Es necesario entender que, si bien las diferentes formas de violencia pueden darse de manera separada, suelen coexistir.
¿Cuántas veces hemos escuchado en el noticiero historias de mujeres que sufren violencia por parte de su pareja? Y a la mayoría, lo primero que se nos viene a la mente es “Gracias a Dios a mí no me pasa”. Y quizás tengas razón, quizás no tengas una pareja que te zamarree, o que te haga una lesión que implique ir a un hospital, pero déjame decirte algo: esas conductas son la conocida punta del iceberg.
¿A qué me refiero? Pensemos en el famoso iceberg de la película Titanic. Si nos guiamos por la parte del hielo que se dejaba ver, había una mínima posibilidad de esquivarlo, pero aun así, esa inmensa estructura de hierro se hundió, ¿Por qué? Porque la realidad es que el iceberg era mucho más grande y profundo de lo que se dejaba ver. Así mismo sucede con la violencia, lo visible (marcas, golpes, incluso la muerte) es la consecuencia de un trasfondo mucho más complejo.
La violencia hacia la mujer se define como:
“conducta, acción u omisión, que, de manera directa o indirecta, (…) afecte su vida, libertad, dignidad, integridad física, psicológica, sexual, económica o patrimonial como así también su seguridad personal”. (Ley de protección integral a las mujeres 26.485). Implica una desigualdad de poderes en la que hay sometimiento y control. Es necesario aclarar que también puede darse en las relaciones con los otros miembros de la familia.
podemos dar cuenta que no necesariamente tiene que haber evidencias físicas, sino que la definición engloba muchos más aspectos.
Tanto en mi lugar de trabajo como en otros ámbitos me he encontrado con mujeres que expresaban “mi marido no es violento, nunca me levantó la mano”. Sin embargo, al profundizar un poco más, reconocían que en repetidas oportunidades las insultaban, descalificaban, burlaban, etc. “Ves que no servís para nada” “¿Sos tonta?” entre otras aún más hirientes. Esta degradación constante lleva a una pérdida de autoestima y respeto por una misma lo que termina logrando un mayor sometimiento. A esto se le llama violencia psicológica o emocional. Es la más tolerable y menos visible, sin embargo, es una de las más frecuentes y dañinas.
Existe otra manifestación de violencia que sucede con frecuencia pero de la cual mucho no se habla. Algunas no se animan por vergüenza, o simplemente no se lo cuestionan, lo acatan. Estoy hablando de la violencia sexual. El ser presionadas (aunque sea nuestro marido de hace 20 años) a mantener relaciones sexuales, o practicar ciertas acciones con las cuales una se siente incómoda también es violencia.
Puede suceder que algunas tengan miedo de que, si se niegan, podrían “conducir” a sus maridos a la infidelidad, pero considero que cada uno es responsable de sus actos y que la Biblia es clara en relación al amor y al respeto entre la esposa y su esposo.
“Ustedes esposos, sean comprensivos en su vida conyugal, tratando cada uno a su esposa con respeto (…)” (1 Pedro 3:7). “…cada uno de ustedes ame también a su esposa como a sí mismo, y que la esposa respete a su esposo”. (Efesios 5:33)
Existen otros tipos de violencia en las que sus manifestaciones se dan de manera sutil y pueden no generarnos ningún tipo de alerta. Así sucede con la violencia económica y la violencia social. En el primer caso, lo que puede comenzar siendo un acuerdo en la organización familiar puede terminar en un abuso de poder.
Es muy común que, dentro de un grupo familiar, haya división de roles en la que uno se ocupe de los quehaceres de la casa y de los niños, mientras que el otro trabaje fuera del hogar para generar ingresos económicos. Cada familia se organiza de acuerdo a los recursos (económicos, humanos, etc) con los que cuenta y eso permite su funcionalidad.
Pero puede suceder que aquel que genera el dinero comience a tomar decisiones financieras de manera independiente o a controlar gastos y restringir el uso del dinero del otro.
Tengamos cuidado de no pensar que nuestra pareja tiene ese “derecho” por ser el proveedor de la casa.
Y en el caso de la violencia social, el agresor busca debilitar la red de apoyo psicosocial de la mujer (familia, amigos). Si bien existe el extremo de prohibir ir a trabajar, o asistir actividades sociales, como dije antes, inicia con conductas sutiles en las que ese debilitamiento de lazos es progresivo. Frases como: “tus amigos no me caen bien”, “mejor no vayamos, sabes que no me llevo bien con tu hermano” suelen aparecer. Es muy importante que podamos tener relaciones fuera del ámbito de nuestra familia en las cuales apoyarnos y fortalecernos.
Si bien existen otras formas de violencia hacia la mujer, quise centrarme en aquellas que son más frecuentes en una pareja. Aunque esta información puede resultar un tanto abrumadora, dejame decirte que conocer nos empodera, nos permite pararnos desde otro lugar y darnos cuenta que no estamos solas en esto. Te invito a que puedas tomarte un tiempo y pensar cómo es la relación con tu pareja, o si te sentís identificada con algo o quizás con todo de lo que leíste.
El primer paso hacia la restauración es reconocer que algo no “anda bien” y es necesario modificarlo.
Creo en un Dios que tiene el poder para transformar familias y revestirlas con su amor. Pedí ayuda y buscá su guía para abrir posibilidades de transformación.