Podemos tener una fe que ante los ojos humanos parece ser perfecta, pero en realidad la fe solo puede perfeccionarse cuando las obras están presentes.

Desde muy pequeña mi vida ha girado en torno a una familia llena de fe y a su vez activa en obras. A lo largo de mi trayectoria he ido aprendiendo que solo con tener fe no basta para tener el futuro que Dios tiene preparado para nosotros.

Crecí en un hogar en Brasil que no tenía las condiciones económicas suficientes para sostener a una familia, lo cual nos llevó a emigrar a Europa en la búsqueda de una vida mejor. Concretamente llegué al País Vasco, una tierra que amo mucho y que a su vez me ha hecho “sufrir” a causa de un idioma, el euskera.

Donde vivo, además de hablar castellano, el idioma principal es el euskera. Es la lengua predominante en cada escuela, instituto y universidad. Comencé a estudiar sin entenderlo ni hablarlo, y en medio de ese proceso de aprendizaje de dos idiomas, tenía dentro de mí un sueño y un anhelo de poder ser la primera nieta de la familia que fuera a la universidad. 

Siempre había algo que me hacía sentir que no podía, palabras de profesores que me decían que nunca iba a llegar, mensajes negativos de tutores que me recordaban que sin aprender bien los idiomas no iba a avanzar. 

Parecía que mi vida tenía que cumplir con lo que la humanidad había decretado, algo que va de generación en generación, vivir una vida llena de fracasos. Pero Dios tenía algo preparado, yo creía en su palabra, tenía fe y mis padres fueron los instrumentos usados por Dios para recordarme esto cada día. Ellos me decían levántate, ten fe y ve a estudiar. 

Recuerdo que iba llorando, que muchas veces me preguntaba si de algo valía tanta fe porque lo único que yo sentía era sufrimiento. Pero lo que yo no sabía era que Dios estaba perfeccionando mi fe por las obras. En ningún momento dejé de servir a Dios en mi casa, en la iglesia, en la escuela y hoy puedo decir que todo eso se estaba apuntando en un lugar especial en el cielo.

“Podemos tener fe, pero es a través de las obras que Dios se mueve; de nada nos sirve tener mucha fe pero no hacer nada por nosotros mismos o por el prójimo”.

Muchas veces salía de mi casa llorando porque sabía que tenía un examen al día siguiente. Además, sabía que no había estudiado lo suficiente y que, si me quedaba en casa a estudiar en vez de ir al culto, tal vez podría aprender más. Pero mis padres siempre me decían: “hija, Dios siempre tiene que estar en primer lugar”. Y aunque al principio estas palabras me enojaban mucho porque mi deseo era quedarme en casa, hoy entiendo que cada sacrificio ha dado un buen fruto. 

He aprendido que cuando ponemos a Dios en primer lugar y tenemos fe, el Señor nos sorprende de gran manera. Nuestro sacrificio por realizar las obras que Jesús nos ha encomendado no es en vano. Nuestras lágrimas de soledad y tristeza no se pierden porque el Padre nos ha dejado el Espíritu Santo quien nos da consuelo y habla por nosotros hasta con gemidos indecibles. 

“Con cada circunstancia difícil que he vivido he visto que Dios solo me estaba preparando para lo que iba a llegar”. 

Quiero terminar este testimonio diciendo que, aunque me dijeron que nunca iba a pisar una universidad, 6 años más tarde, en junio de 2019, me gradué. Y no solo eso, sino que en noviembre de 2019 me llamaron por primera vez para trabajar como profesora sustituta en la Universidad de Deusto en San Sebastián. 

Y doy toda la gloria y honra al Señor porque mi vida académica no se quedó ahí, sino que actualmente aún puedo seguir perfeccionándome en un Master de Terapia de Familia y Pareja en Bilbao. Quiero decir que en Dios ningún sufrimiento se desperdicia, ninguna lágrima queda en el olvido: “todas las cosas cooperan para bien…” (Romanos 8:28). 

Deseo que podamos seguir teniendo fe, poniendo a Dios en primer lugar y dejando que Él perfeccione nuestra fe por las obras. Solo tenemos que esforzarnos y ser muy valientes porque en Él todo lo podemos.