Desde hace muchos años vengo advirtiendo sobre una falencia evidente en nosotros, la iglesia. Ésta no es un problema de nuestra fe, sino un vicio de nuestra naturaleza caída: nos enamoramos de una revelación, y nos olvidamos de la cantidad de revelaciones que están esperándonos. Tendemos a tomar algo, y desechar todo lo demás; nos fanatizamos con un tema, y dejamos de lado el resto. Nos subimos a una ola, y olvidamos que el mar es sumamente amplio, y las olas abundan.
No discuto que en una temporada específica hayamos podido tener una revelación que antes no poseíamos. Pero, ¿haremos girar nuestra fe en Cristo Jesús, en quien están escondidos todos los tesoros del conocimiento y la sabiduría, sólo en eso? Eso no suena muy sabio, y, en la práctica, es un límite para todo lo que Dios quiere desatar en nosotros.
De esta manera, nos vemos en una triste, pero habitual, tendencia de abrazar una verdad, para olvidarnos o descartar otras. Quienes tienen una revelación de la victoria de Cristo en la cruz, y de todo lo ya recibimos al estar en Él, ya comienzan a descalificar a quienes hoy buscan recibir las bendiciones que ganó para nosotros. Quienes tienen una revelación sobre la gracia y la salvación eterna, minimizan y hasta descreen de las sanidades, milagros y el poder sobrenatural del Espíritu. Quienes tuvieron luz sobre su segunda venida y el establecimiento definitivo de su Reino eterno en medio nuestro, se olvidan de que el Reino ya está entre nosotros y se visibiliza mediante la fe (Mateo 12:28). Quienes tienen una revelación sobre la centralidad de la entrega en la vida cristiana, ya se ven tentados a criticar a aquellos que también quieren pedir ante una necesidad (Mateo 7:7). Yo pregunto: ¿no sería mejor vivir el evangelio completo? Si los ejemplos anteriores conviven en la Palabra, ¿por qué no podrían convivir en el cuerpo de Cristo? ¿Por qué algunos sólo quieren los pies de Cristo, y no sus manos, si Él se puso por completo a nuestra disposición? ¡La iglesia necesita todo de Cristo!
¿Ante qué problema estamos? Creo que nuestro orgullo otra vez está de manifiesto, tratando de llevarnos a buscar tener la razón en algo que hemos recibido por la multiforme gracia de Dios. Si algo aprendí en todos estos años es que la iglesia es rica y diversa. ¡Eso la hace hermosa! Cristo Jesús derramó en todos algo único, y todos tenemos algo de luz que bendecirá al resto del cuerpo de Cristo.
El apóstol Pablo habló, en Efesios 4:11-13, sobre aquellos dones que Cristo derramó para capacitar a su pueblo y llevarlo a vivir en “la unidad de la fe y el conocimiento del Hijo de Dios”, con el fin de que como humanidad nos parezcamos a Él. Este pasaje refleja bien aquello que quiero expresar: apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros, cada uno dando lo suyo, y sumando para que la comunidad de santos sea capacitada para cumplir su tarea de establecer el Reino de Dios sobre la tierra, hasta que el mismo Señor venga a culminar la obra que Él inició.
Necesitamos tener más humildad. No somos los únicos dueños de la verdad. La verdad es una persona: Cristo Jesús. Él, al ir a lo alto, dio dones a los hombres de una manera que nos obliga a generar vínculos de interdependencia. De esta manera, las revelaciones que el Espíritu de Dios nos ha confiado pueden ser tesoros que bendigan a los demás. Pero, a su vez, necesitamos que el Señor siempre nos encuentre con el corazón abierto para recibir lo que Él depositó en otros para que también nosotros seamos enriquecidos (Romanos 1:11). Al tener esta perspectiva del evangelio, y de la iglesia, podremos crecer en toda la persona de Cristo. Solo una visión completa de nuestra fe nos dará la capacidad de alcanzar los objetivos por los cuales Cristo nos tiene siendo su cuerpo.