Cuando veo el rostro de mi hija menor, deseo con todo mi corazón que ella pueda vivir una vida que da mucha gloria a Dios. Con mucho esfuerzo, intento proteger, enseñar y también proveer momentos buenos que queden grabados en su mente como recuerdos alegres. Pero no tenemos que ir de viaje para buscar estos momentos, porque cada minuto con ella parece ser una aventura sin precedentes.
Admiro su capacidad de sentir gozo y plenitud, sin preocuparse por lo que viene después. Cuando veo a mi hija, estoy seguro de que tendrá que enfrentar cosas muy difíciles, navegar por aflicciones y que ésta verdad no resta la belleza de estar presente en momentos alegres. Mi deseo es enseñarle que su gratitud y capacidad de disfrutar lo bello es un acto de alabanza hacia el dador de todo lo bueno. Oro para que ella pueda disfrutar al máximo las bendiciones que Dios le da sin caer bajo la sombra negra de la preocupación y afán que anda en el corazón.
Muchas veces es más fácil entender la verdad de Dios cuando es aplicada a otra persona. Si aplicara todo esto a mi propia vida, veo que muchas veces saboteo mi propia experiencia de gozo y plenitud con preocupaciones y dudas.
¿Alguna vez sentiste que una voz te susurraba que lo bueno que tienes hoy es demasiado bueno para durar?
Estos pensamientos que surgen tienen el potencial de descarrilar tu enfoque en lo bueno, para estar anticipando lo malo. Vivir con esta preocupación de no engancharnos para evitar sentirnos defraudados es una manera de protegernos. Solemos creer que es nuestra tarea protegernos del dolor a toda costa, creyendo que si no nos apegamos tanto a algo o alguien entonces su ausencia nos dolerá menos. Sin embargo, esta tendencia de protegernos del dolor y decepción resulta en la construcción de un muro alrededor de nuestro corazón.
La respuesta a esto no es que aprendamos a no sentir, sino que podamos sentir lo que surge con un enfoque en aquel que es Soberano. Como seguidores de Cristo, debemos crecer en el contentamiento que logra trascender nuestras circunstancias. Como Pablo expresa en Filipenses 4:12, la habilidad de navegar entre momentos de abundancia y escasez con contentamiento nace de la fortaleza de Cristo en nosotros.
Este contentamiento no viene cuando entumecemos nuestro corazón a no sentir, sino cuando la fuente de nuestra mayor alegría sigue bombeando gozo a nuestro corazón. Esta fuente interminable de bendición es Jesucristo. Su vida, muerte, resurrección, intercesión y futuro reinado nos inyecta con una esperanza, paz y gozo que eclipsan lo más duro que esta vida nos puede traer. Con este entendimiento, podemos abrazar la situación de gozo sabiendo que es otro regalo de las mismas manos que nos dieron el Evangelio.
«Si estamos buscando contentamiento, podemos creer que un cristiano maduro es aquel que no reacciona emocionalmente ante las situaciones».
Esto se evidencia cuando algo trágico sucede y nuestra incapacidad de llorar o lamentar muestra una supuesta estabilidad espiritual. Pero, Jesús no vivió de esta manera. La madurez espiritual no es una vida emocionalmente blindada a todo lo difícil, sino una capacidad de procesar lo más alegre y difícil con un enfoque en la verdad del Evangelio. Cuando una persona busca blindarse emocionalmente ante todo lo difícil, simultáneamente se incapacita para sentir gozo. Suena lógico que si no queremos sentir dolor, confusión y aflicción entonces debemos apagar el aspecto emocional para no sentir. La lógica humana no es una fuente confiable para tomar decisiones sobre nuestras vidas. Cuando Jesús se entregó para sentir la máxima expresión de dolor y aflicción, no fue algo lógico. Sin embargo, Jesús tenía sus ojos fijados en su Padre; un amor que no borró lo difícil sino transformó su dolor en una bendición mayor.
Si vives con la noción de que no puedes disfrutar de lo bueno que Dios da es porque es algo temporal, necesitas aprender a tener contentamiento y gratitud. Este contentamiento no es un blindaje emocional sino una respuesta disciplinada de elevar la vista a ver al Padre de luz aun cuando la oscuridad te aplasta. El contentamiento y la gratitud nos dan la libertad de gozar con todo lo que somos con honestidad y entrega. La gratitud como una práctica es una forma de anclarnos en la realidad que Cristo ha ganado la batalla y podemos abrazar sus bendiciones con un corazón abierto.
Es necesario que crezcamos en nuestra capacidad de sentir alegría y gozo porque el Evangelio que profesamos creer son realmente buenas noticias. Cuando pienso en la forma que mi hija se goza con cosas cotidianas y ordinarias, le pido a Dios que nos de la capacidad de vivir una vida agradecida por medio del gozo que tenemos en cada bendición que Él nos da.