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Victorias eternas para 2023

Estamos cerrando un 2022 con el corazón inundado de un profundo sentimiento de victoria. Basta decir la palabra “mundial” y nos llenamos de alegría al recordar a Messi levantando la copa en Qatar. Esta victoria se hizo esperar por 36 años, y hoy la estamos disfrutando.

Al pensar en este suceso tan anhelado, al menos por el pueblo argentino, no puedo dejar de visualizar cuántas copas quisiéramos levantar, cuántas victorias desearíamos ver establecidas hoy en nuestras vidas, y están tardando tanto o más que un mundial.

Quizás por esta razón, estando a la puerta de un nuevo año, nuestro corazón se conmueve cuando escuchamos frases tales como: “un año en victoria”, “lo mejor está por venir”, “prepárate para el éxito”, “año de sueños cumplidos”, etc. Porque todos deseamos, desde lo más profundo de nuestro ser, vivir en carne propia ese sentimiento o satisfacción de haber alcanzado aquello que tanto esperábamos.

Todos, en algún momento, hemos corrido detrás de alguna victoria. Hemos invertido tiempo, dinero, fuerzas, arriesgando todo con tal de levantar el trofeo. Sin embargo, hoy, como cristianos, en medio de tantas promesas o frases motivacionales, deberíamos preguntarnos: de todas las victorias por alcanzar, ¿cuál es la más importante?

La respuesta es simple: ninguna. Porque toda victoria que podamos alcanzar en esta Tierra por nuestros propios esfuerzos será circunstancial. Todas ellas son válidas, incluso buenas, pero la más importante de las victorias no viene por los esfuerzos o capacidades, tampoco se trata de una victoria a obtener en un tiempo determinado. La mayor victoria se concretó en una cruz hace más de dos mil años, y en ella, nosotros no fuimos los protagonistas, sino que el Vencedor por amor nos hizo parte.

Claramente, no está mal consagrarnos campeones en diversas áreas de la vida o luchar por llegar a metas u objetivos. El problema aparece cuando intento encontrar plenitud en los logros terrenales. Somos pozos sin fondo cuando se trata de ambiciones, y para el hombre, mucho nunca es suficiente.

Lamentablemente, caemos de seguido en este círculo vicioso del supuesto “éxito” o “triunfo” que está asentado en momentos y no en realidades eternas. Por ello, quiero que juntos resignifiquemos el concepto de la victoria.

Cuando no vemos cercanos esos trofeos, anímicamente nos desmoronamos, y esto desencadena una angustia tal que frente a los fracasos se intensifica y hasta se vuelve incontrolable.

Esto sucede cuando no entendemos que ya hemos ganado si estamos en quien ya ganó; que somos victoriosos si estamos en Aquel que es la victoria encarnada; que somos vencedores si estamos en Aquel que venció a la muerte.

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El apóstol Pablo lo expresa de una forma muy contundente:

Antes creía que esas cosas eran valiosas, pero ahora considero que no tienen ningún valor debido a lo que Cristo ha hecho. Así es, todo lo demás no vale nada cuando se le compara con el infinito valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por amor a él, he desechado todo lo demás y lo considero basura a fin de ganar a Cristo y llegar a ser uno con él. Ya no me apoyo en mi propia justicia, por medio de obedecer la ley; más bien, llego a ser justo por medio de la fe en Cristo. Pues la forma en que Dios nos hace justos delante de él se basa en la fe. Quiero conocer a Cristo y experimentar el gran poder que lo levantó de los muertos. ¡Quiero sufrir con él y participar de su muerte…

—Filipenses 3:7-10, NTV

Pablo tenía razones sobradas para considerar que era un hombre exitoso. No obstante, entendía mejor que nadie que todo logro, comparado con la cruz, caía, era insignificante e, incluso, lo consideraba basura. Y que disfrutar de la gracia recibida por Cristo, a él lo convertía en alguien completamente pleno y lleno.

Muchos pueden obtener victorias, pero solo los que son uno con Cristo experimentan una vida en victoria. El Padre nos dio el mayor premio expresado en su Hijo.

“¡Pero gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!” (1 Corintios 15:57).

Como creyentes, corremos detrás de esas promesas de “mejores temporadas”, cuando estar en Cristo es estar en la más óptima, porque por medio de Él estamos en la plenitud del Padre. Esa es nuestra mayor victoria. Y una vida de éxito se manifiesta cuando vivimos y expresamos a Cristo en nuestro diario vivir.

Llenar un estadio no es sinónimo de victoria. Mover masas, lograr reconocimientos y títulos, o destacar en la multitud no hablan precisamente del éxito, al menos, no del verdadero.

Por esta razón, deseo animarte a revisar cuál es tu concepto de victoria, qué es lo que te motiva o llena en esta caminata.

Este 2023 es una oportunidad perfecta para profundizar en el entendimiento de lo que significa estar en Cristo. Te invito a orar y pedirle al Espíritu Santo que quite todo velo, toda ceguera, para que sea revelada a tu espíritu la máxima gloria.

Porque un año en victoria no es un año con logros, sino lleno de Jesús. La meta no es algo, es Alguien.

Matías Haurich
Matías Haurich
Nací en Misiones y tengo 27 años. Junto a mi esposa somos pastores de jóvenes en el Ministerio Ríos de Gracia IEC en la ciudad de Leandro N. Alem, Misiones. Soy estudiante de counseling. Disfruto predicar y escribir sobre lo que Criso hace en mi.

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