Hace unos días recordaba la escena de una película donde el papá pide sufrir antes que ver a sus hijos padecer y, aunque no tengo hijos, creo que es un sentimiento muy humano el amar tanto a otra persona que estemos dispuestos a llevar su sufrimiento.

Sin embargo, hay algunas cosas en las que por más que amemos tanto a otra persona y sea nuestra mejor intención ayudarle a sobrellevar una dificultad, es sencillamente imposible hacerlo. Por ejemplo, en la enfermedad. A veces quisiéramos aliviar la carga de otra persona llevándola nosotros, pero es imposible que nos pasen el dolor un rato, que lo llevemos un momento por ellos y se lo devolvamos después. 

Una de las primeras cosas que aprendemos como cristianos es que no podemos vivir la vida en soledad, que somos parte de un cuerpo y de una comunidad, que es necesario que pertenezcamos a un grupo de gente que camina hacia el mismo objetivo que nosotros. 

El Espíritu Santo en la Escritura lo ejemplifica con la analogía de un cuerpo, todos jugamos un papel específico en este hermoso organismo al que llamamos Iglesia (y me refiero tanto a la iglesia local como a la iglesia global), todos tenemos funciones y responsabilidades que nadie más puede cumplir. De igual forma, el Evangelio está lleno de experiencias que son tanto personales como colectivas al mismo tiempo. Por ejemplo, la salvación. 

Todos los cristianos alrededor del mundo reconocemos un momento en donde fuimos salvos, donde volteamos a ver a Jesús y decidimos caminar su camino; y cuando hablamos de la salvación todos sabemos de qué hablamos. Pero, al mismo tiempo, todos tenemos una experiencia personal e individual de ese momento, todos tenemos una historia que contar acerca de ese momento; todos sabemos de qué hablamos porque todos pasamos por ahí de manera individual. 

La vida en la comunidad de la Iglesia es una idea de Dios, nos ayuda a crecer, madurar y ser formados a la imagen de Cristo, pero la vida en comunidad no es garantía de que todo esto suceda.

El ser humano tiene la tendencia a esconderse al verse confrontado con el pecado. Desde Adán hasta cada uno de nosotros, el comportamiento natural hacia darnos cuenta de que estamos desnudos, que no estamos completos, que estamos expuestos ante la luz y la verdad, que estamos fallando, es escondernos. Y muchas veces el mejor escondite puede estar a plena luz del día. Innumerables veces el ejercicio de los llamados, la participación en ministerios y actividades ha servido como el mejor escondite para salir del radar de los que necesitan ayuda. Y desde allí, desde el camuflaje del activismo, pasamos a ver los días sin ser molestados.

Hay caminos que nadie puede recorrer por nosotros. Pareciera que la única cuestión personal en el cristianismo es la salvación, pero da la impresión de que el resto es obligación y responsabilidad de nuestros líderes, de los pastores y de los predicadores, como si el que nosotros crezcamos dependiera de ellos, y si no crecemos es porque el liderazgo está mal. 

Culpamos a otros por nuestra falta de crecimiento. Acusamos a otros por lo que hace falta en nosotros, señalamos a los músicos porque ya no nos “conectamos” en los momentos de adoración congregacional, y nunca tuvimos un momento de buscar la presencia de Dios de forma intencional durante la semana. Comentamos cómo el mensaje del pastor no nos “motivó”, pero nuestra motivación por leer la Escritura en los días anteriores fue nula. Hablamos más de nuestras cargas y nuestros sentimientos que de lo que mueve el corazón de Dios. 

Jesús dijo que el que quisiera seguirle debía llevar su cruz cada día. Una cruz personal, individual. El cristianismo no se puede vivir solo, pero es un camino que debemos recorrer con nuestros propios pies, nadie nos puede llevar cargados. Y si bien es cierto que en este proceso ayudamos a caminar a otros, y otros nos ayudan a caminar, no nos engañemos pensando que ayudar es caminar por ellos o que otros caminen por nosotros. Si algo nos han enseñado los últimos años, es que el cristianismo es algo que se debe de vivir en propia carne.

Durante los tiempos de cuarentena, tanto la global del 2020 como las individuales a lo largo de estos dos años, cuando no se puede ir al lugar físico que llamamos iglesia, cuando no hay quien nos imponga las manos o cuando no hay nadie que nos dé una palabra, ¿nuestro cristianismo sigue teniendo el mismo fervor?, ¿seguimos escuchando la voz del Espíritu Santo? ¿dependemos de la fe de alguien más? 

Predicamos una relación personal con Jesús porque nadie puede tener una relación con otra persona a través de terceros. El cristianismo no depende de las actividades eclesiásticas, depende enteramente de las actividades relacionales con Jesús. 

Rodrigo Hernández
Cantante, compositor, músico y amante del café. Actualmente desarrolla un proyecto como cantante solista presentando canciones de su autoría con un enfoque cristocéntrico sin dejar de lado un sonido fresco y moderno. Licenciado en Composición Musical con Orientación en Música Popular; Máster en Terapia de la Voz. Dedicado a la música y el ministerio, ha participado en propuestas musicales y artísticas a lo largo del continente. Pertenece a la iglesia Fresca Presencia en su natal ciudad de Guatemala.