Un lugar que puede significar la puerta abierta para caminar hacia lo que Dios nos está llamando.

Recuerdo vívidamente mi primer viaje a Argentina. Fue largo. El último tramo de vuelo fueron trece horas de Madrid a Buenos Aires. El avión era muy incómodo; había muy poco espacio y sin pantallas. Si quería mirar una película, la única opción era mirar una película vieja desde una pantalla grande delante de todo. No sé si esta era argentina o española, pero definitivamente estaba hablada en español y yo en esa época no entendía nada. 

Quizás la primera experiencia de la cultura argentina la tuve en el mismo viaje. La pareja que estaba sentada detrás de mí en el avión me pidió toda la comida que me quedaba en el plato. No era un comportamiento normal para mí, una chica finlandesa que vivió toda su vida en Finlandia, el país donde el espacio personal es más del doble que en Latinoamérica. Les di mi comida y seguí durmiendo, escuchando el ruido del avión y el constante ruido del idioma que no entendía “ni una jota”. Estaba ansiosa por llegar. 

Así empezó mi tiempo acá, en Argentina. No te voy a mentir, yo esperaba más que nada ¡una loca aventura! Era para poder conocer lugares nuevos, otras culturas, era para conocer otras realidades, fuera de mi conocimiento anterior.

Primer viaje misionero 

Esta experiencia fue en el norte de Argentina y Bolivia. Lo que voy a contar pasó en un monte en Volcán, Jujuy. Lejos de todo.

Con un pequeño grupo de personas, subimos a esa montaña chiquita para llegar a una escuela primaria. Llegamos y vimos un edificio blanco y mucha tierra alrededor. Montañas coloridas atrás… Una vista humilde pero hermosa, algo que nunca antes vi. Y honestamente, jamás se me ocurrió que podría existir una escuela en ese lugar. Para mí no tenía sentido.

Allí había aproximadamente treinta estudiantes. Los más chiquitos tenían solamente 5 años. Hablamos con ellos un poquito de diferentes culturas y mucho de Dios. Aún recuerdo sus miradas sospechosas puestas en mí, mientras hablaba. Entonces entendí…  Los niños nunca antes habían visto una persona con pelo rubio o alguien que hablase un idioma diferente. Yo era algo distinto. Jamás una persona rubia subió a esa escuela a conocerlos. 

Algunos de ellos tenían que caminar dos horas para llegar allí. Cuando me imagino a los niñitos de 5 años caminando solos en las montañas es como si algo dentro de mí me apretara. ¿Cómo puede pasar esto? ¡No es justo! Pero esa era su oportunidad. Llegar a esa escuela, semana tras semana, para aprender y educarse. Ellos, se tomaban esa oportunidad. Soñaban, ¡tenían sueños grandes!

Emilia Oldén en su misión en Argentina

Algunos querían jugar fútbol profesional, otros querían viajar, otros querían aprender diferentes idiomas. No se limitaban por su realidad en ese momento. Ellos tenían fe. Fe de que desde esa escuela humilde, podían alcanzar lo que tenían en su corazón. No eran cosas pequeñas, eran deseos profundos que yo creo que Dios soñó con ellos.

Ese lugar puede significar una puerta abierta para caminar hacia lo que Dios nos está llamando.

Emilia Oldén, misionera finlandesa JUCUM

Ahora entiendo el gran sentido que tiene esa escuela en la montaña. Sea jugar al fútbol o viajar, o tal vez enseñar a los que vienen después. No importa tanto qué. Lo que importa es con quién y para quién.

Cuando salí de Finlandia, tenía la expectativa de tener una aventura temporal, pasarla bien, y después ver qué planes hacer para mi futuro. Mis expectativas definitivamente se cumplieron: conocí otras realidades, lugares nuevos, viví escuchando un idioma que no hablaba, aprendí ese idioma…

Pero lo más importante fue que Dios confirmó mi llamado, que es caminar junto a Él y compartir de Él donde sea que vaya. Y lo más lindo es que el Señor me enseña constantemente. No fui y no soy lista, pero Él me guía, ayuda y siempre arregla lo que no me salió. En eso descanso, no tengo que ser un superhéroe para ser misionera, solo tengo que confiar y apoyar mi vida en Él.

Emilia Oldén
Misionera finlandesa. Hizo su Escuela de Discipulado y Entrenamiento en Buenos Aires en el año 2016 y desde entonces vive en Argentina sirviendo en JUCUM.

Juventud Con Una Misión es una comunidad misionera de cristianos provenientes de diferentes trasfondos, culturas y tradiciones cristianas, dedicados a servir a Jesús alrededor del mundo. Servimos principalmente de tres maneras: a través del entrenamiento, la proclamación del Evangelio y al preocuparnos por aquellos en necesidad. Actualmente trabajamos en más de 1,200 lugares en alrededor de 180 países.