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NADA SANO HAY EN MI CARNE  

A veces pensamos que nuestra vida interior debe ser tratada como el cuerpo físico. Suponemos que necesitamos de ciertos tratamientos para sanarnos, creyendo que si vendamos el alma para que nadie note que sangra, es suficiente.  

Pero la carne no tiene cura, no necesita de un tratamiento, ni de medicamentos para recuperarse. Nos mentimos a nosotros mismos cuando pensamos que solo basta con ir un par de horas al edificio de una iglesia para que nos cambien el diagnóstico mortal.  

No nos damos cuenta que en realidad lo que necesita la carne es la Cruz. Nuestra carne agoniza por el pecado que mora en nosotros.  

Si hubo alguna vez un Salmo diseñado para prevenirnos del pecado, exponiendo sus  consecuencias, es el Salmo 38. El rey David explica en primera persona que el pecado ofende al Señor y pone una carga sobre el pecador, reemplazando el bienestar por heridas, induciendo a la depresión, acarreando dolores físicos y agitando el corazón. El pecado entristece y debilita, nos aísla de nuestros amigos y nos deja sin excusa. No obstante, no cierra la puerta a la oración ni nos excluye del arrepentimiento.  

El mismo David repite en dos oportunidades: “nada sano hay en mi carne”. Él sabía que llegaría el día donde la obra de la carne terminaría y comenzaría la del Espíritu, pudo vislumbrar la cruz y supo que solo Cristo podría lograrlo.  

Para vivir en el Espíritu necesitamos la obra de la Cruz; dejar que nuestra carne muera y con ella todos los deseos de la naturaleza caída.  

Por mucho tiempo pensé en la Iglesia como concepto de hospital, creyendo que es la encargada de curar la enfermedad. Pero cuando me vi a través de los ojos de Dios, me di cuenta de que la verdadera enfermedad se llama “pecado” y no tiene cura, simplemente hay que dejar que muera.  

Entonces reconocí que “estaba muerta en delitos y pecados”, y que no necesitaba un tipo de tratamiento especial, porque ya no había nada que hacer, solo un milagro por suceder: nacer de nuevo.  

«La Iglesia de Cristo no reparte aspirinas, ni tapa las heridas. La Iglesia de Cristo resucita lo que está muerto».  

Gisela Cabrera

O como bien lo dijo el mismo Jesús en la parábola del Hijo Pródigo: “He aquí mi hijo que estaba muerto, ahora vive”.  

No podría ser de otra forma, y es la única manera de ser un verdadero ciudadano del Cielo. 

Giselle Cabrera
Giselle Cabrera
Giselle Cabrera es Bachiller en Teología de la UAD, se desempeña como profesora de Institutos bíblicos externos.

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