Hay un prójimo que necesita ser rescatado, un prójimo que necesita ser amado y restaurado, pero ¿cómo podríamos levantarnos en amor, justicia y libertad frente a una realidad que es más fácil dejar en el anonimato de lo desconocido?
Hay una realidad mundial que afecta fuertemente a nuestro país. Y es que de esta realidad, nadie queda exento. Todos los países y todas las ciudades terminan siendo víctimas y victimarios al mismo tiempo. Está pasando, y está destruyendo vidas. No es de películas, no es de novelas, no pasa en países emergentes, en la India o en Tailandia. Pasa en nuestro país, en tu ciudad, en tu barrio y en tu iglesia.
Estoy hablando del movimiento ilegal más grande de la historia, que mantiene esclavos a millones de personas y que se mueve de manera conjunta con el narcotráfico y con el negocio de las armas: la esclavitud de nuestro siglo. Hoy en día, en un mundo que está más interconectado que nunca antes con el internet y las redes sociales, hay personas que están siendo compradas y vendidas en contra de su voluntad. Ahora mismo, mientras estás leyendo esta nota, una persona que tiene un nombre, una historia, un contexto e identidad está siendo captada para ser luego explotada de algún modo.
Hombres, mujeres, niños, niñas y adolescentes son tomados como mercancía, a través de amenazas, engaños, fraudes y coerción. Cada 30 segundos, una persona se convierte en víctima, y como sociedad, tenemos una gran responsabilidad.
Te estoy hablando de la trata de personas, la esclavitud de nuestro siglo. Aunque la invisibilidad de este problema, su complejidad y alcance hacen que sea imposible conocer los datos reales, las estadísticas nos muestran números abrumadores que intentan acercarse a la realidad. Fueron creciendo año a año, y hoy se estima que hay más de 50 millones de personas en situación de esclavitud a nivel mundial.
Y me encantaría que pudieras ver y comprender esta información desde una óptica en la que cada número representa una vida, una historia, una familia, un presente, un futuro. Cada estadística es una mamá sin su hijo, un padre sin su esposa, una persona desaparecida. Y entonces, ahí las estadísticas se personifican, se hacen reales, se transforman en personas.
Te contaba, por lo tanto, que nuestro país no está exento de esta realidad. Contamos con datos oficiales[1] que nos muestran que, desde el año 2008 hasta junio del corriente año, se han rescatado o asistido a un total de 19.152 víctimas, y desde enero del año 2012 hasta junio de 2023 se han recibido en la línea 145 un total de 22.151 denuncias. Y acá es donde todo cobra otro sentido.
Estamos hablando de un amplio número de personas que han sido rescatadas de la esclavitud en nuestra propia Argentina. Personas —niños o adultos— que eran víctimas de explotación laboral, sexual, servidumbre y otros. Y, entonces, nace el llamado a la Iglesia, al Cuerpo de Cristo.
Este delito es mucho más complejo de lo que podría explicarse en una nota, pero vamos a ir aprendiendo juntos. Lo cierto es que así como se ha descubierto el poder de las comunidades religiosas para la restauración de las personas que sufren adicciones y, asimismo, existen estadísticas del trabajo de la Iglesia respecto a la prevención en el suicidio, es tiempo de generar estadísticas de una Iglesia despierta y activa en la lucha contra la trata de personas, desde la prevención y la educación de nuestras comunidades, para poder conocer y denunciar, y desde la restauración.
¿Quién sino la Iglesia, con el poder de Dios y una comunidad sana, podría llevar adelante una restauración completa e integral para aquellos sobrevivientes que han sido completamente quebrados, destruidos en su identidad, alejados de sus vínculos, vulnerados y maltratados?
La esclavitud de este siglo se caracteríza por estar a plena luz del día, pero aun así es capaz de invisibilizarse ante una sociedad que desconoce. Y me conmueve pensar que la Biblia nos llama a amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos,[2] pero ¿cómo podríamos amar a un prójimo que no podemos ver ni conocer?
Como Iglesia y como hijos de Dios, fuimos llamados a “buscar la justicia y a reprender al opresor”,[3] y en la trata de personas, estamos frente a una de las mayores opresiones y explotación de los últimos siglos. Luchar contra este flagelo representa una manifestación de justicia. Además, Dios nos llama a levantar la voz por aquellos que no tienen voz, y a defender los derechos de los que no pueden hacerlo.[4] Dios nos llama a hacer justicia por aquellos que están en necesidad, y ¿quiénes más necesitados que aquellos vulnerabilizados hasta la máxima expresión?
La Iglesia es idónea para prevenir, es idónea para identificar y denunciar, y es idónea para restaurar. ¿Por qué? Porque tenemos contacto directo con la comunidad, amamos a los que nos rodean, sabemos trabajar en la necesidad, trabajamos con la niñez y la adolescencia. Como Iglesia, tenemos la estructura, el enfoque del amor y el poder restaurador de Dios. Solamente nos queda capacitarnos, equiparnos y alistarnos para esta tarea de justicia.
¡Vamos juntos! Porque hay millones de personas a la espera de que una Iglesia se levante a ser parte de la lucha para gritar por libertad y llevar acciones de justicia.
[1] Programa Nacional de Rescate y Acompañamiento a las personas damnificadas por el Delito de Trata, del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de Argentina.
[2] Mateo 22:39: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo».
[3] Isaías 1:17
[4] Proverbios 31:8-9: “¡Levanta la voz por los que no tienen voz! ¡Defiende los derechos de los desposeídos! ¡Levanta la voz, y hazles justicia! ¡Defiende a los pobres y necesitados!”.