En la actualidad gozamos de múltiples programas de educación de la Biblia para todas las edades y con frutos evidentes. Pero, inicialmente y por mucho tiempo, el acceso a las Sagradas Escrituras fue privilegio de unos pocos.
Un poco de historia
La historia de la Iglesia da cuenta de relatos oscuros, en los que aquellos que la administraban profesaban un elitismo clerical. Es decir, por un lado, sostenían un sistema en el que prevalecía un grupo de sanctus elegidos por sobre el pueblo.
Por otro lado, intervenían en la sociedad en nombre de la religión pero con fines prioritariamente políticos y económicos. Entendían que “las cosas de Dios están en la Biblia”, no debían estar al alcance de todos y mediante su interpretación particular abusaron del poder conferido perjudicando a muchas generaciones.
Luego, gracias a las transformaciones sociopolíticas, al progreso con la invención de la imprenta y a la reforma protestante comenzó una etapa que poco a poco derivaría en una Iglesia adyacente al modelo de Jesús: Dios en medio del pueblo, cercano al ser humano, sin importar su estatus. La educación también avanzó y se hizo popular, facilitando que la Biblia fuera leída en los hogares.
Adyacente no es sinónimo de igual, aún estamos en camino. También a los reformadores como Lutero, Zuinglio, Melanchthon y Calvino les costó en principio convivir con la idea de que la Biblia podía ser leída por todos. Pero la puerta que abrieron posibilitó una fe sin (tanta) burocracia y hoy, siglos más tarde, podemos afirmar que la Biblia está al alcance de todos y de todas.
Ahora bien, lo “popular” en cuanto a las Escrituras merece una reflexión. Que se editen, impriman y vendan muchas Biblias, que se ofrezcan en múltiples idiomas y formatos,que esté al alcance en términos “materiales”… ¿implica que la Palabra de Dios (la Biblia)lo está? Responder este interrogante requiere no solo de un análisis desde el balcón, sino de un compromiso como Iglesia, como pastores, como mayordomos de una verdad revelada que se vehiculiza a través de nuestra gestión ministerial.
Al observar (nos) en el amplio abanico de comunidades de fe que conformamos las iglesias cristianas protestantes, una cuestión nos convoca: el grave perjuicio que los fieles han sufrido y padecen aún hoy como consecuencia de una lectura despojada de recursos para el análisis hermenéutico de la Biblia. Lectura que se refleja en la praxis ministerial, en la vida cotidiana y oficia de obstáculo en el cumplimiento de nuestra misión.
Seguir adelante
Aquella libertad que nos bendijo hace siglos está siendo resquebrajada desde dentro de nuestros movimientos. Fuimos libres de una verdad parcial contaminada por tradiciones humanas, coartada por un poder unilateral e incuestionable, que daba la espalda al pueblo y ofrecía-escondía al credo en un lenguaje ajeno.
Hoy en día esa independencia se ve afectada por quienes apoyados en “su” popularidad propagan enseñanzas que vuelven a ubicar a los elegidos por sobre los feligreses, condicionando la vida en abundancia ganada en la Cruz. Lamentablemente, algunos creyentes —entrenados por el mercado— consumen estos artefactos ideológicos sin discernimiento y en la búsqueda de ese mismo “éxito” incorporan a su vida creencias ajenas al Reino de Dios.
Un colega me dijo hace unas semanas “Antes el pueblo estaba preso de un Papa infalible, hoy está preso de pequeños papas indoctos”. Cuando lo escuché hice silencio, me dolió y hasta me enojó un poco su expresión. Luego, meditándolo a solas, comprendí tristemente que algo de verdad contenía esa sentencia.
En un contexto posmoderno se habla de verdades parciales y coincido en que es irrefutable la riqueza que nos ofrece la manifestación de la multiforme gracia de Dios.
Me considero un promotor de la diversidad del Cuerpo de Cristo. Pero a su vez sostengo que no es posible hablar de Iglesia si se pierde de vista al único que se proclamó Verdad, Camino y Vida. Él es el único modelo terminado, su persona es nuestra luz en este mundo cambiante, es decir, Jesús es el límite de nuestra interpretación.
Desconocer la idiosincrasia de los libros de la Biblia nos puede llevar a un abordaje incompleto de lo que el pasaje relata. Asimismo, cada lector se encuentra atravesado por varios factores que influyen en su manera de significar el texto; la cultura en la cual creció, su formación en la fe, las creencias y valores fruto de sus experiencias, sus referentes, etc.
Muchas veces padecemos de una jergafasia teológica, promoviendo principios de la cultura judía o de nuestra cultura particular en lugar de predicar y enseñar los principios bíblicos con los que el texto nos confronta. Las verdades bíblicas son contemporáneas a todas las generaciones y son universales, es decir, de aplicación en todas las épocas y a todas las culturas.
Al estudiar la Biblia podremos, por ejemplo, preguntarnos si acaso el hecho de que las mujeres del templo pagano de Afrodita, en Corinto, se rapaban requería que en esa época las cristianas se diferencien con cabelleras largas; afirmar que el Espíritu Santo ya no desciende únicamente sobre los profetas como en el Antiguo Pacto, sino que habita en cada creyente y este servicio se manifiesta en el ejercicio comunitario de los dones, etc.
Así, se amplía nuestra imagen de Dios, desligándolo de la literalidad con la que lo amarramos a postulados y tradiciones falaces. La humildad ante la Biblia, ante un maestro, ante nuestras limitaciones, ante la posibilidad de fortalecer nuestra educación, nos protege de la humana tendencia a adueñarnos de la verdad y nos mantiene a los pies del Maestro más allá de nuestros títulos, logros o trayectorias.
Miremos la historia para aprender de ella. Estimulemos la educación de las nuevas generaciones a través de la Biblia, a enamorarse de ella, a dedicar tiempo de su vida para estudiarla en profundidad, a cuestionar los discursos y aferrarse a su inmarcesible Palabra. Aquí y ahora, la Biblia está al alcance. No desperdiciemos esta extraordinaria oportunidad. Que la palabra de nuestro Señor corra y sea glorificada.
«Por último, hermanos, oren por nosotros para que el mensaje del Señor se difunda rápidamente y se le reciba con honor, tal como sucedió entre ustedes.»
2 Tesalonicenses 3:1 NVI