación (aunque muchos comienzan por el final y es lo primero que hacen), es decir, reconocer cómo lo enseñado en las parábolas se puede experimentar en la vida cotidiana de los lectores.

El mundo de las parábolas es una fuente de enseñanzas, ilustraciones e historias con una riqueza abundante que vale la pena tomarnos el tiempo para estudiarlas, aprender y descubrir lo que Dios quiere decirnos a través de ellas.

Nicolás Marcón
Profesor en Ciencias de la Educación. Profesor en Institutos Bíblicos. Licenciado en Teología Ministro Ordenado de la Unión de las Asambleas de Dios. Pastor de Raíces Iglesia – Alte. Brown – Buenos Aires