Las herencias son parte de la vida misma, y esto se evidencia en la Biblia. La famosa historia del hijo pródigo lo prueba. Ésta cuenta que el hijo menor le pidió al padre los bienes materiales que le correspondían, y “vivió perdidamente”. Así como el personaje de esta historia desperdició su herencia material, la Palabra de Dios nos enseña que también existen herencias espirituales. Y, como toda clase de herencia, tiene una característica: puede ser reclamada o no; desperdiciada o aprovechada.
Recuerdo, hace muchos años atrás, que fallecieron unos tíos míos que no tenían hijos que pudieran ser herederos. Los herederos éramos los sobrinos directos. En lo que a mí respecta, nunca me preocupé por reclamar la parte que me correspondía de la casa céntrica que habían dejado en su ciudad.
Así sucede también con la herencia espiritual que tenemos del padre Abraham. La podemos reclamar o no. Pero, la voluntad de Dios es que no nos perdamos la riqueza espiritual que Él ha preparado para nosotros a través de las personas de fe que levantó en la historia.
En la paternidad espiritual hay una maravillosa verdad que puede revolucionar la vida de un cristiano. La iglesia del Señor nunca debió perder esta revelación, porque la enriquece en todo sentido. Somos hijos de Dios, por la fe en Cristo El Salvador. Pero, también, Él pone en nuestras vidas padres espirituales que van a derramar en nosotros una herencia trascendente, que estará disponible de generación en generación.
Si no tenemos en cuenta la paternidad que Dios pone en sus amigos y amigas, tampoco podemos reclamar la herencia espiritual que ellos obtuvieron por su vida de comunión. En este sentido, reconocer la paternidad nos permite tener plenitud en todas las áreas de nuestra vida.
Retomemos la vida de Abraham. Increíblemente, muchos ni saben que tienen una herencia espiritual que reclamar, y ni siquiera saben qué pedirle a Dios. Pero toda la vida de nuestro padre Abraham es un desafío para nosotros, como su descendencia espiritual. Hace cuatro mil años atrás él salió de la oscuridad espiritual por la gracia de Dios, para transformarse en su amigo y modelar una vida de fe.
Lo que el pasaje de Gálatas busca enseñarnos al llamarnos “hijos de Abraham”, es que al reclamar su herencia espiritual tenemos toda la posibilidad de recibir las bendiciones que él mismo recibió.
Volviendo nuestra mirada a la historia de Abraham, vemos una vida maravillosa que comenzó con una revelación que parecía una locura, pero que terminó con el cumplimiento de los anhelos más profundos de su corazón. ¡Y todo porque Abraham le creyó a Dios!
A este hombre, oriundo de Ur de los caldeos, le sostuvo la confianza en las promesas que Dios le había hecho, y la visión de ser un padre de multitudes. Así mismo, tu vida tiene que desarrollarse.
Busca con devoción a Dios; recibe la revelación de las generosas promesas que Él tiene para tu vida, y aférrate a ellas hasta el final. Porque fiel y poderoso es el que prometió. ¡Ninguna promesa suya quedará sin cumplirse sobre tu vida!