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Activismo tóxico en la iglesia

En medio de nuestras rutinas pueden existir muchas actividades, compromisos u horarios que cumplir. A medida que van pasando las semanas y meses, esto se puede volver cada vez más pesado si no ponemos límites saludables. 

Llenarnos de actividades excesivamente, puede impedirnos profundizar sobre cualquier área personal. La demanda de los compromisos, aunque por una buena causa, puede también ser un obstáculo. Incluso podremos encontrar allí un excelente refugio, socialmente aceptado. 

Cubriéndonos en algo aparentemente saludable, podremos estar intoxicandonos cada día más, perdiendo sensibilidad para volvernos personas que siguen estructuras sin esencia.

¿Mayor actividad es igual a mayor bienestar?

Puede ser un supuesto que estemos siguiendo sin darnos cuenta, ya que hay veces que el activismo funciona para no pensar en aquello que nos preocupa. 

Las palabras de los demás muchas veces tienen un impacto en nuestra vida, pero si esto se convierte en nuestro mapa a seguir, estaremos en un camino confuso. El activismo nos puede llevar a pensar en llamar “bueno” a aquellas decisiones que interiormente entendemos que nos dañan. 

Por apariencias podremos sostener una rutina, en las que otros vean que estamos bien, sin embargo los problemas seguirán creciendo internamente. Negar no es resolver, postergar no es terminar con la dificultad. Evitar no disminuye la ansiedad, la aumenta. Momentáneamente podremos recibir palabras que nos hagan sentir valorados por nuestro activismo, sin embargo esto es una trampa. Creyendo que esto vale la pena, perdemos de vista las prioridades. No valemos por lo que hacemos, sino por lo que somos

Marta, teniendo al mismísimo Jesús en persona, en el afán de realizar cosas por Él, no pudo disfrutarlo. (Lc. 10:38-42) Una buena decisión, en el tiempo equivocado, de la manera equivocada, se convierte en una mala decisión. Logrando expresar la frustración lógica del que no se dieran las cosas como pensaba, no supo discernir que su activismo estaba fuera de lugar. No logró elegir la mejor parte como María. No quiere decir que el servicio no era necesario, sin embargo, Marta lo volvió su centro. 

Reflexionemos, puede ser una gran oportunidad para resignificar palabras. Nuestro propósito no se limita a experimentar un bienestar momentáneo. Intentando llenar vacíos, con una agenda llena pero que nos dañe cada vez más. No estamos aquí para sentirnos bien, estamos para que Cristo sea formado en nosotros, para conocerlo cada vez más y así expresarlo a otros

Es vivir llenos de esperanza por su regreso. Por consecuencia, esto puede llevarnos a tener salud integral, no como finalidad sino como consecuencia de poner a Jesús en el centro. Aspectos que aparentan ser similares pero muy diferentes. Un camino busca nuestro beneficio a través de acciones, y el otro que Cristo cumpla su plan en nuestra vida y su Reino avance en la Tierra. Madurez es asumir nuestra responsabilidad con la asignación que se nos fue dada. Hay un desafío, una oportunidad frente nuestro cada día, una decisión a tomar. 

A esto Jesús se refería cuando dijo «pasa de mí esta copa pero que no se haga mi voluntad sino la tuya» (Mt. 26:39). No estaba anclado a sus actividades para darle identidad, tenía en claro el plan, incluso si esto implicaba que muchos lo dejaran al no entenderlo. Priorizar el propósito de Dios es una elección que puede impactar a miles. No importa desde el lugar que venimos, lo que hemos experimentado, cual sea nuestra situación actual, mientras tengamos vida tenemos una esperanza.

Tenemos la posibilidad de darle el lugar a Dios que se merece, expresado a través de una agenda equilibrada. Tal vez no se trate de hacer para ser, sino de ser para hacer.

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