Quien está acostumbrado a aconsejar a otros, al enfrentarse a una situación extrema, como un ataque de pánico, se siente avergonzado.
Sucedió hace unos años, en enero. Estábamos de vacaciones visitando familiares y, de repente, empecé a sentir desesperación. Una mezcla de miedo a morir, llanto y una aceleración fuerte de mis latidos cardíacos. Fue una experiencia tan fea que aún hoy evito recordarla.
La pregunta que me hice muchas veces fue “Cómo podía pasarme eso a mí”. Siempre intentando tener todo bajo control, tan segura de mí misma en tantas cosas. Después fui aprendiendo que la pregunta correcta es: ¿Por qué a mí no? Puse bajo la lupa mis hábitos de vida, así como mi relación con Dios y, honestamente, si bien hubo gente que me ayudó, muchos al hablar solo empeoraron las cosas.
Cuando alguien acostumbrado a aconsejar y ministrar a otros se enfrenta a una situación extrema y desafiante como un ataque de pánico, algo que lo desespera aún más es pensar que es una situación vergonzosa. Consulté con muchos médicos y cuando me preguntaban a qué me dedicaba evitaba decir que era pastora.
Creo que hay mitos que derribar en torno a esto, y por eso me gustaría compartirte algunos puntos que me ayudaron a transitarlo y ver la luz al final del proceso.
Alguien dijo que el problema no radica en olvidarnos que somos cristianos sino en olvidar que somos humanos…
Uno de los mitos que debemos destruir es creer que el cristianismo nos da superpoderes para hacer desarreglos en hábitos saludables, creyendo que el cuerpo no nos va a pasar factura porque “somos del Señor”. Nada más equivocado.
Vivir bajo aceleración permanente, restando horas a mi sueño, tener un sí fácil a todo lo que me pedían que hiciera, querer mantener el buen rendimiento en casa y en la iglesia, atender con la misma energía a mi familia y las actividades extra fueron desgastando mi combustible y el caos asomó.
Quiero aclarar algo: es verdad, como dicen las escrituras bíblicas en Romanos 8:28, que “todas las cosas pueden ayudarnos para bien”. Porque si hoy miro hacia esa experiencia puedo darme cuenta de que aprendí varias lecciones.
Sentí el amor de Dios sosteniéndome en medio de mi vacío emocional. Sobre todo, cuando el enemigo de mi alma me susurraba mentiras y me helaba con su aliento de muerte. Una frase de alguien que transitó el pánico fue como un gran salvavidas para mí. Él dijo: “De esto no te vas a morir”. ¡Eso fue música para mis oídos!
Toda la sensación era que estaba a punto de hacerlo… Escuchar que todas las personas sienten eso ante el pánico y saber que esa sensación tenía una duración fue crucial. Comencé a declarar esa verdad y ahí empecé a confrontar al verdadero gigante escondido detrás de estos síntomas: el temor.
El temor en su máxima expresión
El desborde emocional de haber intentado ser fuerte durante mucho tiempo. Robarle tiempo a mi comunión con Dios en pos del servicio.
Hoy puedo sentarme frente a alguien que está sufriendo pánico y decirle con certeza que de eso no va a morir.
Brindar esa seguridad es uno de los puntos básicos para empezar a acompañar en el proceso. Saber escuchar y hacerlo sin juzgar es otro de los puntos que destaco, porque al estar atravesando un proceso que trae culpa y nos hace sentir una carga para la familia es importante sabernos escuchados sin miramientos.
La intercesión amorosa de personas que nos aman marcará la diferencia. Tuve que entrar en un tiempo de ajuste y reacomodación. Y el Espíritu Santo fue determinante en esto. Acompañada de la Palabra de Dios, transité la introspección, poder mirar hacia mi interior y darme tiempo para sanar. No me encerré. Salí a hacer mis caminatas, busqué vencer el temor a salir sola, y me propuse metas que fortalecieran el poder de la decisión.
Hoy puedo decir que, con la ayuda del Señor, he ido logrando salir adelante
La experiencia también nos enseña que después de haberlo transitado, puede no estar demasiado lejos. Debemos reconocer síntomas de ajustes necesarios, dormir bien, alimentarnos saludablemente, hidratarnos correctamente y tomar el tiempo para estar en intimidad con el Señor, porque todas lo necesitamos.
Hay un poema de Amado Nervo que dice “Cada día que pasa debes decirte, ‘Hoy he nacido’”. Esa es una hermosa declaración. Valoremos cada día como una oportunidad divina y transitemos confiadas entrando en su reposo.
Querida amiga, vas a recuperar tu sonrisa y aprenderás que ya no quieres volver a ser la misma… quieres ser tu mejor versión. El pánico no vino para quedarse sino para enseñarte una valiosa lección.
La Biblia declara: “Enséñanos a contar bien nuestros días, para que nuestro corazón adquiera sabiduría” (Salmos 90:12)
Esto también pasará y tendrás, como yo, un testimonio más para contar.